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Restos antes de la intervención. :: lpLos dos arcos reubicados en la plaza del Centenar de la Ploma. El inferior marca el acceso principal al 'celler'. :: lp
Un 'celler'  del siglo XIII  en el corazón  de Valencia

Un 'celler' del siglo XIII en el corazón de Valencia

Los restos medievales de un lugar de producción de vino y almacenamiento de otros alimentos permanecen ocultos en la calle Baja

ÓSCAR CALVÉ

Domingo, 28 de febrero 2016, 00:18

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Cualquier mortal apasionado por la historia de su ciudad pasea con una especie de radar, ojo avizor, en búsqueda de nuevos vestigios con los que comprender mejor su pasado. Buena parte de los lectores que acuden a esta sección saben a qué me refiero. En el caso de Valencia estímulos no faltan. Pese a los esfuerzos de arqueólogos, historiadores, docentes y redes sociales (mención especial para el grupo 'Valencia antigua: historia gráfica') son muchos los secretos que siguen preservándose casi ocultos entre nuestras calles, incluso para los más duchos en la materia. Es irremediable. Siempre hay cosas que desconocemos, y hallarlas, sea cuál sea el medio, se convierte en todo un acontecimiento personal. Con cierto rubor, reconozco que fue el azar el que me regaló uno de esos descubrimientos algunas semanas atrás. Porque una cosa es tener noción de algún lugar y otra, muy distinta, es contemplarlo 'in situ'. Si además de poder observar el enclave, tienes la oportunidad de realizar una actividad que evoca la funcionalidad original del espacio que admiras, la satisfacción está garantizada. Y ahora viene la buena nueva: están invitados a vivir esa experiencia. A día de hoy, pueden disfrutar de una cata de vinos contemplando bajo sus pies un 'celler' -lugar de elaboración y almacenamiento de vino- del siglo XIII. A buen seguro, cuando la farragosa burocracia lo permita, el 'celler' ubicado en la calle Baja del barrio del Carmen se convertirá en parada obligatoria dentro del circuito del patrimonio histórico valenciano. Hasta que ese día llegue, nada les impide saciar su curiosidad a la par que degustan una de las catas organizadas por PROAVA, asociación sin ánimo de lucro cuyo objetivo es la Promoción Agroalimentaria de Calidad de la Comunidad Valenciana. La citada asociación anda inmersa en la frenética actividad organizativa que conlleva la próxima edición de la 'Mostra de vins, caves, licors i aliments tradicionals de la Comunitat Valenciana', no obstante, continúa en su empeño por revalorizar este incomparable vestigio de la Valencia medieval. Para salir del mismo escepticismo en el que un servidor entró al hallar esta construcción, conviene aclarar ciertas dudas. ¿A qué época se remonta? ¿Cuál era su función? ¿En qué circunstancias se descubrió y cómo es posible su escasa difusión? Si les gusta la historia y el vino, no tiene desperdicio.

La mayor parte de los restos constructivos sitos en el subsuelo de la calle Baja número 31, pertenecieron a una casona de mediados del siglo XIII, habitada por lo tanto pocas décadas después de la conquista cristiana de Jaime I. A diferencia de lo que ocurre con otras excavaciones realizadas en la ciudad en las que las capas superpuestas analizadas permiten llegar al período romano, el informe de esta intervención advierte que la casa se construyó sobre un cementerio islámico, y que esta fue la primera utilidad que se dio al terreno. El espacio central conservado presenta planta rectangular y unas dimensiones de siete por cinco metros. Para su construcción se utilizó el tapial en costra (tierra prensada con capas de cal) y presenta un banco corrido y un espléndido arco rebajado. Todo indica que era el lugar reservado de una casa señorial para la elaboración del vino y su posterior almacenamiento junto a los cereales cosechados y al aceite, en todo caso para uso propio y no como comercio de vinos o alhóndiga (almudí en valenciano). En uno de los extremos del citado rectángulo se halla, flanqueando la escalera de acceso al espacio, una serie de plataformas a diversas alturas interpretadas como la zona reservada a la decantación por gravedad del mosto. Algunos especialistas han sugerido que pudo ser un lugar óptimo para el contaminante teñido de tejidos. La ubicación del lugar, extramuros y junto a la morería -los musulmanes se especializaron en estas tareas-, inducen a pensar en ello, pero el informe de la intervención del lugar, conservado en la Conselleria de Cultura, descarta esa posibilidad. En uno de los extremos del rectángulo se halla un pozo elaborado muchos siglos más tarde, en el dieciocho. La mitad de toda la estructura analizada se halla bajo una superficie acristalada que permite su contemplación mientras toman un vino, si bien desde la plaza del Centenar de la Ploma existe un acceso a todo el recinto, obviamente desde un nivel inferior al actual. Este acceso, apenas visible a causa de un vallado de protección, se realiza a través de un imponente arco de sillería bajomedieval recuperado del derribo de la edificación que albergaba el 'celler'. Precisamente otro arco de similares características obtenido en la misma intervención, colocado al nivel de la actual plaza y descontextualizado, es el único reclamo visible para el viandante que jamás sospecharía lo que hay bajo sus pies.

El hallazgo se produjo hace aproximadamente trece años, durante la rehabilitación del barrio del Carmen, cuando se demolieron antiguas casas frente a la plaza del Árbol y se excavó para realizar los cimientos de las nuevas construcciones, que dicho sea de paso, presentan una integración en el barrio como mínimo discutible. La Dirección General del Patrimonio Histórico resolvió el mantenimiento de solo algunos bienes exhumados y su integración en la nueva edificación. Uno de los bienes a proteger fue el 'celler' de esta casona, cuyo resto de dependencias desaparecerían para siempre al convertirse en un parking privado. El 'celler' se conservó porque se ubicaba en un espacio destinado a plaza pública -como tal debiera conferírsele un uso público- y porque, obviamente, se trata de una de las construcciones más antiguas de este tipo. El gran hándicap con el que se enfrentan estos restos es meramente legislativo. Aunque su usufructo fue otorgado por cesión a PROAVA, su propiedad está compartida al 50% entre el Ayuntamiento de Valencia y la Generalitat: hasta que ambas instituciones no solventen la burocracia y los correspondientes permisos ya solicitados por PROAVA para la unificación del espacio visitable, el conocimiento de esta estructura medieval continuará parcialmente velado. Una circunstancia que limita la expansión de la asociación, pero aún más grave, el interés de todos los valencianos, que ignoran en su mayoría la existencia de este incomparable marco que precisa retomar un valor perdido con el paso de los siglos. En este sentido, una actuación vinculada a la cultura del vino que evoque una de las utilidades de la construcción medieval podría formularse como una opción resolutiva. No sólo porque recuerda la función del espacio original, sino también porque el vino es un elemento intrínseco a la cultura mediterránea, y por lo tanto, a la valenciana.

Contrariamente a lo que se pueda pensar, siglos atrás, no muy lejos de Valencia, el viñedo era uno de los principales cultivos. La nomenclatura de muchas calles de las actuales pedanías adyacentes a la capital muestra indicios innegables: carrer de les Vinyes, del Raïm, etc. Su consumo en nuestra ciudad está ampliamente documentado a lo largo de diversas civilizaciones y si ampliamos ligeramente las fronteras geográficas hallamos que, con datos científicos en la mano, la comarca de Requena-Utiel pudo ser la primera zona productora de vino de la Península Ibérica. Allí se sitúa el yacimiento de las Pilillas, donde se atestigua que se producía vino ya en el siglo VII antes de Cristo.

El 'celler' del barrio del Carmen podría incorporarse como un eslabón central de la cultura del vino en nuestro territorio y servir de enlace con la Bodega Casa los Frailes de Fontanars dels Aforins, casa dedicada a la producción del vino desde 1771. Esta propuesta de musealización puede debatirse, pero es incuestionable que disponer de un 'celler' del siglo XIII en el centro de nuestra ciudad y que apenas trascienda, es casi un delito patrimonial. Permítanme una sugerencia: conecten su radar y, como rezaba el refranero medieval, no abran el camino sin una copa de vino.

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