Si Nicolás Maduro ha sido capaz de adelantar la Navidad, ¿por qué no va a haber un Sánchez o una Yolanda Díaz que declaren abolido ... el verano como método revolucionario, progresista e igualitario para acabar con los rigores de una estación despiadada que se ceba con los más pobres? El día que aparezca un líder que nos prometa la prohibición por decreto de la temporada estival, sepa que cuenta con mi voto. Nos ahorraremos (aparte del aire acondicionado que no necesitaremos) las conversaciones recurrentes que giran en torno al calor y a cómo lo vive cada uno. Recurso magnífico cuando te encuentras en el ascensor al vecino del séptimo pero que puede llegar a resultar un tanto cansino siendo que hacia finales de mayo el sol empieza a apretar y no afloja hasta noviembre. También desaparecerán las quejas recurrentes de unos y otros acerca de lo mal que han dormido, como si nos importara. Pero sobre todo, ¡como si fueran los únicos! Dormimos todos mal, cenutrios, pero cuando a las 7 de la mañana suena el despertador del móvil (¿dónde están aquellos que se cerraban en una cajita y se desplegaban formando un triángulo?) te levantas y empiezas a funcionar para salvar a España y a la civilización occidental. Siendo niños, mi tía Amparo nos despertaba con una fórmula infalible: «¡Llevántate buen cristiano, defiende la ley de Dios, que los mandamientos te llaman que sirvas al Señor!». Y tú, que la noche anterior habías apagado la luz dejando al Capitán Trueno con sus inseparables Crispín y Goliath a bordo de una nave camino de Thule, el reino de Sigrid (la eterna novia del Capitán, no llegaron a casarse y jamás yació con ella), pegabas un bote con unas irresistibles ganas de recuperar Jerusalén. ¿Que has dormido mal, dices? Vale, muy bien, majete, ya llegará el invierno y dormirás mejor, ahora ponte a trabajar y déjate de majaderías. Ni conversaciones sobre el calor ni quejas por el sueño, qué maravilla. Pero no acaba ahí la cosa. En realidad, no ha hecho más que empezar. Adiós festivales de verano, ese invento del demonio que no existía en la época de los 'boomers'. Espera, espera, que hay más. Adiós selfies en esa cala de aguas cristalinas y arena finísima a la que tan sólo han acudido 52.764 personas más, cargadas con sus toallas, esterillas, sombrillas, neveras, sillas, hamacas, tumbonas, tiendas de campaña, barbacoas, equipos de música con altavoces incorporados, ¡chum-ba, chum-ba, chum-ba!, niños que en lugar de jugar a hacer castillos miran la tablet y protestan por todo, adolescentes que posan poniendo posturitas, mamás y papás tintados de tatuajes desde los pies hasta el cuello y abuelas que hacen topless. Un paisaje ciertamente idílico que sin duda merece una visita y recomendaciones en las redes aunque el coche haya que aparcarlo a 10 kilómetros, en un descampado polvoriento, e ir andando hasta el lugar de los hechos cargado con la impedimenta. ¿Que si he acabado? Para nada, ahora viene lo mejor. Al estar prohibido el verano, los atuendos 'ad hoc' se perseguirían policialmente. «A ver, usted, pollo, ¿es que no sabe que las sandalias no están permitidas? ¿No ha visto que esos dedos gordos de los pies, deformes, horrendos, no pueden ser exhibidos en público?». Las sandalias, las chanclas, las camisetas sin mangas, las bermudas fuera de su hábitat natural y, por encima de todo, los pantalones pirata con bolsillos en los lados y tiras que cuelgan sin que nadie sepa por qué ni para qué. Lo anterior estaría penado con una multa disuasoria pero el pantalón pirata se consideraría delito de lesa humanidad y se pagaría con 25 años de trabajos forzados en una prisión en la que se vestiría con traje de chaqueta y corbata anudada sin poder desabrocharse el último botón de la camisa. Pero... ¡un momento! ¿Qué haríamos entonces, querido Esteban González Pons, autor de un maravilloso artículo al respecto, con los melocotones de Cabanes, la mejor fruta del verano? ¿Y con las puestas de sol en la playa tras un par de horas de lectura? ¿Y con los helados (especialmente de turrón), las paellas familiares sin estar mirando el reloj, las siestas, las tertulias con gin-tonic, los paseos...? ¿Todo eso también quedaría abolido? Sería pagar justos por pecadores. Por tanto, rectifico. Parafraseando a Orwell («Todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros»), afirmo que la ley aplicable se resumiría en: «Queda abolido el verano, para para unos más que para otros. Es más, para algunos no queda abolido». ¿Para quiénes más?, preguntaría el tonto de turno. ¡Para todos los horteras y macarras!, gritaríamos desde el fondo de la sala los guardianes de las esencias.
Suscríbete a Las Provincias al mejor precio
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión