Eduardo Zaplana se caracterizó, mientras fue presidente de la Generalitat, por imprimir un ritmo frenético a su actividad diaria, que a lo mejor empezaba con una visita de obras por la mañana en Vinaroz y concluía a última hora de la tarde con una entrega de premios en Torrevieja, en la otra punta de la Comunitat, después de haber pasado por Valencia para participar en un foro de empresarios y de atender a emisoras y cadenas de televisión. La hiperactividad y la hiperexposición mediática se ha ido imponiendo entre los políticos, que no se resisten a un micrófono y tratan de obtener rendimiento de cualquier declaración o entrevista. La última, sin ir más lejos, Ada Colau con su presencia en el 'Sálvame Deluxe' de Jorge Javier Vázquez, todo sea por la popularidad, que se hable de mí aunque sea mal. Pero la crisis política e institucional alteró esta forma de actuar de autoridades y opositores, temerosos de la reacción del público, de los ciudadanos. Además, las visitas de obras y las inauguraciones de grandes proyectos dejaron de tener sentido por la sencilla razón de que no había obra que visitar ni gran (ni pequeño) proyecto que inaugurar. Durante los años de Alberto Fabra en el Palau de la Generalitat llegó a ser muy comentada la agenda de Presidencia que todos los días se pasa a los medios, y en la que en ocasiones aparecían visitas a unas obras de urbanización de un par de calles en un pequeño pueblo que apenas sumaban cien mil euros de inversión, poco más de lo que antes costaba el ágape con el que se festejaba la apertura de un tramo de autovía, de un palacio de congresos o de una línea del metro.
En la actualidad, el estilo de los gobernantes marca la intensidad de sus agendas, que se sigue viendo condicionada por la escasez de grandes inversiones. Ni Ximo Puig ni mucho menos Joan Ribó siguen la estela de Zaplana, lo cual se traslada de arriba hacia abajo, a los consellers y concejales. La semana pasada, la del puente o el acueducto, la actividad política valenciana se vio reducida a la mínima expresión, un hecho que podríamos calificar de llamativo en unos gobernantes que han esperado dos décadas para tocar poder. Nadie del Consell -tan preocupados como estaban por el fútbol femenino- tuvo tiempo para acercarse a ver el partido entre el Valencia y el Levante. Y el conseller de Cultura tampoco encontró un hueco para asistir al estreno de Don Carlo en el Palau de les Arts, en plena crisis por la dimisión de Livermore. Todo hace indicar que para los gerifaltes del tripartito, la grave, agónica y dramática situación que al parecer vivió la Comunitat con el PP ya ha pasado, ya han rescatado a todas las personas que había que salvar. Ahora, de hecho, se pueden ir tan tranquilamente de puente.