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La juez Alaya.
Alaya, ¿juez y parte?

Alaya, ¿juez y parte?

Desde la Junta de Andalucía y el PSOE acusan a la magistrada de tomar partido, pero los ciudadanos ven, por encima de todo, a una mujer que lucha contra la corrupción

josé ahumada

Miércoles, 25 de junio 2014, 09:48

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Como cada día, el taxi se detiene frente a los juzgados del Prado de San Sebastián de Sevilla. Son casi las diez y media cuando Mercedes Alaya desciende del vehículo y se dirige a la puerta de entrada. Con la mirada baja y andar armonioso -a pesar de ir tirando de su maleta con ruedas-, completa el trecho y escapa al examen de los curiosos que se han girado al verla pasar. Nada en su aspecto delata la dolorosa enfermedad -neuralgia del trigémino- que la tuvo apartada del despacho durante seis meses y que la hizo volver algo más pálida y delgada; ni los 50, que cumplió el pasado mes de junio, han hecho mella. Está como siempre.

Tampoco se ha resentido su actividad. Las dudas sobre si sería capaz de mantener aquella entrega tras su reincorporación se disiparon cuando pisó el acelerador en la instrucción del caso de los ERE fraudulentos de Andalucía -136 millones de dinero público en prejubilaciones, subvenciones y comisiones irregulares-: desde entonces no ha levantado el pie, y la causa se acerca ya al centenar de imputados, con algunas piezas de caza mayor.

En el juzgado, todo el mundo la respeta. Con la mayor parte de la gente que trabaja allí mantiene una relación superficial y educada, de hola y adiós, que no da para opinar. Quienes tienen un trato más estrecho, no sueltan prenda. Ni siquiera los que acabaron mal con ella, como los jueces de refuerzo Rogelio Reyes y Ana Rosa Curra, a los que no permitió enredar en sus asuntos. Probablemente no resulte fácil adaptarse a su forma de afrontar la tarea. Aunque siempre hay excepciones, como la de Charo, la funcionaria que se ha convertido en su mano derecha a fuerza de acompañarla, sin escatimar horas, en las jornadas de declaraciones maratonianas.

Para el público que sigue por los medios el desenvolvimiento de la trama de corrupción en el Gobierno andaluz, la jueza Alaya sigue siendo un misterio, alimentado por una imagen enigmática y su silencio tozudo ante la prensa. Los únicos que tienen una idea clara de ella son quienes entienden su investigación como una batalla política: para los afines al PSOE es evidente que se trata del instrumento de venganza del PP, y quienes están más cerca de la formación conservadora se encomiendan a ella para terminar con tres décadas de hegemonía socialista en la Junta, a las que no han podido poner fin en las urnas. Y el resto, ¿qué opina?

Eva Levy, empresaria y presidenta de honor de Women Ceo -una organización que reúne a directivas de diferentes ámbitos para intercambiar conocimientos profesionales-, percibe como "una buena señal" su hermetismo. "No se prodiga en medios, ni es demasiado simpática con unos o con otros. A mí me parece una profesional de una esfera muy delicada, que se toma en serio su trabajo". Tampoco da crédito a quienes pretenden ver una orientación partidista en su actuación. "Imagino que si esas personas son culpables, el PSOE se alegrará de verse libre de ellas. Y, por otra parte, si alguien tiene pruebas de prevaricación, que la denuncie, pero de lo contrario mantener esa insinuación es lamentable".

"Como Garzón en su momento"

Los argumentos que podrían avalar esa sospecha sobre su falta de imparcialidad son numerosos: el hecho de que haya hecho coincidir sus autos más espectaculares con acontecimientos políticos relevantes (el inicio de la campaña electoral andaluza, la investidura de Griñán como presidente, las primarias para elegir candidato socialista), o los quiebros para evitar imputar a aforados -que harían pasar la causa al Supremo-, constituyen pruebas claras para quienes defienden esta teoría.

"La profesión de juez es perfectamente criticable -opina el sociólogo y ensayista Enrique Gil Calvo-; pero cuando las críticas provienen de los políticos no hay que tomarlas en mucha consideración, porque puede ser una forma de echar balones fuera". No obstante, admite que "existe una variante de la profesión de la judicatura que trata de llamar la atención a base de autos. Quizás sea una "miembra" de esa tribu, pero no lo sé. Por lo que se dice, es posible, aunque tiene el mismo derecho a actuar así que otros jueces estrella, como en su día hizo Garzón".

A otros, como Alberto Rodríguez, el cineasta sevillano autor de 'Grupo 7', les resulta difícil tomar partido. "Oigo opiniones de uno y otro bando. Hace poco, comiendo con unos médicos, todos tenían clarísimo que Mercedes Alaya es una justiciera, pero otra gente te explica que cada vez que pasa algo con Bárcenas, detiene a cuatro. Probablemente haya una parte de razón en cada lado".

El director confiesa que después de unos días sin atender las informaciones del caso no ha podido entender la decisión de incluir en la lista de acusados a la exministra Magdalena Álvarez, el último bombazo de la instrucción. En realidad, ni siquiera todos los que las han seguido de cerca ven clara la relación de algunos altos y exaltos cargos de la última hornada con la investigación. La propia Fiscalía Anticorrupción ha pedido a Alaya que fije un "calendario razonable" para tomarles declaración "de forma que se pueda proceder a la concreción de los hechos delictivos que se les imputan".

"Da la sensación de que sigue un orden cronológico y de abajo arriba respecto a las personas implicadas", opina Fernando Seco, director de la Fundación Antares, un reconocido foro de debate de la capital del Guadalquivir. "Empezó por los peones de las tramas y ha seguido hasta los responsables políticos que, por dejadez, pudieron dejar que sucediera todo esto. Parece que está dejando para el final a las personas aforadas, como si quisiese hacer todo el trabajo antes de que pase al siguiente escalafón".

La aparición de estos nuevos nombres ha refinado un proceso que, en su arranque, parecía desarrollarse en un ambiente sórdido y mafioso, desde los sobres, las putas y la cocaína de Javier Guerrero, exdirector de Trabajo, hasta los fajos de billetes "para asar una vaca" del exsindicalista Juan Lanzas. "Creo que se está limitando a proceder contra las personas implicadas", considera el abogado y novelista malagueño Rafael Ábalos. "Conozco personalmente a Alaya desde que fue jueza en Fuengirola: ya entonces tenía esa capacidad de trabajo y responsabilidad para enfrentarse a casos de complejidad. Mi impresión es que está realizando una instrucción pulcra y prudente, y no una persecución personal o política".

"Una esfinge"

El entrenador Joaquín Caparrós coincide en destacar "la profesionalidad" con que se está conduciendo Mercedes Alaya en la causa. "Imagino que su trabajo deberá seguir unas pautas y tendrá que ajustarse a ellas". En cualquier caso, lo importante es su intento de aclarar una situación turbia, algo en lo que coincide el veterano escritor y articulista Manuel Alcántara. "En España se necesita transparencia, y esta señora está haciendo todo lo posible por conseguirla". "Le está perjudicando su buena apariencia: es lo más parecido a una esfinge, con su rostro hierático y poco comunicativo. Pero esto no debe obstaculizar la función que intenta realizar. Es una esfinge que quiere revelar secretos".

No es descabellado pensar que la cuidada imagen de Mercedes Alaya haya influido en el interés mediático del caso que la ocupa. Así, se han seguido con similar interés los datos que arrojan luz sobre las corruptelas y los que descubren parcelas de la vida privada de la magistrada. Ni la discreción que impera en su círculo íntimo ha podido evitar que trasciendan ciertos detalles. Ahora se sabe que vive en el (buen) barrio Nervión de Sevilla, en un piso que comparte con su marido, el consultor Jorge Castro, y tres de sus cuatro hijos -la mayor, Elena, ya ha abandonado el hogar-. Sus desfiles cotidianos del taxi al juzgado y del juzgado al taxi han servido para calibrar su gusto y su estilo en cuestiones de indumentaria: Georges Rech, Laserre y Adolfo Domínguez son algunas de las marcas que adquiere en sus visitas a El Corte Inglés, donde también compró el vestido flamenco de plumeti con que fue fotografiada la pasada Feria de Abril. La imagen, difundida a través de la página de su club de fans en Facebook (a punto de llegar a los 24.000), lejos de destruir el halo de fascinación que la rodea, parece haber acrecentado la admiración hacia ella. Al menos la de algunos, como el actor, director y showman gaditano Pablo Carbonell: "Esta mujer ha hecho por la judicatura lo mismo que yo hice por el periodismo: llenarlo de carnalidad y sexualidad desbordada".

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