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Mamen, propietaria de Chiva Clinic, marca el punto que alcanzó el agua el 29-O. LP

Resiliencia, el antídoto para emerger del barro un año después de la dana del 29-O

Chiva ·

El agua arrasó todos los comercios del kilómetro cero de la riada. A día de hoy, la mayoría ha resurgido: «Había que volver a empezar»

Héctor Esteban

Valencia

Domingo, 19 de octubre 2025, 00:35

La noche ha caído en Chiva. Juan Carlos Cunquero se asoma al barranco, donde el rumor del agua rompe el silencio. Baja mansa, apenas ... un hilo, una lámina sobre el refuerzo del puente nuevo. En esta ocasión, la dana, de nombre Alice, ha golpeado por otros lares, más en el litoral. Cada parte de lluvia pone en alerta al pueblo, por lo que pueda pasar. Hay quien a la primera gota se encierra en casa y ya no sale hasta el próximo rayo de sol. El miedo existe, el miedo come.

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Es otra vez octubre, otoño, casi un año después de ese martes 29 de 2024 que cambió la vida de Chiva para siempre, en lo material y en lo emocional. Los últimos meses han sido durísimos, las cicatrices, las del corazón y las de las fachadas de las casas, perduran pero ya se vive de otra manera. Acostumbrarse al paisaje es asumir la tragedia. Hay esperanza y temor, un cóctel que va por días. «Hasta que no pasen cinco años no volveremos a estar como antes», señala Juan Carlos a los pies de su tienda de modas. Él, ya jubilado, todavía se emociona al recordar aquel día. Nadie olvidará esa maldita dana.

La destrucción que bajaba por el barranco de Chiva llenó portadas e informativos. Lo más parecido a una guerra sin ser una guerra. Durante aquella tarde los ojos no vieron pero el corazón empezó a sentir que al amanecer sería el primer día de una nueva vida. En la calle Buñol, ya casi reconstruida, los albañiles entran y salen de varias casas, aquellas en las que se ha iniciado la tarea de la reconstrucción. Las ayudas han sido fundamentales para volver a empezar. En otras, sus propietarios bajaron la persiana y el barro y la humedad siguen vivos de puertas para adentro. Otros tuvieron que tirar la casa y tapiarla para dejar un solar con un futuro incierto. En las calles, la banda sonora es la de la broca del 8. Los taladros no descansan. Primero hay que recuperar las calles, después las casas.

La vida comercial ha vuelto. El agua arrasó con todo. Desde Modas Cunquero, al inicio de la calle Buñol desde la calle Ramón y Cajal hasta todos los comercios de la plaza de la Iglesia. En cuestión de horas, todo se fue barranco abajo, con los vecinos desde sus ventanas dando fe de una destrucción nunca vista. En minutos el agua saltó por encima del pretil de puente viejo, arrancó la pasarela de madera, y entró en la calle Enrique Ponce con un caudal de aguas bravas que arrancó las persianas de los comercios y anegó las calles a 1,70 metros de altura.

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En los últimos 75 años, Chiva se ha levantado cuatro veces. Riada tras riada. Y en esta ocasión no ha sido una excepción. La mayoría ha vuelto. El subidón de adrenalina sirvió para vaciar los locales. La calma, el bajón, la depresión para llenar el futuro de dudas. Las ayudas, como las del programa Alcem-se impulsado por Juan Roig, para agarrarse al futuro. Chiva es un pueblo que necesita a su pequeño comercio. La imagen es casi la misma que antes del 29 de octubre. Los menos han cerrado; otros han pasado de óptica a floristería y casi todos han dado un paso al frente empujados por el ánimo de un pueblo que hoy celebrará en el teatro Astoria un sentido homenaje a todos aquellos que no claudicaron ante la fuerza del agua.

Durante años, el pueblo se promocionó bajo el eslogan «Chiva Viva», un lema que mutó tras la noche del 29 de octubre para reforzar todavía más el espíritu de un lugar que nunca se rindió ante la adversidad. Al amanecer del 30 de octubre, el pueblo fue más que pueblo, y acuñó el «Chiva Siempre Viva».

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Santi Cafetería Alarcón

«Dormí en la cafetería durante un mes después de la dana»

La Cafetería Alarcón es un BIM -bar de interés municipal–, un lugar de culto. 'Ricardico', como es conocido en Chiva en honor a Ricardo Alarcón, ha vuelto de la misma manera que se lo tragó el agua el 29 de octubre. Santiago y sus hermanas han reconstruido el bar de manera idéntica a como estaba antes de la tragedia.

Santi y Eli, en su negocio, que han recuperado tal y como estaba. El agua alcanzó el 1,70 metros y dejó un paisaje lleno de barro y desolación. LP

«Abrí por la mañana y a las cinco de la tarde volví para reiniciar la marcha. Mi hermana me dijo: llueve mucho, no abras», cuenta Santi, que decidió quedarse en la cafetería para poner toallas y periódicos porque empezaba a entrar agua. Llegó el resto de la familia. La tarde se complicó. El agua pasó de los tobillos a las rodillas. «Entonces, de repente, un gran golpe de agua tras romper un coche la puerta inundó toda la cafetería y arrastró todo el mobiliario. Perdimos la noción del tiempo», cuenta Santi, que recuerda que se fueron a tratar de sujetar las puertas de la parte trasera, una misión imposible. Al final, exhaustos, se refugiaron en una escalera con la esperanza de que el agua no subiera más y con un ojo en una posible salida por el techo del bar. La marca de la riada: 1,70 metros.

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«Al día siguiente esto era un bombardeo pero desde ese momento sabía que nunca iba a tirar la toalla», cuenta Santi, que se pasó un mes durmiendo en la cafetería y trabajando para volver a levantar la persiana. En 1983, con su padre al frente del negocio, ya vivieron la riada de Textofil. «No me daba miedo dormir aquí. No había mucho que llevarse»

Las ayudas llegaron, la fortaleza se mantuvo intacta y a los cien días de la dana, la Cafetería Alarcón volvió a abrir sus puertas. Nada había cambiado. La misma barra, los cristales en la pared, el tono rosa. Y al fondo, como siempre, las fotos y los trajes del paisano, del matador Enrique Ponce, junto a las cabezas de algunos toros de sus grandes tardes, porque 'Ricardico' es un lugar de culto, arte y tauromaquia.

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Mercedes Moda Cunquero

«Volver a abrir la tienda levantó el ánimo de mi familia»

Todo el mundo en Chiva ha tenido una prenda de ropa de Moda Cunquero. Siempre en la calle Buñol, en el kilómetro cero de la dana. En su escaparate un Lois o un Caster. La tienda hoy la lleva Mercedes, la esposa de Juan Carlos, una amante de la montaña. A la que no hay pared que se le resista. Ese espíritu le ha permitido llegar a la cima más alta de su vida.

La tienda tiene vistas al barranco de Chiva. «Por la tarde no abrí. Llovía mucho. A partir de las cinco y media vino todo el desastre: agua, coches arrastrados, contenedores, árboles...», cuenta. La tienda quedó arrasada.

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Mercedes ha podido abrir en la calle Buñol, a orillas del barranco de Chiva. La dana se llevó por delante muchos años de trabajo en una de las tiendas históricas del pueblo. LP

Sobre la una y media de la madrugada, una vez bajó el agua, su marido, Juan Carlos, y uno de sus hijos acudieron a la tienda. A su vuelta, el mazazo: «Olvídate de la tienda, ya no existe».

La noche fue en vela. «El ruido del agua es algo que no se olvida». Al día siguiente el impacto, el silencio, la inercia de empezar a limpiar: «Era como una película muda, a cámara lenta». Aparecieron los voluntarios primero y después, las dudas sobre qué hacer.

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Para Juan Carlos el golpe fue duro. El agua se había llevado el negocio de su vida. «Se nos fueron hasta las ganas de comer. Mis hijos estaban todo el día por ahí ayudando y al llegar a casa se acostaban sin cenar». Mercedes, la escaladora, sabía que la ascensión no iba a ser fácil. El primer pensamiento fue no volver. «Pero llegó la ayuda de Alcem-se, la de Roig, y ahí es cuando dijimos que íbamos a tirar hacia adelante», apunta. El camino no fue fácil. La calle era intransitable pero cuando al menos ya se podía pasar, comenzó la obra. Y no sólo fue levantar una tienda sino también a una familia, que vieron las primeras luces en esa oscuridad que dejó la dana. «Lo hemos pasado muy mal, especialmente los primeros meses. Pero había que seguir el ejemplo de todos los voluntarios que vinieron a ayudar, especialmente los jóvenes», señala Mercedes, que a la entrada de la tienda ha puesto un cartel de agradecimiento a todos los que ayudaron.

«Estoy muy contenta de haber vuelto a abrir. Creo que he tomado la decisión adecuada. Ahora, que no vuelva a pasar y si viene agua, que vaya por su cauce», pide Mercedes. La vida, en casa de los Cunquero, empieza otra vez a ser normal.

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Laura Pulput Casanova

«Pese al shock, desde el primer minuto supe que iba seguir adelante»

Laura Casanova tiene 26 años. Está al frente de la tienda que abrió su padre, Fernando Casanova, un tipo alto como un pino y que surfea en la cresta de los concursos de pintura rápida por España. «El 29 de octubre, viendo que llovía tanto y que no vendría gente, decidí quedarme en casa por la tarde para adelantar faena», apunta. Vive en Ramón y Cajal, la calle que llenó los informativos como un Amazonas paralelo al barranco del Gayo y que engullía los coches como un banco de pirañas. «Vine con mi padre al día siguiente por la mañana. Esperaba un gran destrozo en la tienda pero no tanto».

A la entrada una leyenda: «1,65 metros de altura». Un dato para que nadie lo olvide. La plaza de Enrique Ponce se transformó en una gran balsa. Laura había recogido el testigo de su padre y le había la vuelta a la tienda unos meses antes. Vende obras con la firma de Casanova, marcos para cuadros pero su fuerte está en la ropa y el merchandising. «No me veo trabajando en otra cosa, ¿sabes? Me gusta lo que hago. Entramos, lo tiramos todo y pensamos. ¿Cuál es el siguiente paso? Pues arreglar esa pared, y la arreglamos», explica esta joven. Paso a paso hasta llegar a la meta.

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Laura, a sus 26 años, sabía que iba a volver a abrir a pesar de que al día siguiente se encontró con una tienda totalmente arrasada y llena de barro y lodo. LP

La fuerza de los voluntarios; los vecinos, que han cumplido con la promesa de ir a comprar tras subir la persiana; las ayudas; el empujón de la familia... «Todo sumó para soportar esas noches en las que no puedes dormir pensando en cuánto va a costar levantar de nuevo la tienda, tanto a nivel económico como personal». El 30 de enero, Pulput Casanova volvió a ofrecer sus productos.

De la tragedia hay lecciones que aprender. «Bueno, sé que me tengo que preparar mejor. Pues quizá hay material que debes poner en alto, no sé, hay cosas que cambiar». Laura asegura que no tiene miedo a que vuelva a pasar pero entiende que hay gente de fuera que piense que es una locura abrir en el mismo lugar. «¿Y qué hacemos, dejamos sin vida al pueblo? El pequeño comercio es muy importante. Hay que seguir teniendo vida en esta zona a pesar de que exista un riesgo evidente», apunta.

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Mamen Chiva Clinic

«La dana nos trajo la pediatra que no encontrábamos»

El horno de Mari es hoy una clínica. Mamen y Lourdes, las dos hijas mayores de Gabriel y Mari, dieron hace unos meses un salto con tirabuzón para convertirse en emprendedoras y abrir un negocio que no existía en Chiva. «Yo tenía que ir con mis hijos a varios sitios al médico y al final, viendo que aquí no había nada, abrí la clínica junto a mi hermana», cuenta Mamen, que no quería estar toda su vida detrás de un mostrador vendiendo rosquilletas y pan de cuarto.

La aventura duró 15 meses, hasta que la dana pintó de barro unas paredes de blanco inmaculado. «Abrimos por la mañana, por la tarde, con lo que empezó a llover, decidimos cerrar. Anulamos las visitas y se lo comunicamos a nuestros especialistas, que tenían que venir desde Valencia. Se extrañaron porque allí no llovía», cuenta Mamen.

Mamen había abierto junto a su hermana Lourdes una clínica en Chiva 15 meses antes de la dana. Volver no ha sido fácil pero tres meses después ya subieron la persiana.

Lourdes vive en un piso a orillas del barranco, podía intuir el desastre. Mamen, en cambio, vive a las afueras. No se pudieron comunicar, la cobertura desapareció. «A la mañana siguiente, al asomarme al barranco percibí lo que había pasado. ¡Dios mío, la clínica!, pensé», cuenta. Al llegar, su hermana y su cuñado Armando intentaban ya abrir la puerta. «Nos abrazamos todos los comerciantes y vecinos de la calle, estábamos en shock, éramos como zombies», asegura. Una marabunta de voluntarios y los mensajes de apoyo de los vecinos levantaron el ánimo.

Las dudas surgieron. No es fácil volver a empezar. Mamen y Lourdes tiraron varias veces la moneda al aire hasta que salió cara. «La ayuda de Juan Roig fue el punto de inflexión, el momento en que decidimos volver a abrir. Una ayuda importante e inmediata, que nos permitió dar el paso», comenta. Unos vecinos holandeses hicieron el mobiliario y también hubo una donación económica en forma de puerta de entrada.

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La dana también trajo cosas buenas. «Llevábamos meses buscando un o una pediatra. No había forma. Un día, una de esas tantas voluntarias que pasaron por Chiva vio que buscábamos una pediatra, su profesión, y desde que volvimos a abrir aquí la tenemos. La dana nos trajo la pediatra», señala.

El 22 de enero, tres meses después de la riada, Mamen y Lourdes volvieron abrir Chiva Clinic. Al fondo del local, todavía hay restos de la riada. «En esta habitación todavía hay marcas y mira, aquí nos sigue saliendo la humedad», cuenta Mamen mientras pone la mano junto la inscripción con rotulador negro: «Dana. 29/10/24». Una fecha que divide el blanco nuclear del blanco barro.

«Lo mejor de aquellos días fueron los voluntarios. Era una sensación preciosa a la vez que la peor de tu vida», termina Mamen, que confía en no vivir más una situación como la del 29-O.

Yolanda Joyería Canales

«No íbamos a volver pero ver que otros lo hacían lo cambió todo»

Yolanda fue de las últimas en levantar otra vez la persiana en el kilómetro cero de la dana. Los nubarrones sobre su cabeza duraron mucho más tiempo. No había ganas y muchas dudas, al margen de cuestiones ajenas al puro negocio. «El 29 por la mañana abrí un ratito, pasado el mediodía porque había estado con mi padre en el hospital. Mis hijos no habían ido al colegio y por la tarde ya no abrí por la lluvia», relata. El agua, a partir de las cinco y media de la tarde, ya bajaba por la zona de la cuesta del lavadero: «Se veía agua pero al quedarme sin cobertura y no recibir vídeos por whatsapp no era consciente de lo que pasaba en las cercanías del barranco. No me esperaba lo que me encontré a la mañana siguiente».

Al amanecer llegó a la joyería sola ya que su marido, Pedro, se tuvo que quedar en Turís, donde trabaja. «La persiana estaba reventada, el escaparate hundido, se llevó el cristal blindado, las joyas. Tuve que pedir ayuda a la gente que pasaba para que me ayudaran a entrar», recuerda. A la dana se unió una situación familiar complicada, una combinación fatal para ese pensamiento de no volver a abrir. «En un principio era no y no. Lo hablé en casa con mi marido y la decisión estaba tomada».

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Yolanda fue de las últimas en abrir en la calle Enrique Ponce. Tras mucho madurar la idea, al final decidió empezar de nuevo con la joyería. LP

Una conversación con el gestor lo cambió todo. «Me dijo que había ayudas, que algunas como las de Juan Roig eran inmediatas. Vi también que los otros comercios abrían y ya me entró el gusanillo... La verdad es que la gente me animó mucho para volver a empezar», cuenta Yolanda. La idea inicial cambió y el 14 de abril volvió a levantarse la persiana de la Joyería Canales.

Saben que la carrera es de fondo. Hubo una gran cantidad de género que se fue barranco abajo, igual que todo el material de relojería que usaba su marido, que heredó la profesión de su padre.

Yolanda tiene la esperanza de que no vuelva a ocurrir una riada como la del 29 de octubre. «Tengo miedo, nunca se pierde. Además, mi negocio está a pie plano, me entra agua enseguida pero de verdad no creo que volvamos a vivir una situación como la de la dana, de una magnitud tan descomunal como la que vivimos».

La joyería ha quedado como nueva, al menos en la zona de venta al público. En la trastienda todavía quedan marcas de aquel día, del nivel del agua. «En esta pared cabía el puño», señala.

La calle ya no es la misma porque no todos han vuelto, pero vuelve a haber vida. «Poco a poco. A pesar de que al principio se nos hizo un mundo, estamos contentos de haber vuelto».

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