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IMPOSICIÓN LINGÜÍSTICA

PABLO SALAZAR

Viernes, 27 de enero 2017, 00:23

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Durante décadas, Valencia ha sabido combinar sin grandes estridencias la riqueza que representa tener una lengua propia con un modelo de enseñanza y un funcionamiento de la Administración que, salvo excepciones, no imponía el valenciano de manera asfixiante con la excusa de que si no se establece su uso como obligatorio corre el riesgo de desaparecer. Los niños nacidos después del Estatut del 82 y de la Llei d'Ús i Ensenyament del Valencià ya aprendieron el valenciano -versión normalizado-, o incluso en valenciano, una modalidad que en algunas comarcas consiguió un alto número de estudiantes. Pero afortundamente la Comunitat estaba lejos del modelo catalán, cuya realidad sociolingüística es muy diferente de la valenciana. Durante todos estos años, primero con los socialistas en el poder y después con los populares, el valenciano no se ha utilizado como elemento de discriminación, aunque tampoco ha sido todo un camino de rosas, no hay más que recordar el pensamiento único instalado en la Universitat o el progresivo arrinconamiento de la lengua coloquial, cuya sentencia de muerte se firmó el día en que el PP accedió a constituir una Acadèmia Valenciana de la Llengua que finalmente ha acabado en manos de filólogos que defienden sin tapujos la unidad entre el valenciano y el catalán. Al presidente Puig, a la consellera Gabriela Bravo y, en general, a los socialistas en el Consell, seguramente les bastaría con mantener la hoja de ruta que se fijó hace más de treinta años, cuando Joan Lerma presidía la Generalitat. Y más ahora que está un poco más cerca la reapertura de una radiotelevisión pública en valenciano que ayudará a consolidar y promocionar el modelo. Pero a Compromís, no. Especialmente al Bloc, el partido nacionalista de la coalición, que quiere dar una vuelta de tuerca para imponer el valenciano en la escuela de la mano del conseller Marzà y pretende hacer lo propio con los funcionarios. Lo llaman eufemísticamente 'requisito lingüístico', cuando es ni más ni menos que una imposición lingüística en toda regla, un cambio radical hacia un sistema que mira claramente a Cataluña, tratando de copiar la inmersión llevada a cabo en aquella comunidad con los resultados de sobra conocidos. No hay más que escuchar a esos concejales del Ayuntamiento de Valencia que hablan siempre en valenciano y nunca en castellano, como si en Valencia sólo hubiera una lengua, discriminando por no decir despreciando a los que no hablan el valenciano. Pero ése es su ideal, una sociedad de vuelta a sus orígenes rurales, ensimismada, cerrada, que hable sólo «la nostra llengua», que tienda puentes con Cataluña y los dinamite con Madrid. La lengua es sólo un instrumento más para lograr el objetivo.

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