El Museo del Abanico de Aldaia, entre el aire, barro y renacimiento
El MUPA ha pasado de los pliegues del silencio a convertirse en un testimonio vivo de la resiliencia cultural a la largo de este último año tras el paso de la dana
Nacho Roca
Catarroja
Jueves, 20 de noviembre 2025
El Museo del Palmito de Aldaia (MUPA) volverá a abrirse paso en 2026 entre el barro y la memoria como un ejemplo palpable de resiliencia cultural. Instalado en la Casa de la Llotgeta, joya renacentista del municipio, el museo reúne una colección que documenta la artesanía del abanico, con su técnica, sus oficios y su papel social, y que, tras la devastadora dana del 29 de octubre de 2024, afrontó una reconstrucción que ha acabado por reforzar su condición de atractivo turístico, cultural y etnológico de Aldaia.
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El director del MUPA, Francesc Martínez, asegura que «el museo es la obra de un pueblo que ha aprendido a defender su memoria». Su relato sirve sobre todo para explicar cómo se ha salvado y reconstruido una parte esencial del patrimonio valenciano.
La inundación alcanzó 1,20 metros en la planta baja del edificio, arrasando vitrinas, museografía y parte de la colección. Los daños materiales se han estimado en más de 228.000 euros, aunque el valor simbólico de las piezas dañadas era, sin embargo, incalculable. En las primeras horas tras la catástrofe, el Ayuntamiento de Aldaia organizó el traslado de las piezas al Teatre Auditori Municipal (TAMA), donde se habilitó un taller temporal y se puso en marcha un plan de emergencia para estabilizar, limpiar y documentar los objetos afectados. «Cuando vi cómo el agua entraba en la Saleta supe que había que actuar sin demora. El objetivo era salvar lo recuperable y documentar todo para la restauración», recuerda Francesc Martínez Sanchis.
La intervención fue coordinada y contó con la participación de una red de instituciones y especialistas, l'ETNO y el Museu de Prehistòria de València aportaron equipos de restauración y experiencia técnica; la restauradora Ana Serrano participó en tareas clave de conservación; el taller Abanicos Blay Villa de Aldaia se encargó de reconstruir varetajes y piezas estructurales; el Centre d'Arts i Oficis local y l'Institut Valencià de Conservació i Restauració trabajaron con piezas específicas y mobiliario tradicional; y la Fundació Hortensia Herrero contribuyó a la rehabilitación de espacios expositivos. La colaboración culminó en la restauración de 192 abanicos y objetos asociados, una cifra que resume meses de trabajo minucioso y de cooperación entre administración, expertos y artesanos. «No todo se puede dejar como estaba, ya que algunas piezas quedarán como cicatrices visibles, porque la herida forma parte de la memoria», puntualiza el director.
El MUPA, que abrió oficialmente en 2015 tras una adaptación compleja de la Casa de la Llotgeta, siempre aspiró a ser más que un museo local. Su programación y su integración en la Red de Museos Etnológicos de la Diputació, la participación en programas de intercambio y sellos como España Artesana, lo han situado como referente en el estudio del abanico y en la preservación de los oficios tradicionales. Tras la dana, esa vocación se ha reforzado. La nueva museografía incorpora no solo piezas recuperadas y restauradas, sino también el relato del desastre, los procesos de conservación y un plan de prevención ante inundaciones que incluye compuertas estancas, protocolos de emergencia y medidas arquitectónicas para reducir riesgos futuros. «Queremos que el museo enseñe también cómo se protege lo que importa», afirma Martínez Sanchis.
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La recuperación material fue acompañada de una estrategia cultural que puso en valor el vínculo entre el museo y la comunidad. Se publicó un decálogo para la conservación doméstica de abanicos afectados por la dana, se organizaron talleres y se recogieron testimonios orales de artesanos y vecinos que permitieron digitalizar conocimientos técnicos, desde el calado hasta el varetatge, y preservarlos para futuras generaciones. Esta labor de documentación complementaria ha sido tan importante como la restauración física, la digitalización previa, inventarios y fotografías sirvieron como referencia durante las intervenciones y permitirán mantener contenidos para visitas virtuales mientras se completa la reordenación expositiva.
La intensa labor de restauración ha tenido además un componente simbólico que ha conectado con la historia local. Francesc Martínez Sanchis, historiador y periodista formado en la Universitat de València, ha publicado una investigación sobre las riuades y la memoria del territorio. En su libro «Aïgues de fang. Riuades d'Albal i la comarca de l'Horta (1864-1957)» ya abordó episodios que marcan la relación entre comunidad y agua. Ahora, sobre el terreno, la reconstrucción del MUPA se lee también como una continuación de ese trabajo: «El abanico es noticia plegada; las riuades forman parte de nuestra historia y nos enseñan a protegerla», explica. Esa conexión entre investigación, patrimonio y comunidad ayuda a entender por qué el MUPA se ha convertido en un reclamo para visitantes que buscan algo más que una exposición: buscan una historia viva, enseñanzas sobre oficios y la relación entre tradición y contemporaneidad.
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Además de su valor etnológico, el museo se perfila como motor turístico para Aldaia. La rehabilitación de espacios y la aportación de exposiciones temporales, como la muestra donada por la Fundació del Disseny de la Comunitat Valenciana, «Dissenyar l'aire», que reúne reinterpretaciones contemporáneas del abanico, amplían la oferta cultural y atraen a públicos diversos. La pieza «Priscila», obra del artesano Ángel Blay Villa y recuperada de las aguas, ha sido adoptada como emblema del renacer del museo y se ha convertido en símbolo de la artesanía local frente a la adversidad. «Priscila representa lo que somos capaces de reconstruir cuando trabajamos juntos», dice Martínez.
Mirando al futuro, exponer la evolución del abanico en la Comunitat Valenciana desde el siglo XVII hasta hoy y mostrar, además, cómo la gestión del riesgo y la colaboración institucional pueden preservar el patrimonio. Las ayudas económicas, la intervención de fundaciones y el esfuerzo de profesionales y vecinos confirman que la protección del patrimonio no es solo una cuestión técnica, sino un compromiso colectivo. El museo ha salido reforzado, conserva piezas restauradas, incorpora la memoria del desastre en su relato y se proyecta como un espacio de visita obligada para quien pase por Aldaia en busca de historia, oficio y cultura.
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Al final, la historia del MUPA no se reduce a vitrinas ni a catálogos. Es la historia de un aire que se aprende a respirar de nuevo. Francesc Martínez lo resume así: «Cada abanico que recuperamos es una victoria compartida. No hemos recuperado solo objetos, hemos recuperado la confianza de un pueblo en su propia memoria». Y esa confianza es, quizá, el mayor patrimonio que el museo ha sabido salvaguardar.
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