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Hermelinda, en uno de los espacios comunes de la dirección general de Salud Pública IRENE MARSILLA

Hermelinda Vanaclocha: «La cuarta ola vendrá en abril según lo que haga la gente en vacaciones»

La especialista advierte: «Es imposible que las farmacéuticas tengan la capacidad de fabricar vacunas para todo el mundo antes de verano»

DANIEL GUINDO

VALENCIA.

Domingo, 14 de marzo 2021

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«Yo vivo para la pandemia desde hace un año. Y no soy la única. Todavía queda mucho por hacer y hay que estar así». Hermelinda Vanaclocha es, probablemente, la voz más autorizada para hablar de la expansión del virus en la Comunitat y, mientras la inmunización que ofrecen las vacunas no se extienda entre la población, apunta que la única receta para contener al Covid es «distanciamiento social, ventilación y mascarillas».

-¿Qué resultado esperan de las vacaciones de Fallas y Semana Santa en relación a su impacto en la evolución de la pandemia?

-Está claro que, como las restricciones son menores, va a haber un repunte de contagios. Eso es normal. El problema real es hasta dónde va a llegar ese incremento de positivos. En algunos aspectos soy pesimista porque somos muy mediterráneos, tenemos la necesidad de estar con gente, de tocarnos... y eso facilita los contagios. Además, ya se han normalizado los fallecimientos, no están impactando lo que deberían en la población para que pusiera más mecanismos de seguridad y fuera consciente de la necesidad de estar siempre con el mismo grupo de personas. Como epidemiólogos, en Fallas lo ideal hubiese sido una semana normal, como cualquier otra, donde la gente va a trabajar y los niños al colegio.

-¿Cuándo cree que empezará la cuarta ola?

-Si hay una cuarta ola tiene que ser 15 días después de los grandes movimientos. Podríamos estar hablando entre finales de marzo y mediados de abril, en función de lo que hagamos como ciudadanos en la no fiestas de Fallas y en Semana Santa.

-¿Qué se puede hacer para reducir su impacto?

-El problema no son los espacios, sino nuestros comportamientos, me da igual que sea un bar, un gimnasio, un cine, un teatro o un colegio. Si hay distanciamiento social, si hay buena ventilación y llevamos permanentemente la mascarilla, el número de contagios disminuye muchísimo. Si eso lo lleváramos a rajatabla y nos comportáramos como se comportan los niños en los colegios los casos serían muchísimos menos.

-¿Qué incidencia tiene y tendrá la cepa británica?

-Va a ir aumentando. En estos momentos estimamos que tenemos más del 30% de los casos. En la época de las restricciones duras, pasamos en una semana del 19 al 29%. Si con muy poca relación social se ha incrementado diez puntos, seguiremos aumentando como ha pasado en los países de nuestro entorno y otras autonomías. Llegará un momento, en un tiempo relativamente breve, que la variante predominante será la inglesa.

-¿Cuáles son las principales amenazas de la pandemia hasta que la población esté inmunizada?

-La mayor amenaza son las variantes. Si mientras no tengamos a toda la población vacunada hay alguna mutación que es capaz de escapar a la inmunidad podemos encontrarnos con que las vacunas que hayan no sean eficientes sobre esa cepa. Ahora, con toda la tecnología, en unos meses podrían desarrollar una nueva vacuna, pero eso sería muy frustrante porque no es volver a empezar pero casi.

-¿Hasta cuándo cree que tendremos que convivir con restricciones y mascarillas?

-Hasta que no tengamos una población muy importante vacunada vamos a tener que seguir. Me daría con un canto en los dientes con tener un verano como el del año pasado, que llevábamos mascarilla y poquito más. Y ya nos quejábamos todos. Este verano vamos a seguir tomando medidas, es imposible que la industria farmacéutica tenga la capacidad de fabricar vacunas para todo el mundo, es un proceso lento, y tardaremos en estar vacunados. Sí hemos notado un descenso brutal de fallecimientos en personas muy mayores porque ahora, aunque adquieran la enfermedad, su incidencia es leve, por eso se ha empezado la vacunación por los ancianos y el personal sanitario. La importancia de las restricciones está relacionada con que no haya gente ingresada en los hospitales, porque eso desborda el sistema, y evitarlo es el objetivo fundamental. Porque si desbordamos el sistema, la probabilidad de que el paciente sea atendido como corresponde no es igual, porque no hay más sanitarios. Y cuando lo has conseguido tienes que ir viendo cómo vas rompiendo las cadenas de transmisión.

-Echemos la vista atrás. China, Italia, Canarias... ¿No se pudo prever mejor la llegada del virus a la Comunitat?

-No es que en España no nos diéramos cuenta, en el mundo occidental nadie pensó que eso pudiese llegar a ser una pandemia. ¿Qué había que hacer? Lo que habíamos hecho en los últimos 20 años, controlar a la población que viene de países donde se han dado casos. Lo que se hizo en Europa es estar encima de las personas que procedían de China, pero de repente un viernes por la tarde nos llaman por teléfono para decirnos que en Italia tenían un problema, y con la relación que había con España era claro que íbamos a tener el problema, pero nunca pensamos que iba a ser tan grande.

-¿Cuál es el peor error que cree que han cometido a la hora de frenar la pandemia o, al menos, después de un año, qué decisión o decisiones cambiaría?

-Con lo que sabemos ahora es más fácil. Para los países democráticos, adoptar medidas que van contra los derechos de las personas es muy complicado. Ahora nos parece muy lógico que tuviésemos que hacer un confinamiento domiciliario, que supone quitar el derecho de la libertad de movimiento, o que no nos podamos juntar con la gente, que al fin y al cabo es el derecho de reunión. Con lo que sabemos ahora no hubiésemos permitido muchas cosas, hubiésemos empezado a tomar medidas drásticas respecto a los eventos. Si hubiésemos sabido lo que vendría después no hubiese habido ni la primera mascletà.

-¿Y el mayor acierto?

-Suspender las Fallas y la Magdalena.

-¿Por qué no se adoptaron medidas más restrictivas en Navidad, origen de la tercera ola?

-Ahora lo vemos así porque subió mucho, pero en aquella época había científicos importantes que decían que todas las comunidades autónomas debían adoptar las medidas restrictivas que habíamos tomado nosotros. Es muy difícil, cuando un gobierno adopta medidas tiene que pensar primero en la salud, pero la salud son muchas cosas. La salud mental también es salud, el tener economía también es salud, porque, si no, la gente en lugar de Covid se morirá de hambre. En Navidades en todas las autonomías se tomaron medidas que después no se cumplieron y la gente se juntaba. Nosotros, como ciudadanos, no cumplimos las normas, sólo había que ir por la calle. Lógicamente, un confinamiento de dos o tres semanas habría sido más positivo.

-Centrémonos ahora en su persona. ¿Cómo es su día a día?

-Llego aquí -a su despacho en la dirección general de Salud Pública- sobre las nueve, y estoy trabajando hasta las nueve o las diez de la noche. Como en un cuarto de hora y hay días que mirando el ordenador. En la primera ola nos íbamos de aquí todos los días a las dos y las tres de la mañana, incluidos sábados y domingos. Ahora ya tenemos un poco de descanso los fines de semana. Decimos de broma que nuestro grupo de convivencia estable somos nosotros mismos -en referencia a sus compañeros de trabajo- porque estamos más aquí que con las familias.

-¿Cuál ha sido el momento más crítico?

-Aún no tengo una suficiente perspectiva de la pandemia, diría que hay dos momentos, pero cuando sea capaz de verlo con un poco de lejanía igual pienso de otra manera. En la primera ola, fue ver que seguían subiendo los casos y la tristeza que me daba ver que no había nadie por la calle, y pensar cómo lo estaría pasando la gente en sus casas. Eso para mí fue muy crítico. Y ahora, ver la cantidad de fallecimientos que había día a día. A nivel personal, mi hija dio a luz, no pude estar con ella, y no pude ver a mi nieto hasta que había cumplido más de un mes. Estaba trabajando mientras daba a luz y no pude ir al hospital porque estaba prohibido. Y estuvo sola. Eso lo llevé mal.

-¿Y el más reconfortante?

-El primer día de la tercera ola que vimos que estábamos bajando mucho, hasta el punto que acudimos a los informáticos a ver si había algún error porque había muy pocos casos. Porque fue de repente. Por las mañanas, en lugar de buenos días, preguntaba cuántos casos hemos tenido, y cuántos muertos, y ver que eso ha ido cambiando... De tener 8.000 o 9.000 casos todos los días a lo de ahora es una alegría continua.

-¿Qué les diría a las familias de los casi 7.000 fallecidos?

-(Respira profundamente) No hay manera de consolarlos. No sólo han perdido a un familiar, sino además en unos momentos en los que ni han podido estar con él en muchos casos porque no sabíamos lo suficiente. La tristeza de que un familiar se muera solo y nos has podido acompañarlo, que a los entierros ha podido ir poca gente, y es un momento donde necesitas a la familia y a los amigos como apoyo y no lo has podido tener. La tristeza es más importante que cuando alguien se va porque no has tenido ningún calor alrededor y no has podido estar con esa persona. Para eso no hay consuelo. Debe haber sido mucho más doloroso que cuando pierdes a una persona en una época normal. Y ojalá que con lo que hemos aprendido vaya cambiando. Y en los fallecimientos de las residencias la tristeza es inmensa.

-Mañana se reducen las restricciones en la hostelería. ¿Iría a un restaurante a comer con amigos?

-Sí, pero con tres amigos y en la terraza. E intentaría que esos tres amigos fuesen mis compañeros de trabajo o mi núcleo de convivencia, no amigos míos que no los veo nunca porque hay más riesgo para todos, sino con la gente con la que habitualmente estoy. Los epidemiólogos somos de estar fuera a no ser que sea un espacio que esté totalmente ventilado. Y no porque el espacio no esté bien, sino porque no me fío del resto de gente que esté en el restaurante.

-¿Por qué no?

-Ha ido gente enferma a trabajar y nos ha producido brotes, hay gente que pasa y no me fío. El problema es que los autónomos, si no trabajan, no cobran, y conlleva perder clientes. El problema del aislamiento en España tiene que ver con eso, que hay mucha gente que no lo hace porque necesita seguir trabajando. Hay un sector importante que incluso cuando tiene sintomatología no ha ido al médico porque ir supone el riesgo de que tengas que quedarte aislado.

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