Calero, el hombre que devolvió la ilusión al levantinismo
El madrileño llegó con su «todo va a salir bien», tropezó con «los agoreros» de la grada que le gritaban «saca a Espí» como protesta y se marcha tras el mágico ascenso a Primera que reenganchó a la afición granota
Un 10 de junio de 2024, Julián Calero se sentó en la silla de la sala de prensa del Ciutat de València. Con una ... camisa negra y una sonrisa que iluminaba a todos los presentes, el madrileño empezaba a plantar la semilla del ascenso con su discurso:«Todo va a salir bien, que la gente confíe». Unas palabras que resonaron en el imaginario colectivo levantinista, que venía cabizbajo tras dos años de penumbra entre el descenso, el no ascenso con la tragedia del penalti de Asier Villalibre, y el año de la miseria con Javier Calleja y Felipe Miñambres.
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Tras hacer milagros con el Burgos y el Cartagena, Calero aterrizaba en Orriols con la intención de obrar magia y llevar a la élite a una plantilla limitada en lo económico, como uno de los presupuestos más bajos del fútbol profesional español. Y lo hizo. Vaya que si lo hizo. Y eso que tuvo sus más y sus menos con la grada azulgrana.
Los primeros rifirrafes con el Ciutat de València llegaron a principios de 2025, en mitad de la temporada del ascenso. Unas palabras en rueda de prensa le condenaron. Hablo de «los agoreros», ese sector de la afición que siempre veía el vaso medio vacío y que era todomalista. Recibió muchas críticas en redes sociales y alguna que otra pitada en Orriols, hasta que reculó un poco —a su manera— y además encadenó una buena racha de resultados. La pelotita entraba y la polémica se despejó, aunque reapareció poco después con el ya famoso «Calero saca a Espí».
El técnico no parecía compartir la opinión de los seguidores, que veían al joven Carlos Espí como un futbolista que tenía que participar más y contar con minutos importantes. Mientras, el canterano se quedaba en el banquillo y aparecía en finales de partido, muchas veces decidiendo con goles o participaciones importantes. Tanta fue la presión de la grada que el propio Calero cedió tras un gran partido de Espí y lo puso de titular, acallando un poco al pueblo. Aquel encontronazo se extendió después a todos los jóvenes de la plantilla en general, puesto que la gente se dio cuenta de que la participación de los futbolistas de la cantera era muy baja. Mientras, veteranos como José Luis Morales contaban con oportunidad tras oportunidad. Y eso, en Orriols, no se entendía.
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Pero todo aquello quedó olvidado con el mágico ascenso en Burgos. El Plantío, el escenario que había aupado a Calero a la élite, le llevaba por fin a cumplir su sueño de ser entrenador de Primera. Los días posteriores, con la celebración en la Plaza del Ayuntamiento y la victoria ante el Eibar, el elevaron al cielo del levantinismo. Pasará a la historia por llevar de nuevo al Levante a donde se merece, será recordado por ser un gran motivador y por ser el hombre que devolvió la ilusión a la afición granota.
Pero como él mismo dijo en sus últimas intervenciones, el fútbol es un rodillo y no perdona. La élite le pilló grande y acabó pagándolo caro. Y aunque estas últimas semanas hayan sido malas, nadie podrá nunca empañar el trabajo realizado por Calero en Orriols. El tiempo le pondrá en su lugar, como a todos.
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