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Ryan Goslin y Emma Stone, en una escena de la película.
CRÍTICA DE CINE

Romance con toques de jazz

Solamente queda el recuerdo de un romance que no llega a cuajar, eso sí, con un final verdaderamente eficaz que resume lo que podía haber sido y no fue

Jaime Crespo

Viernes, 20 de enero 2017, 09:44

Los tiempos del cine musical parecía que estaban agotados, sobre todo para los espectadores que crecieron con el amor al cine en los años cincuenta y sesenta. Veían los musicales aparecidos antes, la época de Fred Astaire y Ginger Rogers, y los que se estrenaban, en los años mencionados, bajo la dirección de Stanley Donen y Gene Kelly.

En este siglo, la película de Rob Marshall, "Chicago", y "De-Lovely" de Irwin Winkler constituyen unas de las pocas piezas que han contribuido a fortalecer este género en unos tiempos donde los proyectos cinematográficos se decantan por contribuciones mayoritarias hacia el cine de acción.

Por ello se recibe con agrado esta película de Damien Chazelle del que nos agradó su anterior filme, 'Whiplash'. Estructurada en las cuatro estaciones del año, y un epílogo, cinco años después, es una película donde se establece la evolución romántica de una pareja, Mia y Sebastian. Ella es una aspirante a actriz y él, un pianista de jazz, cuyo sueño es abrir una sala, donde su pasión por la música a ritmo de jazz sea la oferta preferida para los clientes.

La introducción en "La La Land: La ciudad de las estrellas" no engaña sobre el carácter de espectáculo que nos va a acompañar. Se trata de un inesperado número musical, iniciado por los atrapados en un atasco monumental, que tiene por objeto presentarnos a los dos protagonistas de la historia romántica que viene a continuación. Dos personas, cuyos primeros encuentros no invitan a que vayan a congeniar, terminan por atraerse mutuamente, pero el triunfo de una de ellas en su variedad artística acaba por separarlos definitivamente.

Los ingredientes del cine musical, que suele irritar a los espectadores que no se introducen en el género, son, precisamente, interrumpir el relato para dar secuencias de danza o sumergirlos en una fascinante magia, como la que acontece cuando la pareja se introducen en el Observatorio Griffith y terminan por gravitar en el firmamento.

En este sentido, Damien Chazelle ha logrado un vistoso, entretenido y elegante filme, aunque, en mi opinión, le falta ritmo en las composiciones musicales. Es decir, las canciones o los temas musicales no te acompañan a la salida, no te quedan grabadas las melodías. Solamente queda el recuerdo de un romance que no llega a cuajar, eso sí, con un final verdaderamente eficaz que resume lo que podía haber sido y no fue.

No obstante el filme va a tener una extraordinaria carrera comercial, a lo que contribuyen los aplausos obtenidos en los Festivales de Venecia y Toronto, y los recientes Globos de Oro. De todos ellos, me quedo con el de Emma Stone. Lo merece.

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