Lunes, 24 de septiembre 2018, 01:27
La cementera de Benagéber es un imponente lugar perdido entre la naturaleza del interior de Valencia.
FOTO: TXEMA RODRÍGUEZ | TEXTO: TAMARA VILLENA
La enorme construcción todavía se contempla desde lo lejos, como un colosal castillo de hormigón entre agua y maleza.
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Situado junto al pantano de la localidad de Benagéber, es un enclave industrial abandonado y fascinante, cuya historia refleja dos de las secuelas que dejó el franquismo: la migración y el olvido.
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Unos enormes silos construidos entre la masa de cemento dan la bienvenida a esta gigantesca formación abandonada, ubicada en un rincón privilegiado y bien pensado: en la misma montaña, de donde se podrían extraer los materiales necesarios para su actividad productiva.
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Construida en la década de los cuarenta, fue gestionada por la misma empresa que se encargó del embalse, Portolés y Cía, que se convertiría en una de las principales empresas de obras públicas tras la Guerra Civil.
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La fábrica de cemento Portolés y Cía estuvo operativa entre los cuarenta y setenta del siglo pasado y sus construcciones de aquella época permanecen actualmente como importantes muestras de arqueología industrial.
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La construcción del pantano de Contreras también corrió a cargo de esta empresa, prueba de su estrecha colaboración laboral con el gobierno franquista.
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En aquella época, la mayoría de los habitantes de Benagéber eran los trabajadores de las obras del embalse y la cementera.
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Por ello, cuando en 1955 finalizaron los trabajos para la formación del pantano la mayoría de la población emigró y el lugar quedó sumido en la quietud que, a día de hoy, le sigue caracterizando.
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Las cifras hablan por sí solas: en 2012, el censo del municipio registraba una población de 13 habitantes.
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Aunque también ha tenido sus momentos de intensa actividad. El nombre de la localidad le sonará a más de uno por albergar, en la Nochevieja de 2015, la famosa ‘rave’ ilegal que congregó a unas 3.000 personas en el aeródromo de Benagéber.
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Tras el temporal incidente, el municipio volvió a ser el tranquilo enclave que recuerda un pasado industrial no tan lejano.
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Popularmente, se rumorea que cerca de 500 municipios yacen en las profundidades de los pantanos y embalses que se construyeron durante la dictadura.
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Aunque ya no aparecen en los mapas, forman parte de la memoria colectiva de la población que fue obligada a emigrar. Pueblos sumergidos de los que sigue quedando historia.
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La de Benagéber es una de ellas. El pueblo ‘original’ está sepultado bajo las aguas del embalse. Es uno de esos pueblos ‘sumergidos’ entre el agua y el olvido, contra el que nadan con fuerza las memorias y empeño de quienes un día lo habitaron.
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El embalse, en pleno río Turia, se remonta al año 1931, cuando la -por entonces- Dirección General de Obras Hidráulicas aprobó su creación.
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El 5 de de abril de 1932, Niceto Alcalá-Zamora, presidente de la República, inauguró las obras bajo el nombre de Pantano de Blasco Ibáñez.
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Su construcción se alargaría hasta el año 1955, cuando el gobierno franquista rebautizó el proyecto como Embalse del Generalísimo.
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Cuando comenzaron las obras, se trataba de la presa más alta de España, con 105 metros.
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Los trabajos congregaron a más de 5.000 personas, entre ellas unos 700 vecinos de la localidad que desaparecería bajo las aguas.
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Lo que se presentaba como un ‘bien común’ suponía una sentencia que relegaba a centenares de habitantes a la búsqueda de nuevos asentamientos y nuevas vidas.
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Un discutible argumento que reorganizó el destino de los habitantes de un lugar que quedaba a más de 100 metros de profundidad.
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Porque aunque la inauguración no llegó hasta casi 20 años más tarde, las casas de este entorno quedaron deshabitadas ante la inminente sumersión.
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Para dar cabida a los antiguos habitantes, se crearon tres núcleos de población alejados entre sí, pero que mantenían sus orígenes en el ‘apellido’:
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San Antonio de Benagéber, San Isidro de Benagéber y el nuevo pueblo de Benagéber.
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Formadas tras la movilización, estas aldeas acogieron a familias enteras y vecinos de la desaparecida localidad, junto a la que todavía se alza esta imponente cementera.
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Es imposible explicar su historia sin tratar la del embalse, porque se construyó para abastecer de cemento a las obras de la presa.
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Se emplazó en plena montaña para poder extraer del mismo lugar los materiales necesarios para la elaboración de hormigón.
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En su momento, la cementera fue un proyecto pionero en el entramado industrial valenciano.
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Era una planta productiva adelantada, dentro del contexto de la provincia de Valencia a mediados de siglo XX.
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La fábrica se creó para elaborar el hormigón junto a la propia obra de la presa, aprovechando la roca calcárea de la zona montañosa, y facilitar así el trabajo en la misma.
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Se integró tanto en los trabajos del embalse que, desde el principio, el producto final de la fábrica llegaba directo a la obra mediante un sistema de vagonetas eléctricas.
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Una mecánica que minimizaba las pérdidas y fabricaba, aproximadamente, «cien toneladas diarias de cemento», según publicaba el ABC en su edición del 15 de mayo de 1947.
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«No hay un solo desperdicio por acarreo», aseguraba el texto del diario sobre la eficacia de la cementera.
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A pesar de la grandeza del embalse, la cementera destaca notablemente sobre el entorno, simulando un auténtico palacio de cemento perdido entre vegetación y montañas, excavado en la misma cantera.
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La portentosa infraestructura recogía el material por un lado y lo devolvía por otro, convertido ya en cemento y listo para ser empleado en la obra.
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Cuando finalizaron los trabajos para la construcción del pantano, Portolés y Cía continuó con la explotación de la fábrica.
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Finalmente, la empresa optó por vender esta planta, junto a la que tenían en Contreras, a Cementos Turia.
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La nueva propietaria mantuvo la cementera en funcionamiento hasta mediados de la década de los setenta, cuando decidió terminar por completo con su actividad industrial.
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Tras el cierre de esta colosal construcción, las instalaciones y el lugar pasaron al completo abandono.
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Desde entonces, la naturaleza ha ido poco a poco recuperando el terreno ‘perdido’ y adentrándose en la infraestructura, que ya forma parte de la propia vegetación.
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Su impresionante maquinaria permanece estática y oxidada, decorando un entorno único con su particular toque de hormigón.
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Benagéber sigue conservando su encanto rural, con un rico patrimonio natural y medioambiental, justo en la comarca de Los Serranos.
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Parajes verdes albergan este templo de la arquitectura industrial en la Comunitat, vestigio de una España donde el gobierno trataba de dejar la ruralidad a empujones.
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