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Los valencianos del ala senior recuerdan este edificio al pie de La Marina como el hogar de un añorado restaurante que hace unas cuantas décadas ... triunfó con su cocina burguesa entre las mejores familias de la ciudad. Nadie olvida tampoco, desde luego, su faceta más conocida, que sirve incluso para bautizar su figura: The Terminal Hub se llama así porque, en efecto, albergaba las instalaciones para el trayecto en barco hasta Palma, destino frecuente de excursiones iniciáticas para la adolescencia del lugar y para el veraneo familiar. Pero este majestuoso edificio, de sugerente encanto, dispone de un atributo más singular que le hace merecedor de incluirse en las mejores páginas dedicadas a la arquitectura moderna valenciana: es un acabado ejemplo de estilo brutalista, puesto de moda por la reciente película homónima. Una obra de autor poco conocido que mucho tiempo después de erigirse sigue emocionando a quien contempla su esqueleto o pasea por su interior, objetivo de una atinada reinvención a cargo del despacho de Ricardo Orts. Una reinvención como sede de un dinámico centro de emprendimiento avalada por su recién adquirida condición de sede del festival arquitectónico Open House, que este viernes presentó su programación para la edición 2025.
Hasta llegar a este punto clave de su trayectoria, el edificio acumula una interesante vida, con un primer capítulo consagrado a destacar su autoría, desconocida hasta hace no demasiado tiempo. Había quien por Valencia pensaba que podría tratarse de una creación del gran Antonio Escario, porque encontraba analogías entre su estilo (esa misma propensión al brutalismo que distingue a su obra más divulgada, la Pagoda) y la sintaxis propia de este otro ejemplo de alta arquitectura. Pero era una atribución errónea. Javier Escario, arquitecto como su padre, recordaba que era una obra que le llamaba mucho la atención por la acusada calidad de su factura pero no: no era suyo. Era de un arquitecto que falleció hace años en el trágico accidente del Monte Oiz, junto a Bilbao. No recordaba el nombre pero Google hizo su trabajo: diseñado originalmente por el ingeniero Federico Gómez de Membrillera en 1914, el inmueble fue parcialmente destruido durante la Guerra Civil y más tarde reconstruido en los años 80 por el arquitecto Antonio Espinosa, «en una reinterpretación audaz y rupturista para su época».
Son las palabras que emplean desde The Terminal Hub para explicar las características de su sede, en vísperas de que acoja hasta el próximo otoño las actividades de Open House. El festival apuesta en cada edición por reivindicar no sólo la plasmación de la arquitectura en los casos que pone a disposición de quienes los deseen visitar sino que aprovecha para defender la pertinencia de subrayar ante la opinión pública el valor de iconos como es el presente ejemplo, igual que antes la organización que capitanea ahora Sara Portela hizo lo propio con el Veles e Vents o más recientemente el Luis Vives.
Es el turno en la edición 2025 para este apabullante paquebote varado en la ribera del Mediterráneo, beneficiario de una acertada rehabilitación cuyo autor describe en estos términos. «Es muy importante la sensibilidad que uno tenga como arquitecto para entender que pese a que no se trate de un edificio protegido, tiene un valor arquitectónico en su diseño y su concepción que no solo requiere un respeto en la actuación: también requiere potenciar sus virtudes». «De esta manera», prosigue, « se hace todo mucho más sencillo a la hora de abordar su adecuación gracias a ese hilo conductor que ayuda en gran medida a la toma de las decisiones».
Otras autorizadas voces se apuntan a ese mismo hilo argumental. Para el arquitecto Luis Sendra, la antigua terminal «no es un edificio brutalista 'per se', pero sí lo es al compararlo con su entorno: que está fuera de lugar porque en ese momento se buscaba hacer algo disruptivo». Según esta teoría, Antonio Espinosa, influido por el Movimiento Moderno y por figuras como Ludwig Mies Van der Rohe, diseñó un edificio que dialoga con los grandes referentes de la arquitectura contemporánea internacional, como apunta otro prestigioso profesional valenciano, Carlos Salazar. «Los grandes rascacielos de Nueva York y Chicago y las bóvedas que me recuerdan a Le Corbusier», señala, «son un ejemplo de este híbrido entre dos arquitecturas, del que The Terminal Hub es heredero».
Una compleja propuesta que está muy presente en el abordaje de la reciente reconversión del edificio, como resalta su auto. Para Orts, «pese al cambio de uso, el funcionamiento del edificio a grandes rasgos es similar», una tesis que explica con más detalle: «El grado de privacidad de las plantas se corresponde en mayor o menor medida a la antigua terminal de pasajeros»; es decir una planta baja más pública con menos restricciones de acceso, una intermedia más privada «correspondiendo con antiguas oficinas y espacios servidores del edificio» y finalmente una segunda planta abierta «con una restricción intermedia donde accedían los pasajeros que se corresponderían con los usuarios de los puestos fijos» de la actualidad. En resumen, «en el uso de edificio como hub», la itinerancia de los nuevos usuarios equivale «en otro orden de magnitud» con los trayectos de los antiguos pasajeros. También ahora, concluye, «el usuario de The Terminal Hub es itinerante»; en consecuencia, identificar como hace su proyecto de reforma la idea original y su antigua función para que se adapte al uso actual encarna una cierta garantía de éxito. Y representa en cierto sentido un homenaje a un arquitecto, Antonio Espinosa, poco conocido, que según su colega valenciano Tito Llopis merece un reconocimiento superior: Valencia ya ha puesto la primera piedra.
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