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Domingo, 19 de noviembre 2017, 03:04
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'Los diez mandamientos', la mítica cinta de Cecil B. Demille rodada en 1956, fue el film que más admiración causó en los cines valencianos en el año 1960. Los que rondamos las cuarenta primaveras crecimos con la melodía de Movierecord y pretendemos madurar con advertencias para apagar el móvil, sin embargo, muchos de ustedes sabrán que por aquella época, justo antes de la proyección de la película, se emitía el No-Do.
En su edición del 14 de noviembre de 1960, y precediendo a 'Los diez mandamientos' o a alguna otra película de moda, el noticiario abría con el último adiós en la ciudad de Valencia a Lucrecia Borja, de nombre artístico Lucrezia Bori. Consagrada como una de las más célebres sopranos del mundo, Lucrezia había fallecido seis meses atrás en la ciudad de los rascacielos, en el epicentro del mundo del espectáculo, en Nueva York.
Aunque su innegable talento musical le llevó a los teatros y las salas de mayor renombre internacional, fue en Nueva York donde concentró buena parte de su exitosa carrera, en una de las instituciones más emblemáticas del mundo de la ópera, la antigua Metropolitan Opera House (en adelante MET). De hecho, no son pocos los expertos que destacan el papel que tuvo esta artista valenciana en la salvaguarda de la prestigiosa institución durante la resaca americana del crack del 29. Mucho más cercana a nosotros fue la solidaridad mostrada con Valencia tras la riada de 1957.
En la biografía de Lucrezia Bori participan grandes estrellas musicales de la historia, también el inigualable Enrico Caruso, así como los nombres más relevantes de la cultura valenciana del momento. Desde Guastavino, el genial arquitecto, hasta Blasco Ibáñez, Sorolla o González Martí. Se dice que incluso el enemigo público número uno, el mismísimo Al Capone, fue un encendido admirador de Lucrezia Bori. Si la posible referencia al mafioso pudiera ser un rasgo novelesco (aunque sí parece que recibió un presente del gánster), ahí va una dosis de realidad para presentar a Lucrezia Bori. El ABC madrileño publicaba en 1925: «Días pasados, por iniciativa de la Casa Víctor, en cooperación con la American Telephone and Telegraph Company, combináronse varias de las más importantes estaciones radiotelefónicas de los Estados Unidos para ofrecer la insólita audición de un concierto que había de llegar a un público calculado en unos 15 millones de personas... Para ese concierto se eligió a una gloriosa artista española: Lucrecia Bori, la sin rival cantante del Metropolitan, que obtuvo un éxito inmenso. ¡Único! Lucrecia Bori fue así la primera artista que ha cantado para un público mucho más numeroso que todos los habitantes de más de una nación».
En la Nochebuena de 1887, en la calle Pelayo de Valencia, en el edificio que ocupaba los números 7 y 9, a escasos metros del entonces casi 'veinteañero' Trinquete de Pelayo, venía a este mundo Lucrecia Natividad Borja González de Riancho. Hija de una mujer de procedencia cántabra y de un comandante de infantería, su familia se trasladó nada más nacer nuestra protagonista a Burriana.
Tal vez allí se inició en la música, en un coro local, señalan los especialistas. Con sólo seis años, Lucrecia Borja debutaría en un contexto amateur en el Paraninfo de la Universidad de Valencia. Se trataba de un evento organizado con el propósito de recaudar fondos para los huérfanos que había producido la guerra de Cuba, en cuya primera fase parece que participó su propio progenitor. Su pericia en el canto no pasa inadvertida y comienza a formarse de manera especializada en el conservatorio de Valencia, el de la plaza San Esteban, a las órdenes del reconocido tenor Lamberto Alonso (quien estrenaría el himno de la Exposición de 1909, a la postre himno regional) y de Pedro Farvaró. En esa época vivía en la calle Grabador Esteve de Valencia.
Para mejorar su técnica se traslada a Milán, bajo la tutela de Melchor Vidal, un auténtico fabricante de estrellas en cuyo haber está por ejemplo la formación de Elvira Hidalgo, la futura maestra de María Callas. En Roma, la valenciana debuta con sólo 20 años. Lucrecia Borja se convertía en Lucrezia Bori, supuestamente por recomendación de otra gran estrella de la época. Parece que Emma Calvé veía la coincidencia del nombre de la soprano valenciana con el de una de las ovejas negras de la historiografía italiana como una carta de presentación poco recomendable. Desde luego, como advirtió con tino Norberto Mesado, nadie ha demostrado a día de hoy que la soprano fuera descendiente de los papas valencianos. 'La Bori' se daba a conocer: Roma, Milán, Nápoles, París,... En esta ciudad, en 1910, fue examinada por la plana mayor artística del MET, que incluía al incomparable compositor Puccini. Obtuvo el aprobado, vamos, el fichaje por la compañía de la que formó parte en principio de manera efímera. Como indica José Doménech, Bori postergaría su inclusión definitiva en aquel plantel a la búsqueda de una personalidad artística más consolidada. Cruzó el gran charco y tras no pocos conciertos para grandes directores, llega el gran debut neoyorkino. Era el estreno de la temporada 1912-1913 del MET, compartía escenario y protagonismo con Enrico Caruso. Todo fue sobre ruedas. Bori se convertía en la mejor -e insustituible- intérprete para el público de la Gran Manzana.
Su leyenda empezaba a forjarse cuando el destino le preparó un violento y desagradable giro profesional. En lo que parecía la cúspide de su carrera, en 1917, cuando tenía cerca de 30 años, una grave lesión en las cuerdas vocales le obliga a retirarse un lustro. Los primeros cuatro años los pasa sin articular palabra según la prensa del momento. Su capacidad de sacrificio y el tratamiento recibido por el médico personal de Caruso obraron el milagro.
Retomó su carrera con el mismo éxito que disfrutaba antes del forzado descanso, convirtiéndose en el centro de todos los focos neoyorkinos. Basta señalar que cantó en el MET desde el año 1912 hasta 1936, salvo el obligado paréntesis.
Lucrezia era una estrella rutilante como pocas. Ni su patrimonio, ni su vida social desmerecían su condición. Al parecer contaba con un excepcional piso en Manhattan junto a la Quinta Avenida, su avión privado, su mansión, su isla propia... Granjeó amistad con Enrico Caruso, Cary Grant o el director de cine King Vidor, entre otros.
De su vida sentimental no sabemos nada salvo que no se casó. Es de suponer que fue tan grande en el escenario como reservada en el plano personal, un aspecto sin duda admirable. Tras el crack del 29 el MET apenas se mantenía económicamente. El cese de donaciones privadas fue solventado gracias al tirón de Lucrezia: acompañada por grandes artistas, posibilitó el permanente éxito de taquilla.
En 1936 se retira de los escenarios y recibe un emotivo homenaje del MET. No abandonaría nunca esta institución que, 'de facto', se había convertido en su segunda casa. Lucrecia formaría parte de un equipo directivo de cuatro miembros orientado a reimpulsar el MET. Fundó la Sociedad de Amigos del citado centro y se convirtió en el principal referente del mismo.
La incesante actividad en su nuevo rol tuvo un nuevo paréntesis, en este caso por una causa solidaria. Organizó una espectacular gala benéfica la noche del 15 de abril de 1958 para obtener recursos para su ciudad natal. Medio año atrás, Valencia había sufrido la 'riuà'.
Aquella gala congregó a grandes artistas del momento, incluidos los hermanos Iturbi o Salvador Dalí. En el graderío, lo mejor de la 'jet set' neoyorkina. Se obtuvieron dos millones y medio de pesetas para paliar los estragos de aquella catástrofe. En junio de ese año Lucrezia entregaba al alcalde Tomás Trenor la suma citada. El 20 de octubre de 1959 visitaba Valencia por última vez, al menos en vida. Agasajada por la autoridad local, dos días después se descubría una placa con su nombre (el artístico) en una calle del Grupo de la Virgen de la Fuensanta, barrio construido ex profeso para ofrecer una vivienda a quien lo había perdido todo.
En mayo del 1960 un derrame cerebral apagó su luz. Seis meses después, sus restos llegaban a Valencia. Su capilla ardiente se instaló en el Palacio del Marqués de Dos Aguas, sede del Museo Nacional de Cerámica, fundado y dirigido por su amigo Manuel González Martí. Charlton Heston y Yul Brynner pasaron a la historia como Moisés y Ramsés II. Seguro que muchos lo recuerdan. Pero hagamos memoria, para entonces, la valenciana Lucrecia Borja ya era inmortal como Lucrezia Bori.
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