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El Ritz se quita la corbata

El Ritz se quita la corbata

A Varoufakis no le permitieron desayunar con el aristocrático Club Reform de Londres porque sacó un dedo al protocolo, pero en el exclusivo hotel madrileño ya se han adaptado a los tiempos y al ministro griego le bastaría con una chaqueta

francisco apaolaza

Martes, 7 de abril 2015, 12:21

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Con esos ventanales dando al jardín callado de la plaza de la Lealtad y a toda la dulzura de Madrid, con esos oros, esas cortinas, esos oropeles, los moldes, las magnun de champagne para emborrachar a un equipo de rugby y esas latas de caviar como cargadores de ametralladora Con ese nivel de lujo -los menús son de 85 y 100 euros sin vino-, si puedes entrar en el restaurante del Ritz sin corbata, es que puedes entrar a cualquier lado sin corbata. En esa puerta, que es la entrada a la catedral de la etiqueta, se han desabrochado el último botón de la camisa como un signo de los nuevos tiempos. Porque entre los que visten así y los que no siempre había existido hasta ahora cierta tensión identitaria. La puerta del Ritz es testigo de las chispas que han saltado en innumerables ocasiones.

"No sabe usted quién soy", le espetó el cliente. "Lo sabemos perfectamente, pero no podemos hacer nada", le contestó Francisco García de Oro, director de Comidas y Bebidas del centenario hotel. Si el diseñador y empresario Stefano Gabbana, de Dolce&Gabbana, no se ponía una corbata, por mucha chaquetilla torera que llevara y por mucho glamour que desprendiera, no entraba. Y no entró. Y juró que no volvería. "Y no volvió". El fallecido director de orquesta Herbert von Karajan también advirtió de manera muy altiva que su jersey de cuello vuelto era elegantísimo y que tampoco regresaría, pero este sí que volvió.

El hall del Ritz, en el que aún suena al piano As times goes by con suave cadencia, ese espacio de flores, butacas y moquetas del que echaron en su día a Ava Gardner por sus desvaríos con el sexo y el alcohol, es un baile de historias. En esos mismos sillones en los que revisa los correos un tipo con jersey, hace 50 años llamaron la atención a dos señoras por vestir pantalones. Agarraron un buen cabreo, se metieron en el baño, se los quitaron y salieron con el abrigo a media pierna. Ahora el sitio es el mismo y las costumbres, otras. En verano, el hotel decidió exonerar a los clientes del bar de su jardín de la obligación de llevar corbata. Incluso les animaba a quitársela: les daban una caja, la dejaban allí y cuando habían terminado el dry Martini la tenían limpia, planchada y envuelta en papeles de seda.

Después, esa norma se trasladó al resto de las dependencias. La culpa la tienen los americanos. "La mitad de nuestros clientes son estadounidenses. Llegan en aviones a las siete de la mañana después de tantas horas de vuelo, las habitaciones continúan ocupadas aún y al fin y al cabo están en su casa. ¿No les vas a dejar entrar sin corbata a desayunar?". Inmaculada Casado, PRManager del hotel, constata que los tiempos han cambiado. Sirven de ejemplo los propios Estados Unidos, un territorio donde esta prenda era un signo de estatus entre la clase dirigente y económica y que dinamitó Steve Jobs con sus presentaciones de Apple en zapatillas, vaqueros y jersey de cuello vuelto. En Sillicon Valley, la corbata es un símbolo antiguo, incluso representa a cierta clase intermedia. Allí, el que manda, véase Mark Zuckemberg, creador de Facebook, un tipo que gana 53.320 euros cada dos minutos y medio, va en camiseta. Como en España Amancio Ortega, que solo la luce en momentos excepcionales. El lujo, ahora, es llevar el botón del cuello desabrochado y los espacios exclusivos como el Ritz se están rindiendo a esa evidencia. Bueno, a medias.

Francisco García de Oro advierte de que no vale todo. Hace un par de años, un político español, del que no dicen el nombre aunque les quemen con hierros candentes, se paseó por el hall en albornoz. Intolerable. Subía del gimnasio y creyó que todo el campo es orégano hasta que le llamaron la atención. Allí no pueden llevar zapatillas de deporte ni los futbolistas que cobran como para comprarse el hotel -una habitación normal para la semana que viene sale 300 euros la noche, 3.500 si se trata de la suite presidencial- y cuando llegan, les aclaran que la equipación más adecuada es la de traje.

Boss y Carolina Herrera

Pese a todo, en el restaurante se entra con chaqueta, sirve una de punto, y zapatos. El que no tenga chaqueta puede ponerse una de la docena que se guardan en la lencería del hotel y que renuevan cada ocho meses para que no se pasen de moda. No son las que se dejan los clientes. Hay Boss y Carolina Herrera, diferentes tallas y estilos. A los norteamericanos y a los rusos no les importa ponérsela y algunos la piden para no desentonar, pero los europeos tuercen más el morro si se les indica que estarían más cómodos enchaquetados. Esto ocurre con más frecuencia de la que imaginan: varias veces al día, sobre todo en desayunos y almuerzos. "Hay que tener cuidado, porque no se trata solo de los clientes que quieran o no llevar corbata -explica García de Oro-. Hay clientes que exigen que las personas con las que comparten espacio respeten la etiqueta".

En Madrid todavía quedan lugares de cuello apretado. En el Club Financiero Génova -en un tiempo vetado a las mujeres, incluida la Reina Sofía- se les exige a los caballeros chaqueta y corbata en todo el recinto excepto, obviamente, el gimnasio. En los restaurantes Zalacaín y Horcher aún no se han apeado de la norma ni tienen ninguna intención de hacerlo. En la Sociedad Bilbaina, en Bilbao, otro de los templos guardianes de la tradición, el gerente, José Luis Cazorla, admite que el cambio ni se ha planteado. "Tenemos chaquetas y corbatas para los clientes, pero no suele darse la situación; aquí solo se puede venir con un socio que ya conoce las normas". El dress code o código de vestimenta en esta sociedad es complejo. Los fines de semana y festivos, las normas se relajan un poco. "No obstante, no se permite camiseta sin cuello. Del 1 de junio al 30 de septiembre no es necesario el uso de la corbata, aunque es imprescindible la chaqueta americana o la chaqueta de punto. Los menores de 14 años pueden acceder al restaurante los sábados, domingos, festivos y durante los meses de julio y agosto, y en casos especiales. En el Bar Inglés: chaqueta o jersey. No se precisa corbata". Lo que se necesita es un mapa.

En el Club Reform de Londres te echan el alto en la puerta del palacio veneciano si no vas encorbatado. Julio Verne quiso que en uno de sus salones Phileas Fogg, acompañado de su sirviente Jean Passepartout, se apostara 20.000 libras a que daba la vuelta al mundo en 80 días. El barón Lord Lamont, antiguo canciller de cuentas del gabinete de John Major, quiso llevar el pasado mes de febrero a un amigo a desayunar. Se trataba del griego Yanis Varoufakis, que se presentó como "el ministro de finanzas de un país en quiebra", como un tipo encantador, con mejor oratoria que todo el Gabinete de Cameron, según el Finantial Times. Cuando se presentó en el 10 de Downing Street para reunirse con el ministro de Hacienda, George Osborne, vestía camisa azul azafata por fuera de los pantalones, botas y un chaquetón indescriptible. Todo resultó muy simbólico. Simon Jenkins tituló su columna en The Guardian así: "El primer ministro griego parece una persona normal" y en el texto definió su atuendo como el que usaría Vladimir Putin para ir a cazar un oso. Lord Lamont, barón, miembro de la City y contra pronóstico amigo del griego, quiso invitarle a desayunar al Reform y no hubo manera. No podía entrar sin corbata y él no estaba dispuesto a ceder. Para entrar en el Ritz solo le falta una chaqueta.

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