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Personas en la piscina La Hípica nada más abrir sus puertas. L. C.
Lugares a la fresca

Una mañana en la piscina La Hípica de Valencia: la mejor opción si buscas tranquilidad

El complejo se encuentra cerca de Jardines de Viveros

Luna Catalán

Valencia

Domingo, 24 de agosto 2025, 23:51

«¿Os apetece ir mañana a la piscina?», la pregunta aparece en mi grupo de WhatsApp de los amigos como si de una aparición estelar se tratase. Es domingo por la tarde, el primero de un agosto que ha llegado arrasando con lo poco que había dejado el mes anterior, y con este calor no hubo nadie que se atreviera a negarse a un día refrescante.

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La alarma suena temprano, en otras ocasiones la apagaría con ganas de quedarme más tiempo durmiendo, pero un día de piscina y amigos hacen que madrugar valga la pena. En una mochila pongo todo lo indispensable: crema de sol, botella de agua, cartas, toalla, gafas de sol y ropa de cambio. Con las chanclas y el bañador ya puestos, comienzo el camino hacía la piscina La Hípica, en la calle Jaca 23, junto a Viveros. Tardamos alrededor de 40 minutos en llegar, nos bajamos en la parada de metro de Benimaclet y andamos unos diez minutos.

Durante el trayecto se pueden ver distintas paradas de autobús con las que también se pueden llegar como el 98, el 11 o el 70, entre otras. El barrio está lleno de personas que van de un lado a otro, de trabajadores volviendo a sus puestos de trabajo tras la pausa del almuerzo, y cientos de coches transitando por los alrededores. Por fin llegamos al polideportivo donde se encuentra la piscina, las paredes que lo rodean están llenas de graffitis, en su gran mayoría son representaciones de la opinión del pueblo sobre la situación actual de Valencia.

Son las 11.55 horas cuando nos ponemos a la cola, no hay más de 20 personas delante nuestra, la gran mayoría son personas mayores que han decidido pasar un día tranquilo. Muchos vienen con sus propios churros, otros llevan juegos de mesa como la oca y el parchís. Nos refugiamos bajo la sombra del árbol que tenemos delante y esperamos pacientemente a que el reloj marque en punto para que abran sus puertas. Unos minutos después llega una señora que se pone detrás nuestra, será la misma que cuando marquen las 12.01 horas se queje de que «cómo puede ser que todavía no hayan abierto». Su molestia es comprensible, nos cuenta que el año pasado la piscina abría una hora antes, y que viene desde muy lejos para poder estar solo hora y media.

Como si hubiesen estado escuchando las palabras de la mujer, las puertas se abren dejando ver el camino que lleva hasta la entrada del recinto. Un lunes, a mediodía, entrar por esas puertas fue como entrar al mismo cielo, el aire acondicionado te arropa durante el rato que esperas hasta conseguir llegar a la puerta de acceso. La recepción es grande, el mostrador se encuentra en una de las esquinas, la más pegada a la entrada a la piscina. Tan solo hay una trabajadora encargándose de cobrar el tique (reducida: 2'60 euros; normal: 5'15 euros), además de los materiales que algunas personas querían alquilar como manguitos para sus hijos por 10 euros o churros por 8'5 euros.

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Una gran cristalera permite ver el espacio exterior, el lugar que nos va a acoger durante las próximas horas. Nadie puede evitar sonreír al ver cómo el césped ocupa gran parte del recinto. Aunque antes de llegar hasta allí se encuentra la zona del bar, una barra que cuenta con todos los alimentos que ofrecen en su web y una treintena de mesas con sus cuatro sillas correspondientes. Son unos pocos los que se paran en este lugar para pedir algo de beber, o para utilizar las mesas para organizar las cosas que van a sacar de sus bolsos y capazos, el resto se dirige hacia la zona verde para dejar sus pertenencias.

En el césped hay suficiente sitio para que cada grupo tenga su propia zona de sol y sombra. Una vez colocadas las toallas, la crema solar se convierte en lo primordial. Nadie quiere volver a casa convertido en un cangrejo, por lo que cada uno se toma su tiempo en esparcirse bien el protector. En el centro de todo está la única piscina que hay, no es ni muy pequeña ni muy grande, pero hay suficiente espacio para que todas las personas que han asistido disfruten. Alrededor de toda la alberca está señalizada la profundidad que tiene: en la parte más cercana a la salida marca un fondo de cuatro metros, y en la más lejana de dos metros, entre medias el número señalizado es el tres.

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Tras pasar por las duchas ponemos rumbo al interior de la piscina. El agua nos da la bienvenida con la mejor de las temperaturas, ya solo nos queda escoger en qué parte de todo el borde queremos ponernos. Optamos por la zona menos honda y dejamos la parte profunda para las personas que han venido con sus propios churros y parece que lo prefieren. Mientras estamos dentro vemos como van llegando cada vez más personas, algunas de ellas ocupan las pocas hamacas que hay frente a la alberca (7 euros cada una) pero en su gran mayoría eligen un trozo de hierba.

Más imágenes de las zonas de descanso de La Hípica. L. C.

Hay una única socorrista vigilando la zona, es suficiente para la cantidad de personas que hay. Durante un rato se dedica a dar vueltas alrededor de la piscina, atendiendo algunas dudas de los señores que se le acercan, pero la mayor parte del tiempo se encuentra sentada bajo su sombrilla. Ha sido esta última situación la que ha acabado molestando a una madre e hija, las cuales con un tono enfadado la critican en la toalla porque no ha estado pendiente al 100% provocando que la más joven tuviese que ayudar a su madre, «ahí sentada con las piernas cruzadas está bien».

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Desde dentro del agua no podemos evitar fijarnos en otra señora que se mueve de la recepción a la socorrista bastante frustrada, el motivo: el uso de gorros de natación. La mujer insiste en que la normativa dice que es obligatorio el uso de estos gorros en las instalaciones, aunque nadie los estaba utilizando. Aunque en realidad, en las normas de seguridad de las piscinas de uso colectivo en la Comunitat Valenciana, sólo especifica su obligatoriedad en piscinas cubiertas, y este no era el caso.

Tras una media hora dentro del agua, decidimos salir un rato a las toallas. El sol choca con nuestras pieles mojadas, y una sensación de paz nos invade al instante. Aunque este efecto no dura demasiado, solo hace falta una baraja para que la competitividad salga a relucir. Tras varios piques al rabino, decidimos volver al agua de nuevo, ahí nos cruzamos con tres jóvenes que no deben tener más de 19 años. Al principio no se mueven de la escalera de la zona menos profunda, más tarde comprendemos que es porque uno de ellos no sabe nadar. Con un churro rosa que les ha prestado un hombre que se encuentra tomando el sol, dos de los chicos tratan de enseñarle al tercero los pasos básicos para que por lo menos supiese flotar.

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El tiempo en el agua se pasa volando, y en menos de lo que canta un gallo el reloj marca las 14.30 horas. Comenzamos a recoger nuestras pertenencias y nos dirigimos a los vestuarios, los cuales se encuentran unos metros detrás del bar. Cuando entramos al edificio el cambiador de mujeres se posiciona a la izquierda y el de hombres a la derecha, un espacio pequeño con dos bancos de madera, baldosas grises, y unas cuantas perchas. Elegimos la única esquina que queda libre, y en unos minutos ya estamos con la ropa cambiada y los bañadores enrollados en las toallas, en un mal intento de no mojar demasiado la bolsa.

Los móviles comienzan a sonar, es la indicación de que algún padre está esperando a recogernos. Salimos por el mismo camino por el que horas antes habíamos entrado, el contraste del aire acondicionado con el fuerte sol nos golpea en la salida. Nos resulta fácil encontrar los coches, están aparcados en algunos de los tantos huecos libres que hay alrededor del área. La mañana de piscina y diversión ha llegado a su fin, pero sin duda alguna volveremos a disfrutar de esta piscina no masificada.

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