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Elogio de la procrastinación

Sábado, 12 de julio 2025, 23:12

Oigo a la psicóloga de un programa de radio nocturno. Explica que la procrastinación, es decir, aplazar por pereza tareas importantes anteponiendo otras irrelevantes, es consecuencia de perturbaciones emocionales, como la ansiedad, el perfeccionismo o el miedo al fracaso. También la vincula a trastornos tal que la angustia social o la dificultad para manejar estados de ánimo negativos. ¡Madre mía, cómo se ha puesto la cosa! Me acuerdo de mí, el procrastinador alfa de la facultad, enganchado a una serie de las de después de comer, por ejemplo, 'Falcon Crest' o 'Luz de luna', ordenando libros en la estantería o, incluso, friendo croquetas a media mañana con tal de no sentarme a estudiar, y me pregunto qué tipo de síndrome padecía. ¡Yo que pensaba que lo mío era simple vagancia!

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Ya no hay chavales tímidos, movidos, copiotas, gandules, distraídos, empollones, pajilleros o gamberros, ahora, a cada uno se le atribuye un desorden psicológico u otro. Más allá de los que de verdad requieren tratamiento e integración, que por desgracia cada día son más, el resto nos hemos convertido en maniquíes de diván. Quien más quien menos exige atención, cuidados y deferencia por ser como es, aunque no se trate más que de un fantoche, que los hay a patadas. Así, en general, la patología ha sustituido a la personalidad. Pero la desgana no, por favor, esa que no la diagnostiquen. A la apatía y al aburrimiento debo los pocos cuentos buenos que he escrito y las escasas ideas filosóficas que me adornan. Deliciosas e incontables horas de introspección, disfraz y fantasía. Sin tedio nunca habría empezado a leer a los clásicos ni me habría imaginado siendo un proscrito en el bosque de Sherwood o una Lady Marian. Si al chaval que fui le hubieran curado el hastío lo habrían dejado sin literatura.

El verano, que ya está aquí, es para la pereza y el aburrimiento. Detesto esa exigencia contemporánea de no pasar agosto sin practicar surf atado a un paracaídas, destrozar nidos y madrigueras rompiendo el monte con un quad o fotografiar Venecia desde una multitud sudada que también fotografía Venecia. El veraneo existe para fabular observando cómo se abren los higos, lentísimos y a la sombra; para hacer el amor antes de la siesta, con las contraventanas entornadas, cuando el canto de las cigarras y el calor cubren de miel los sexos; para dejar caer al suelo una novela, adormecido en la hamaca; para tirarse en la playa y ver cómo las estrellas fugaces cruzan la noche, las hijas de Perseo... Que no, que la procrastinación no es un trastorno, sino el origen de la poesía.

Detesto esa exigencia contemporánea de no pasar agosto sin practicar surf atado a un paracaídas

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