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Michelle Obama, Primera dama de los Estados Unidos de América.

La Jackie negra

Le habría gustado ser Beyoncé, pero Michelle Obama, ahora en la recta final de su 'mandato', se tiene que conformar con ser uno de los personajes más admirados del mundo

ICÍAR OCHOA DE OLANO

Martes, 26 de enero 2016, 20:37

Boris Izaguirre invoca el espíritu de 'Rebeca' para hablar de la Jackie negra. Se refiere a aquel turbador filme de Hitchcock en el que Joan Fontaine, recién casada con Laurence Olivier, emprende una nueva vida en la que se ve atrapada fatalmente por el recuerdo espectral de la primera esposa, muerta, pero omnipresente en cada recoveco de la mansión Manderley. «Mientras que sus antecesoras en la Casa Blanca se vieron aplastadas por el fantasma enorme de Jacqueline Kennedy, Michelle Obama lo ha buscado para mirarlo de frente».

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Desde Miami, su residencia actual, el escritor venezolano destapa con sofisticación cinematográfica el frasco de la esencias del colosal personaje: una ciudadana negra de Chicago, licenciada en leyes por Harvard, erigida hoy en uno de los personajes más admirados del planeta. Lo hace en el año de su retirada del foco público. Su marido, el presidente de los Estados Unidos, apura la recta final de su segundo mandato -el último que permite la Constitución estadouniense- y la pareja prepara su marcha dejando tras de sí una estela de carisma, estilo y 'savoir faire' a la afroamericana tan extraordinaria como fascinante.

Hasta el sector republicano más reaccionario sabe que el inusual cóctel se liga con la poderosa mezcla de inteligencia, sencillez y espontaneidad de Michelle La Vaughn Robinson Obama, 180 centímetros de energía, autodisciplina y un arraigado sentido de la comunidad que le ha llevado a desempeñar su puesto de 'first lady' con un grado de compromiso social hasta ahora desconocido. Diseñado como un cargo no remunerado y libre de responsabilidades, a la tradición seguida por todas las mujeres de los presidentes de implicarse en las asociaciones de apoyo a los veteranos de guerra, Michelle ha añadido un buen puñado de causas. Así, en estos últimos siete años, lo mismo la hemos visto dirigiéndose al pleno de las Naciones Unidas, que jaleando al país entero en chándal y sin maquillar para que se levante del sofá y haga deporte, que departiendo con la reina Isabel II en el Buckingham Palace, que entonando el 'Rap del nabo' dentro de su cruzada verde para reducir los alarmantes índices de sobrepeso de su país, que pregonando la igualdad salarial entre hombres y mujeres.

Michelle le da a todo. Incluida la azada, que mueve con salero cuando toca escardar el huerto ecológico que ha incorporado en la residencia presidencial. Y todo se le da bien. Incluso bailar. «No es guapa, pero sí posee un gran atractivo basado en la inteligencia y en cierto sexy, muy particular y exclusivo de las mujeres negras, que resulta difícil de explicar. Es una gracia especial que está en los movimientos y en las expresiones de la cultura afroamericana y que, a la vez, es muy estadounidense», acierta a describir la escritora Elvira Lindo, quien acaba de desplegar en un libro su aventura como ciudadana neoyorquina. Ese duende racial, tan seductor como indescifrable, salpimenta algunas facetas de la primera dama que la periodista resalta. «Como el de mujer trabajadora que ha llegado a donde ha llegado y que ha ayudado a su marido a estar donde está. En este sentido, se ha tomado muy en serio su proyección como pareja. Los índices de pobreza, delincuencia y obesidad son altos entre la población negra norteamericana y precisamente por ello, ella se esfuerza en ofrecer una imagen ejemplar de sí mismos».

A la progenitora de Manolito Gafotas, Michelle la conquistó desde el principio, cuando allá por primeros de 2009, Barack Obama, recién investido primer presidente de color de Estados Unidos, era presentado al mundo como el nuevo Mesías. «Huyendo de edulcorantes e imposturas, le despojó de todo halo mesiánico para referirse a él como 'un padre de familia' y un 'hombre normal', lo que resultó polémico. Parte de la sociedad no veía bien que la mujer del presidente hablara de forma tan llana de él. Ya entonces me gustó. Hoy me parece absolutamente admirable».

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Deseando volver a conducir

Hija de un operador de bombas del Departamento Hidráulico de Chicago al que diagnosticaron pronto esclerosis múltiple y de una mujer que se dedicó a cuidarle, la prensa amiga del país le atribuye «el sentido de la moda de la icónica Jackie, la inteligencia de Hillary Clinton y el espíritu disfrutón de Nancy Reagan». De ese ramalazo hedonista será, muy probablemente, de donde emerge su vocación frustrada. «A mí lo que de verdad me habría gustado ser es Beyoncé». Otra mujer, por cierto, de otro planeta. Así se lo soltó al rapero Wale en una entrevista desde su domicilio provisional en Washington.

Fresca y divertida cuando toca, la mejor arma secreta de Barack Obama -como la apodan con cariño al otro lado del Atlántico- «ha encontrado en su apabullante naturalidad el mecanismo que le permite ser aceptada por la mayor variedad de personas», expone Izaguirre. «Eso le hace estar cómoda en la tele. Además, sabe expresarse en un lenguaje coloquial. Se siente segura porque todos los días de su vida ha tenido que enfrentarse a dos prejuicios: ser mujer y ser afroamericana», agrega. En su última aparición catódica, en un 'late show' hace apenas cuatro meses, se volvía a meter al país en el bolsillo al asegurar que está deseando dejar la Casa Blanca para «conducir» y «bajar las ventanillas del coche», sin abandonar 'Let girls learn' (Dejad que las niñas aprendan), la última campaña que ha emprendido en pro de los derechos de las chicas a aprender y a competir con los chicos en situación de igualdad.

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Pero detrás de esa imagen desenfadada está, «no lo olvidemos, la consejera política con más influencia sobre el líder de la mayor potencia del mundo», enfatiza Lorenzo Milá, corresponsal de TVE en Washington durante la última legislatura de George Bush y buena parte de las dos mandatos de Obama. «Sus convicciones y su escala de valores son muy claras, así como su militancia con las minorías y su perfil progresista, que es incluso mayor que el de su marido. Y él valora mucho a su mujer», señala el veterano periodista, quien descarta, sin embargo, su inmersión en política. «Es poco aficionada al escaparate».

Cuando escucha su nombre, Modesto Lomba la recrea en la segunda ceremonia de investidura de su esposo, vestida con un «abriguito de magnífico paño en color pistacho. Una pieza exquisita», piropea el modisto, quien ve en ella una «reactualización» de Jackie Kennedy por «conceptos que trascienden a los meramente estilísticos». Un apartado, este último, en el que el presidente de la Asociación de Creadores de Moda de España ha visto muchos aciertos. Pero, sobre todo, uno. «En lugar de apostar por la exuberancia y el brillo, tan del gusto de las afroamericanas, se ha decantado por la pureza en los colores y las líneas. Y eso ha sido muy rompedor y vanguardista». Pero por encima de tonos, telas y patrones, Lomba alaba el «férreo compromiso» adoptado por la 'first lady' con el sector de creadores de su país. «Pese a la complejidad de su agenda y a no tener el cuerpo de Rania de Jordania, se propuso ser el escaparate de la industria de la moda norteamericana. Y lo ha hecho de forma brillante. Qué envidia», admite con segundas.

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