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Bejís: la lenta resurrección tras un gran incendio
El matorral revive tres años después mientras árboles calcinados siguen sin talar, se abandonan cultivos quemados, un hotel ha cerrado y los negocios sobreviven al 60%
Mientras España arde, son muchos los montes de la Comunitat que aún se recuperan del fuego. Nuestra historia reciente de incendios forestales tiene dos ... terribles hitos críticos: uno fue en 2012, con casi 53.000 hectáreas arrasadas por los desastres de Cortes de Pallás y Andilla. El segundo, en 2022, cuando las llamas destruyeron más de 30.000, la mayoría de ellas concentradas en dos fuegos declarados en un verano infernal en la Vall d'Ebo y Bejís.
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Este último desastre, causado por un rayo, acaba de cumplir ahora tres años. Se declaró el 15 de agosto en el paraje de Arteas de Arriba (Bejís) y marcó el interior de Castellón con una herida forestal y económica de la que aún no se ha recuperado: 18.500 hectáreas arrasadas por lenguas de fuego que avanzaron por Bejís, Torás, Viver, Teresa, Sacanyet, El Toro, Andilla… En suma, 400 kilómetros de perímetro en el corazón del Alto Palancia.
Además, se rozó la tragedia cuando un tren en tránsito, el bautizado políticamente como «del pánico», quedó envuelto por las llamas sin que nadie diera la orden de no avanzar entre Bejís y Torás. A pesar del desalojo preventivo de ambos municipios. El resultado, una veintena de heridos y un dilatado proceso judicial todavía sin responsables. Es una muestra de descoordinación ante una emergencia que después se repetiría con la dana, a mucha mayor escala. Dos graves errores de gestión encadenados.
¿Qué ha pasado en la zona incendiada en estos tres años? Según la Conselleria de Medio Ambiente, un 54% de la superficie arrasada son terrenos de titularidad privada, donde arreglar los destrozos de las llamas queda a decisión de los particulares. Los montes de gestión autonómica se extienden por algo más de 7.700 hectáreas.
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Allí, y sólo allí, «se planteó la extracción de la madera en aquellas zonas donde era técnicamente viable y necesario para no comprometer futuros trabajos de ayuda a la regeneración tras el incendio», detalla la Generalitat. Es decir, quedan pinos calcinados por talar en zonas escarpadas donde el acceso de maquinaria es más complicado o en parcelas privadas cuyos propietarios no han asumido el esfuerzo económico que conlleva la retirada.
En nuestra visita a la zona devastada nos topamos con máquinas que aún trabajan en la trituración o retirada de ramas, árboles negros abandonados a su suerte en las cumbres. En el lado positivo, unos pocos pinos jóvenes nacidos espontáneamente o un lecho de matorral que ha reverdecido con las lluvias y, al menos, tapa la desnudez lunar que queda tras un desastre forestal de estas características.
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Medio Ambiente ha invertido dos millones de euros en los trabajos postincendio más urgentes en el Alto Palancia. Ahora faltan los de reparación y reforestación en los pueblos afectados, cuyo inicio no se espera hasta el año próximo. Consisten en tratamientos selvícolas, corta de arbolado quemado, repoblación, mejora de caminos, balsas para fauna…
Este impulso autonómico abarca una superficie de 352 hectáreas. Parece muy poco si tenemos en cuenta esas 7.700 hectáreas de monte público arrasado. Pero los presupuestos son los que son y el departamento autonómico aclara: «El objetivo de las actuaciones es la protección del suelo y la ayuda a la regeneración natural en aquellas zonas donde ésta no se produce o es muy escasa».
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«A mano y con motosierra»
Carlos del Río es el alcalde de Torás, núcleo del desastre junto a Bejís. «Estimo todavía un año más para que se puedan limpiar todos los restos del incendio», apunta. «De momento, sólo se ha podido actuar cerca de las carreteras y caminos, donde llegan las máquinas. Queda lo más complicado, las zonas escarpadas. Allí habrá que trabajar a mano, con motosierra y carreta».
Con el monte privado, lamenta, «todo es diferente y más costoso». Allí, describe, «algún propietario ha cortado algún pino quemado, pero el trabajo de reparación ha sido mínimo porque es caro y las ayudas son escasas». Aún así, Medio Ambiente recuerda que los particulares «pueden acogerse a subvenciones de gestión forestal».
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Existe otro punto sin solución en todos los pueblos del incendio: el de los pequeños propietarios de cultivos heredados que fueron pasto de las llamas: olivos, nogales, almendros… La mayoría los cuidan personas mayores por afición o para el autoconsumo. Son muy pocos ya los que viven de la agricultura.
Según el alcalde, «salió una línea de ayudas de la Conselleria de Agricultura para quien retirara árboles quemados y plantara de nuevo, pero las subvenciones no cubrían el coste de esta labor». Muchos «han dejado sus campos morir con los árboles calcinados porque no ven futuro ¿Van a esperar 10 años para que crezcan los nuevos y obtengan fruto y rendimiento? No les renta».
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La sorprendente instrucción del tren de Bejís: dos años y medio archivada
Los olivos o almendros devastados son ahora garras negras que jalonan muchos caminos y vías. Afean el paisaje. Pero los cultivos abandonados entrañan también un riesgo de incendio para el futuro, con vegetación baja crecida sin cuidado alguno al lado del poco monte regenerado.
El alcalde de Torás es realista: «La naturaleza hace su trabajo, pero yo creo que aún tendrá que pasar casi medio siglo para ver el monte tal y como lo teníamos el 14 de agosto de 2022». Mientras, «urgimos más ayudas de la Administración para lograr cambiar la vida ganadera y agrícola por una oferta rural de hostelería, turismo de naturaleza y cultura».
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Bejís también sale, como puede, al paso del desastre. Su alcaldesa, María José Madrid, eleva sus quejas: «Se presupuestó un millón de ayuda en 2023 pero con el cambio de gobierno se eliminó y no nos llegó nunca».
El ayuntamiento va a crear un plan director forestal para definir «cuándo y qué tipo de árboles le conviene a nuestro monte para evitar o minimizar nuevos incendios». Mientras, «hemos talado con medios propios aquellos que la Generalitat ha dicho que se podían talar. Los que no, ahí se han quedado». Los pequeños municipios «no tenemos ni medios técnicos ni presupuestos» para afrontar las consecuencias de un desastre semejante.
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«Esfuerzo sin beneficio»
El turismo, lamenta Madrid, «se ha resentido, pero remonta» al ritmo en que el monte reverdece. El camping Los Cloticos sigue con su actividad, pues se ubica en una zona próxima al río Palancia cuyo entorno forestal se salvó. También los apartamentos rurales del casco urbano subsisten tres años después.
Pero ni mucho menos es lo que era. «Estaremos a un 60% de negocio que había antes del incendio», puntualiza José Burgal, presidente de la asociación empresarial de Bejís, Aecotur. «Salvo una carnicería, ningún negocio ha cerrado, pero la clientela en general es muy justa. Sólo da para mantenerse a flote con mucho esfuerzo y pocos beneficios».
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Artemi Cerdá es profesor de Geografía en la Universitat de València y miembro del grupo de investigación sobre erosión y degradación del suelo, Seder. «El fuego está presente en todos los ecosistemas, salvo en zonas polares, y hay incendios desde que hay vegetación», reflexiona.
La erosión del terreno por el fuego se recupera, aproximadamente, «a los dos o tres años». Otra cosa es el arbolado. «Con pinos o eucaliptos tarda lo que tardamos en replantar». Pero marca un matiz: «Muchas veces la acción humana, no es la mejor opción». Se refiere a que los tractores o maquinaria pesada «dañan mucho el territorio». En ocasiones, «el daño que hacemos en nombre de un incendio es mayor que el incendio en sí mismo». En sintonía con lo que expone Medio Ambiente, «en algunos puntos sí hay que actuar y en otros, no».
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Tras el incendio de Bejís, ahonda el experto, «las zonas de pinares están teniendo dificultad para recuperarse porque la biodiversidad que había era muy baja, pero las de matorral o encinares han renacido muy bien». Lo importante ahora es «generar bosques más diversos». Esa «sería una buena lección», sentencia.
De la adversidad del fuego ha nacido también Oriwa, una asociación vecinal con objetivos medioambientales. Son 260 miembros de cinco municipios damnificados y aportan su grano de arena para resucitar el monte. Magda Lázaro, vecina de Bejís, es su presidenta: «Hemos reforestado algunas hectáreas plantando varias especies autóctonas: encinas, robles, almeces, madroños...». Las primeras dominaban la zona hasta que se instauró el pino en los años 60 y 70. Oriwa rechazan esta especie en la reforestación «porque no hay industria maderera y se convierte en el alimento del próximo incendio».
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Miguel Macián Propietario de una vivienda quemada en Bejís
«La casa se reparó, pero el fuego sigue omnipresente en las vistas»
Tiene 71 años y su casa en Bejís acabó seriamente afectada por el incendio. «Fui desalojado con todos los vecinos y al volver me encontré con el desastre», recuerda Miguel. «Abrí la puerta y todo negro. Daños en el sistema eléctrico, el suelo, techos, paredes, muebles...». Los desperfectos fueron tasados en 35.000 euros y las reparaciones duraron casi medio año, un tiempo en el que estuvo privado de la vivienda y tuvo que alojarse con otros familiares en sus visitas al pueblo. El seguro privado del hogar «ha respondido al 100%», pero el daño persiste más allá de lo económico, cada vez que se asoma al gran ventanal de su salón: «El fuego sigue omnipresente en las vistas, en el paisaje. Los árboles quemados siguen trayendo el desastre a nuestra memoria».
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José Burgal Comerciante y voz de los empresarios de Bejís
«Son ya tres años a pérdidas. Nos quedamos sin entorno»
José Burgal encarna el daño del fuego en el comercio más turístico. Está al frente de 'Tesoros del Palancia', preciosa tienda de gastronomía, artesanía y souvenirs que llevaba un año abierta cuando sobrevino el desastre. «El cambio fue radical. Un bofetón. Nos quedamos desnudos, sin negocio. De cien a cero en cinco días», resume. «Perdimos nuestro entorno y eso ha reducido las visitas». El resultado, «tres años a pérdidas». Recibió una pequeña inyección de 6.000 euros de la Diputación de Castellón, «muy insuficiente para la oportunidad de negocio perdida en los años posteriores», estima. Quienes viven del turismo en Bejís «nos hemos tenido que reinventar con ofertas como catas gastronómicas y otras experiencias». Sólo queda «esperar y confiar».
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Carlos del Río Alcalde de Torás
«Nuestro hotel cerró. Sigue sin visitas y sin administrador»
El hotel Antonio Ponz de Torás había colgado el «completo» cuando los huéspedes de sus 18 habitaciones tuvieron que huir ante el avance del fuego. Hoy es una especie de edificio 'fantasma' que recuerda tiempos mejores, un espacio de propiedad municipal que sigue sin explotación, vacío, perfectamente acondicionado y a la espera de que algún empresario administrador asuma el alquiler para retomar la actividad. Más allá de alguna cesión puntual, como un reciente cumpleaños, el edificio sigue con sus puertas cerradas y las toallas plegadas en círculo en el borde de las camas sin que nadie se seque con ellas.
A falta de responsables, es Carlos del Río, el alcalde, quien nos abre las puertas. «Llegaron los problemas económicos. Estaba todo negro y sólo venía algún curioso. El inquilino administrador lo dejó y el hotel se cerró», describe el responsable municipal. «Nadie quería visitar un lugar donde todo olía a quemado y no se escuchaban los pájaros». Pero hay esperanza: «Estamos en conversaciones con algunas cadenas y es posible que en el medio plazo el hotel reviva», concluye Del Río.
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Julio Planas Propietario que perdió olivos y nogales
«Me daban 60 euros de ayuda y el arreglo me costaba 600»
Julio Planas resume el perfil de propietario agrícola en el Alto Palancia. Jubilado, de Zaragoza, y dueño de un pequeño campo de 25 almendros y nogales que cuidaba por afición y para autoconsumo. «Todo se lo llevó el fuego», lamenta. Llegaron las ayudas de la Conselleria de Agricultura «y me daban 60 euros si me comprometía a arrancar los árboles quemados y replantar otros». Entonces hizo cálculos: «Contratar operarios y volver a colocar ejemplares costaba unos 600 euros». Diez veces más que el auxilio económico. Hizo lo que han hecho muchos: tirar la toalla y abandonar el terreno, dejarlo morir. «Este campo es una herencia familiar. Lo he cuidado 50 años y siento lástima de que todo el esfuerzo de tantas generaciones se haya perdido».
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