La nueva vida del Luis Vives: paseo por una obra clave de la arquitectura valenciana
Un recorrido de la mano del arquitecto José Tomás, artífice de su reforma, desvela los secretos de un edificio reconvertido de su función como residencia a sede de la Universitat de València
El edificio Luis Vives, reconvertido hace más o menos un año bajo la nomenclatura de Espai Vives para acoger una de las sedes de la ... Universitat de València, es uno de tantos edificios de la ciudad que dispone de varias vidas, como los gatos. Uno de estos animales cruza precisamente por la avenida Blasco Ibáñez donde se alza el edificio, debido a la mano maestra del prestigioso arquitecto Javier Goerlich, mientras iniciamos en su esbelta entrada el paseo que propone para LAS PROVINCIAS el autor de su reforma, otro reputado profesional valenciano. José Tomás guía este itinerario por las entrañas del edificio mediante una serie de pistas cuyo propósito consiste en que prospere su intención primordial. Desvelar las distintas capas de actuación sobre la obra original, de acuerdo con el encargo que recibió del rectorado del campus público: alterar la fisonomía del Luis Vives para que obedezca a sus nuevas funciones, sin traicionar el espíritu fundacional de un caserón clave para entender lo mejor de la arquitectura de nuestro tiempo. Una hora después, cuando concluya la caminata por los rincones más conocidos y los más discretos del edificio, podrá concluirse que prueba superada. Misión cumplida: Tomás puede presumir de haber preservado la esencia del antiguo Colegio Mayor Lluís Vives.
Un poco de historia. Construido en 1945 a partir de aquel proyecto de Javier Goerlich, este espacioso inmueble, que algo tiene de palacete en su estampa y su organización interna, fue declarado Bien de Relevancia Local: una distinción que obligaba a extremar el celo en su rehabilitación al equipo de Tomás, obsesionado además con otra objetivo primordial: adaptar su encargo a la lógica de nuestros días. Es decir, transformar el Vives en un edificio eficiente energéticamente y totalmente accesible, sin desprender al conjunto de su encanto y su proteica historia. «Hemos conservado todos los elementos arquitectónicamente claves del edificio original, hemos reforzado la estructura del edificio y se han replicado los techos y las escaleras de mármol», señala. Estamos ya dentro de la finca, al pie de esa escalera que cita: un modélico ejemplo de cómo reconvertir el original en una pieza que admita los códigos vigentes en materia de seguridad (mediante un astuto y elegante recalzamiento), de acuerdo con una sintaxis que el proyecto de reforma traslada también a otros detalles: es el caso de la coqueta carpintería exterior, facturada pensando siempre en imitar a la original. Una larga serie de guiños que vinculan pasado y presente que se harán presentes a lo largo del paseo, que trepa ahora hacia las estancias de los pisos superiores.
De la mano del arquitecto hemos llegado al nivel superior, donde se ubican los despachos de los vicerrectores con competencias sobre la nueva función del Espai Vives: servir como sede de aquellas competencias del campus más relacionadas con la vida estudiantil. Espacios donde antes se alzaba la vivienda que ocupaba el director del Colegio Mayor, junto a su familia, privilegiados ocupantes de una residencia enclavada en un punto estratégico de Valencia y de un edificio concebido según la formidable imaginación del gran Goerlich. «Fue un auténtico alarde estructural para la época», señala Tomás, quien recalca en este momento del recorrido esa clase de elementos que el autor del edificio puso en juego en su proyecto: por eje mplo, soluciones «que no habíamos visto antes como el traslado de la carga a los pilares exteriores». Un ideario que su rehabilitación ha respetado «imaginando cómo lo habría hecho el propio Goerlich», señala Tomás.
Esas virtudes que se observan en el edificio original conviven durante el paseo con las mejoras introducidas en su renovado aspecto. Es una especie de viaje entre dos tiempos históricos, muy sugerente. Escoltan nuestro paso novedades muy de este momento, pensadas para reforzar «la eficiencia y el ahorro energético, así como el confort» de quienes utilizan el edificio, pero al mismo tiempo el conjunto está dominado por el lenguaje fundacional que Tomás ha mantenido en gestos tan decisivos como fortalecer el aire expresionista de la obra de Goerlich, tan emparentado con los lenguajes que llegaban de Centroeuropa cuando ideó su criatura, que ahora perviven en los materiales utilizadas para su reinvención: así que por un lado tenemos las incorporaciones modernísimas (equipos de aerotermia para el agua caliente sanitaria, un sistema de gestión centralizado desde el que se controla la climatización, el sistema contra incendios y la iluminación, de tipo led y regulable con sondas de presencia, entre otros hallazgos), mientras que en cada zancada sentimos también el espíritu de aquel encargo inicial que aflora en la presencia dominante de la luz natural, uno de sus grandes activos. Espacios diáfanos que se conservan tal cual los imaginó Goerlich, más o menos, donde ahora prestan servicio las distintas dependencias de la UV y por donde antes correteaban los estudiantes que aquí se alojaron.
«Hemos conservado todos los elementos arquitectónicos clave del edificio»
José Tomás
Arquitecto autor de la reforma del edificio
Unos cuantos de ellos, miembros ahora de la generación 'boomer', recuerdan en un vídeo que se exhibe durante la visita aquellos maravillosos años de inquilinos del Colegio Mayor. Sus testimonios se recopilan en la grabación que antecede el paso a una de las estancias más relevantes del edificio: la capilla. De sus paredes cuelgan fotos antiguas que trazan los primeros pasos en la construcción del Vives, un puro esqueleto en alguna de esas imágenes, con Goerlich en primer plano caminando con un grupo de autoridades en una avenida Blasco Ibáñez casi desnuda de otros edificios. Debe tenerse en cuenta que el proyecto, aunque fue construido en la posguerra española, responde a un diseño datado hacia 1935: una sublimación del lenguaje racionalista que desemboca en su conocida fisonomía «estilo barco», como observa Tomás, que le confiere ese aire de paquebote encallado en el corazón de Valencia. En la de entonces, aquella Valencia blasquista y republicana que explica la modernidad del momento y la que vino después: la Valencia cuya Universitat aspiraba a ejercer como motor de la colonización del Paseo de Valencia al Mar. Un ideal urbano canónico, de crecimiento lineal hacia el litoral, paralizado muchos años por falta de interés, que con el paso de los años acabó abandonando su condición de construcción en la periferia urbana para operar como núcleo de centralidad alrededor de los equipamientos universitarios.
Esa es precisamente la función que ahora ha recuperado. Un nuevo Espai Vives donde congenian las dos almas presentes durante el recorrido que ya concluye. El ingenioso edificio dotado tras su reinvención de un depósito de 5.000 litros para recoger el agua de lluvia y reutilizarla en el riego de los árboles y parterres de la urbanización, puro ejercicio de sostenibilidad contemporánea, que rinde tributo a una manera de entender la arquitectura con un acusado sentido de la grandeza. Estamos en el viejo comedor, rehabilitado ahora como biblioteca. Unos alumnos consultan sus apuntes, otros leen ensimismados sus pantallas, hay quien entra y quien sale en silencio de este espacio magnífico, dotado de una rara atmósfera: un tono religioso que remite al tiempo en que se construyó, cuando todavía se pensaba que los edificios para la educación tenían que elevarse como catedrales. El espíritu que ahora ha vuelto a transpirar por el Vives.
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