La feria de atracciones es sinónimo, para la generación de los 'boomers', de manzana de caramelo y de algodón dulce. De coches de choque en ... los que creías conducir como veías a los mayores y puestos de tiro al blanco en el que nunca dabas en el blanco no porque no fueras hábil disparando (que no lo eras) sino porque la carabina estaba trucada. Del tren de la bruja, el látigo y, por supuesto, la noria. En aquellos tiempos, de niños, no nos dábamos cuenta del 'ambiente' y de la difícil vida de los feriantes. En España no habían hecho acto de presencia los grandes parques, como los de Disney en Estados Unidos. Y a lo más que llegamos, ya de jóvenes, es a enterarnos de que la multinacional negociaba instalarse en tierras valencianas, a mediados de la década de los ochenta, en la marjal de Pego-Oliva. Aunque finalmente se decidió por París, buscando la centralidad continental y las buenas comunicaciones (aunque encontrando peor tiempo en invierno, que no en verano). Después vendría Terra Mítica y Port Aventura, la Warner y no sé cuántos más. Y los videojuegos, una modalidad que condenó al destierro a futbolines y máquinas de marcianitos. En los tiempos de la Inteligencia Artificial y de una oferta a nuestro alcance -imposible de abarcar- en el móvil que llevamos en el bolsillo ¿quién va a pagar por disparar con un rifle de perdigones? Lo comentábamos la semana pasada a propósito de la Feria de Julio taurina y de las explicaciones del empresario de la plaza, Víctor Zabala, para justificar la brevedad de los carteles en las últimas temporadas (en la presente no se celebra por las obras en cl coso de la calle Xàtiva). La sociedad cambia, decía, impone otras modas, otras costumbres. Los valencianos ya no se quedan en la ciudad, se marchan en cuanto pueden. Hace mucho calor y al sol, en los graderíos, no se puede estar. Punto y final. Con la de atracciones pasa algo parecido. Nuevos usos, otras formas de ocio, una juventud y una niñez diferentes. Pero además, la noria parece de otro tiempo. Lenta, repetitiva, destinada a la contemplación tranquila, sin prisas, al disfrute de las alturas. Cuando lo que hoy se llevan son las sensaciones fuertes, las montañas rusas, los descensos vertiginosos, la adrenalina, los viajes a la Antártida y los cruceros por el Amazonas, a ver si nos fotografiamos con la última tribu salvaje (como si quedara alguna...) y lo colgamos en las redes. La noria, por segundo año consecutivo, ya no está en el viejo cauce del Turia. Y es lógico que así sea, es el sino de los tiempos. Aunque también es triste. Porque refleja una aceleración hacia no se sabe dónde.
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