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Bonifacio Ferrer, el gran olvidado de nuestra historia

Bonifacio Ferrer, el gran olvidado de nuestra historia

Se cumple el 600 aniversario de la muerte de este ilustre valenciano

ÓSCAR CALVÉ

Domingo, 12 de febrero 2017, 00:06

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De entre todos los personajes valencianos que han protagonizado la historia, Bonifacio Ferrer es, a mi modesto parecer, el más apasionante. En él confluyen una serie de elementos tan sorprendentes como desconocidos, motivo por el cual aparece en más de una novela. Sin duda sabrán que fue el hermano de 'Mestre Vicent', quien pocas décadas después de su muerte se convertiría para la posteridad en San Vicente Ferrer. No obstante, Bonifacio, que en un momento determinado pudo valerse de la influencia del santo, representa el mejor exponente de algo que en la Edad Media era considerado una ley de poderoso influjo. La rueda de la fortuna. Esta podría sintetizarse en la actualidad con una de las frases más conocidas del salsero Rubén Blades: La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida.

La existencia de Bonifacio puede calificarse de cualquier manera, menos sosegada. Afamado defensor de los intereses municipales de Valencia, la propia ciudad le acusó de traición, sufriendo un juicio inimaginable. Literalmente, porque la información referida a tal proceso conservada en los códices medievales fue arrancada. Eso no es óbice para apuntar que los inculpados entonces pasaban muchas más penas que en nuestros días. Se les privaba de libertad, se les practicaban interrogatorios de discutible ética, etc. El feliz y fértil matrimonio en el que Bonifacio había construido su vida familiar también fue arrancado de cuajo por un brote pestífero. Su mujer y sus siete hijas (además de posiblemente dos hijos) fallecieron en apenas unas semanas. Tal vez devastado ante tanto infortunio abandonó la vida civil y se hizo religioso. Cartujo para ser exacto. Pero en aquel tiempo el poder de la Iglesia trascendía con creces al ámbito religioso y Bonifacio se vería inmiscuido en las grandes tramas internacionales del momento. Amigo íntimo del Papa Luna (Benedicto XIII, el que acabó sus días en Peñíscola), llegó a liderar la orden cartuja en todo el continente, además de ser uno de los nueve hombres que eligieron un nuevo rey para la Corona de Aragón. Pero no todo fueron honores, en más de una ocasión tuvo que huir junto al pontífice al que protegía de sus enemigos comunes. Disfrazado si era menester.

La historia de sus restos mortales no es menos agitada. De la Cartuja de Vall de Crist (Altura), al Santuario de la Cueva Santa (Altura). De allí, al olvido, cuando en 1936, durante la Guerra Civil, fueron profanados y saqueados. Por desgracia no hay mucho interés hasta la fecha por poner en valor una figura que se apagó hace 600 años, durante el abril de 1417. Ojalá estas líneas sirvan de acicate para que, ahora que están en boga los años conmemorativos, alguien caiga en que estamos ante una oportunidad única de homenajear a esta increíble figura valenciana que, para su inmortalidad, nos legó una de las obras artísticas más espléndidas de la pintura europea.

Abogado de la ciudad

Bonifacio no sólo compartió padres con San Vicente. Probablemente también la casa natalicia. Todo indica que se llevaron muy pocos años de edad. Para los interesados en los detalles, no está claro quién de los dos era mayor, pues no se sabe a ciencia cierta la fecha de nacimiento de ninguno. Sin documentos resolutivos de la época, es aceptado que San Vicente nació el 23 de enero de 1350 y que Bonifacio vino al mundo algún día de 1355. Bonifacio gozaría, como San Vicente, de una cuidada educación y formación académica que le llevó por algún que otro centro europeo. Eso sí, a diferencia del santo dominico, Bonifacio no optó por la carrera religiosa, todo y contar también con una gran vocación desde su infancia. Realizó primero el grado de bachiller en estudios de jurisprudencia y hacia 1375 se doctoró en Derecho Canónico. A los pocos meses ejercía esa cátedra en la Catedral de Valencia, compaginando aquella labor con la abogacía, a través de la cual su fama y patrimonio alcanzaron grandes cotas. En 1382 esposa a Jaumeta Despont, una joven tan rica como fértil. Tienen siete hijas y todo indica que cuatro hijos. Con once niños y con unos ingresos infinitos compran una enorme casa que se ubicaba en el actual número 5 de la calle del Miguelete. Su prestigio le trae nuevos frutos. Es nombrado jurado de la ciudad y defiende el estamento de los ciudadanos valencianos. El hijo del notario se convierte en parte de la nobleza valenciana, al menos por poder adquisitivo. No le duelen prendas en comprar por un ojo de la cara el señorío de Alfara, el actual pueblo de Alfara del Patriarca. 'La vie en rose'.

La ciudad sucumbe definitivamente a su éxito y es nombrado representante de Valencia junto a otras cuatro personas en las Cortes de Monzón (una asamblea representativa convocada por el monarca en la citada localidad oscense). Corría el año 1388. No se sabe con total certeza el motivo, pero Bonifacio Ferrer fue acusado de traidor por sus conciudadanos. Es el Consell de Valencia el que presenta la causa contra su hasta poco tiempo atrás su defensor ante el rey, y aunque desconocemos el proceso, era costumbre torturar a los reos con cargos similares. Hasta que los documentos certifiquen la naturaleza de sus interrogatorios, solo podemos decir que el juicio duró 7 años, que se trasladaron a diversas sedes alejadas de la capital para evitar la conmoción y posible reacción de la opinión pública, así como para contrarrestar la posible influencia moral de la familia Ferrer. Mientras tanto, en 1394, la 'mortandat dels infants' le priva para siempre de su amada, sus 7 hijas, y parece que dos de sus cuatro hijos. El 6 de noviembre de 1395, Bonifacio Ferrer capitula y se declara culpable. No hay suficientes indicios para aseverar que aquel acto respondiese a un sincero arrepentimiento o al hastío a causa de un proceso interminable y una situación familiar hecha añicos. Como acto de contrición, ofrece todos sus bienes a la ciudad. Bonifacio es exonerado de cualquier culpa y es liberado.

Ínclito cartujo

Era imprescindible girar las tornas. Vende casi todo lo que poseía y, tras declarar testamento, profesa como cartujo. Antes aseguró las arcas de los dos hijos que sobrevivieron, repartió una gran suma de dinero entre los pobres, realizó obras pías y donó a la Cartuja de Porta Coeli (Serra) una suculenta dotación. Encarga el retablo de los Siete Sacramentos para una de las capillas del monasterio cartujano. Esta obra, hoy conservada en el Museo de Bellas Artes de Valencia es incomparable por su valor testimonial de la época y de la propia vida de Bonifacio. En su tabla central puede verse como la sangre mana del costado de Cristo, dirigiéndose hacia siete espacios que representan los sacramentos, en clara defensa de una Iglesia entonces dividida por el Cisma. En las tablas laterales hizo representar dos momentos iniciáticos. El bautismo de Cristo y la conversión de Saulo de Tarso, con evidentes paralelismos con la nueva vida que el propio Bonifacio emprendía. En la predela, les invito a que vayan a verla, observarán representados algunos detalles biográficos aquí narrados.

Su carrera meteórica en el seno de la orden sólo se entiende a través del 'empujón' de su amigo el Papa Luna, quien tenía como confesor a San Vicente Ferrer. El noviciado convencional de la época se prolongaba 6 años, pero Bonifacio sólo precisó tres meses. En tres años ya era Prior de la Cartuja de Porta Coeli y se traslada a Aviñón para colaborar estrechamente con Benedicto XIII en la cuestión cismática. Ambos escapan 'de extranjis' ante el asedio de las tropas francesas. La valía como diplomático y la gran experiencia en cuestiones del siglo de Bonifacio le llevan a dirigir entre 1403 y 1408 la Gran Cartuja de Grenoble. En otros términos. Se convierte en la máxima autoridad de la orden. Y por ello es enviado al Concilio de Pisa para resolver el Cisma. No sólo no se resuelve, sino que se agudiza y tiene que huir disfrazado para no ser hecho prisionero. Demasiadas emociones. Bonifacio renuncia a su cargo, pero Benedicto XIII le obliga a continuar, y Bonifacio fija su residencia en la Cartuja de Vall de Crist. Hombre decisivo en nuestra historia, en 1412 formó parte de los nueve compromisarios que en Caspe dirimieron quién era el legítimo sucesor de la Corona de Aragón. Poco antes de morir retiró su obediencia al Papa Luna, quien contra y viento marea siguió en sus trece sobre su legitimidad papal (de la terquedad de Benedicto XIII proviene la expresión). Hace 4 años el dominico Alfonso Esponera recopiló los trabajos señeros sobre la vida de Bonifacio Ferrer, pero queda un mundo por hacer al respecto.

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