Valencia CF - Oviedo: bochorno en Mestalla
El conjunto de Corberán se estrella pese a adelantarse en el marcador, tener un penalti para sentenciar y acabar contra diez | El público despide con bronca a los suyos y hasta Gayà recibe protestas en un partido que rompe la magia del templo
Siéntense y tómenselo con calma porque lo que van a leer seguramente no les va a gustar nada. Para que no se lleven ningún engaño, ... esta es una de esas crónicas que suelen dejar mal cuerpo. No se vayan a creer que hay algún resquicio que evite el titular de bochorno. El peso de ese calificativo cae con justicia esta vez para un Valencia, el del metódico Corberán, que parece haber perdido su propio sentido. Se pueden perder partidos, claro que se pueden perder, y también en un templo como el de Mestalla. Pero al menos hay que hacerlo con dignidad, con esa que se le supone a unos futbolistas que parecen haber cogido ya el hábito de que cuando el árbitro pita el final, van hacia una zona del campo a aguantar estoicamente, y unos con más sentimiento que otros, el chaparrón. No puede convertirse esa escena en una rutina. No para un Valencia que se suponía que este año iba a volar alto, aunque nadie se atreve a decir a qué altura. Pero aún sin saber por boca de quien tiene que decirlo cuál es la verdadera apuesta, desde luego no entra en ninguno de los planes pegarse tal batacazo contra un recién ascendido que todavía está preguntándose si será capaz realmente de aguantar 38 jornadas en la élite del fútbol español.
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Que el Oviedo haya sido el primero en prenderle fuego a la magia de Mestalla dice poco en favor de unos y de otros. De los jugadores porque no es la primera muestra de seria debilidad que evidencian, y del entrenador porque no se puede navegar tanto tiempo al filo de la tempestad. Es verdad que el Valencia pudo ganar por aquello de que el destino siempre depara situaciones un tanto rocambolescas, como la del penalti. Pero tuvo la osadía de fallar un penalti y dejar que el rival le dejara con las vergüenzas al aire.
Que nadie se crea que el Oviedo jugó como los ángeles y que presentó batalla desde el primer momento. ¡Qué va! Fue tan inocente que precisamente por este motivo, el hecho de que te robara la cartera todavía produce más sonrojo. Miren, no había puntuado en los tres desplazamientos que llevaba hasta. En realidad, y prepárense, ¡no había marcado ningún gol como visitante! Y no sólo te hizo uno, sino dos. Y aún tuvo algún que otro remate un tanto simplón para haberte llevado al matadero antes.
Pero tranquilos, ya fueron avisados que este relato no iba a ser agradable. Porque es difícil explicar cómo un equipo como el valencianista, con futbolistas que teóricamente saben de qué va esto, sea capaz de no saber cómo gestionar un 1-0 durante 97 minutos. Marcó en el tres y el partido se estiró hasta el cien. Una incapacidad absoluta. No sólo en la cuestión de plantear un nuevo diseño del duelo, sino a la hora de rearmar lo imposible. Entró en tal fase de bobalicón más absoluto el Valencia que hasta dio que pensar si en lugar de hacer Danjuma esa obra de arte, lo mejor hubiera sido seguir en tablas hasta el final a ver lo que pasaba Es una de las cosas que más duelen, no haber sabido leer el partido pese a que tiempo y minutos hubo de sobra para poner antes el remedio a lo que podía pasar. Y pasó, vaya que si pasó. En el último arreón casi sin creerlo de verdad el Oviedo, fue capaz de hacer el empate con un desbarajuste total en la marca, y el segundo casi a trompicones y con la suerte de su lado. Ver para creer. Lo que parecía iba a ser una dulce noche, se convirtió en una verdadera pesadilla para todos.
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Eso, pese a que el público empezaba pronto a sospechar que su gente, sus ídolos, estaban más por la labor de dejarse llevar que de arrimar el hombro. Peligro. Cuando Mestalla abronca a Gayà es que algo está pasando. El capitán es hoy por hoy un símbolo por todo lo que representa pero la puerta a lo desconocido se ha abierto. Con los riesgos que conlleva.
Lo curioso es que mimbres había teóricamente de sobra para haber controlado la situación desde el primer momento. Pero ni Santamaría, ni Javi Guerra y ni mucho menos Almeida supieron realmente ni qué es lo que tenían que hacer ni cómo llevarlo a cabo. Hay acciones que producen tantos escalofríos como la equipación ovetense. Que Javi Guerra se descuelgue hasta el lateral derecho para recibir y que Foulquier deambule por el centro es para hacérselo pensar. De verdad. Eso pasó durante muchos minutos al comienzo, hasta que desde el banquillo se advirtió que no podían seguir haciéndolo porque se iba a liar la cosa. Fueron desde el 1-0 minutos en los que el Valencia prefería llegar a los mínimos de corrección, picoteando en la mediocridad y hasta asomándose a la vulgaridad. Agirrezabala volvía a aparecer en escena y eso nunca es buena señal. Sobre todo porque para que le hicieran un remate con algo de sentido, el Oviedo necesitó de varios toques dentro del área valencianista.
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¿De verdad era necesario llegar al descanso para aclarar las ideas? ¿Sirvió de algo? Pues no. La empanada mental del grupo fue tal que el técnico decidió cortar por lo sano. Intención tuvo. Éxito ninguno. Tres cambios a la vez para encontrarse a sí mismo. Llegó el penalti y Danjuma desafió a Pepelu. Ni por esas. Ni con penalti ni contra diez. Ya advertimos que la crónica no iba a ser plato de buen gusto.
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