El horror en Gaza visto por un médico valenciano: «Bombardean mientras los niños juegan»
Raúl Incertis, voluntario en la franja, relata el «exterminio industrial», con la mayoría de heridos menores de 15 años y la hambruna que sufren: «No hay comida. Una lata de atún cuesta seis dólares»
R. González
Valencia
Sábado, 7 de junio 2025, 00:40
La dureza de las escenas que Raúl Incertis ve a diario en Gaza quedará grabada a fuego en su memoria. Este médico de Urgencias y ... anestesista valenciano fue el primer español evacuado de allí cuando empezó la guerra en 2023 y no dudó en regresar de nuevo el pasado mes abril. Trabaja en el Hospital Nasser de Jan Yunis, al sur de la franja y cada día atiende a los heridos que no cesan de llegar. Allí la población normaliza situaciones que nada tienen de normal, asegura en una conversación telefónica. «Están bombardeando los alrededores mientras los niños juegan en la calle», relata, «no huyen porque no hay ningún lugar seguro donde se puedan esconder».
La situación es terrible. Los bombardeos son constantes y también la llegada de heridos al hospital, que está «asediado y sobrepasado». Ya no hay camas disponibles en la UCI ni tampoco de hospitalización. Tienen más de 30 pacientes, entre niños y adultos, con ventilación mecánica y más de 600 ingresados. El ritmo de ingresos en cuidados intensivos es más alto que las bajas que van dando, con lo que la presión no deja de crecer. Son civiles que están sufriendo los estragos de la guerra.
Escasea el material para atender a las personas que cada día entran por la puerta de Urgencias. La falta de medios lleva al personal a tener que tomar medidas extremas que serían impensables en cualquier centro sanitario, pero allí no les queda otro remedio. De momento pueden seguir operando con anestesia, pero «no tenemos suficiente morfina».
Resulta complicado trabajar así. Según explica, «estamos reutilizando las jeringuillas, si usamos sólo la mitad de la medicación que tienen cargada, no las tiramos, sino que las utilizamos con otro paciente». También se han visto obligados a limpiar los tubos endotraqueales y los de drenaje una vez gastados para poder ponérselos a los siguientes pacientes.
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La mayoría de los heridos a los que atiende este voluntario de la ONG canadiense Glia, que forma parte de los Equipos Médicos de Emergencias de la OMS, están por debajo de los 15 años. «Nunca había visto tantos niños mutilados, desmembrados o quemados», comenta con voz afectada. «Esto es una matanza indiscriminada, un exterminio industrial», asegura Raúl Incertis con un sentimiento de impotencia.
La población, incluso el personal sanitario, presenta síntomas trastorno por estrés postraumático debido al horror que está viviendo. Los niños están traumatizados. El médico valenciano pone como ejemplo el caso de un niño de 10 años que estaba jugando en la calle cuando cayó una bomba y varias esquirlas de metralla le atravesaron. Anduvo una decena de metros y se cayó desplomado. Cuando despertó, estaba en la UCI intubado, con tubos en diferentes partes de su cuerpo y rodeado de pacientes mutilados. Tal es la huella que le ha dejado que apenas habla, tiene pesadillas por la noche y, cuando sus padres se acercan y le tocan, grita y llora.
El personal sanitario del Hospital Nasser lidia a diario con escenas cruentas. Los compañeros del médico valenciano también experimentan los efectos del estrés prostraumático porque han perdido familiares. Una de las doctoras perdió en un bombardeo a nueve de sus diez hijos y también a su marido.
Muchos de sus compañeros se han visto obligados a desplazarse numerosas. Ahora viven a unos tres kilómetros del hospital, en las chabolas que conforman los campos de desplazados, «que son bombardeados cada noche» y al día siguiente les toca ir a trabajar para llevar comida a la mesa. «No hay esperanza, están en 'modo superviviencia'. Pero, a pesar de sentirse desalentados, tratan de manera exquisita a los pacientes», asegura Incertis.
Los bombardeos de Israel son constantes y «estamos a la espera de que en cualquier momento venga a evacuar el hospital». Mientras habla, de fondo se escucha el impacto de una de esas bombas. Bajo esas circunstancias trabajan cada día en los quirófanos.
A principios de semana atendieron a los heridos de los ataques a los centros de distribución de comida en Rafah. El hambre y la desesperación son acuciantes. Escasean los alimentos y los pocos que se pueden conseguir tienen unos precios exorbitantes: «No hay comida. Una lata de atún cuesta seis dólares».
Casi todo es a base de arroz y pasta porque no disponen de proteína animal y hay poca vegetal. Según apunta, «comprar un kilo de harina cuesta 30 dólares y 10 si se trata de pasta». Él puede comer dos veces al día, pero no otras personas que no tienen tanta suerte. Todo esto forma parte del día a día en Gaza. La población aguanta como puede para sobrevivir y ver otro amanecer.
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