Episodios de corrupción que se abren en canal -del caso Alquería a la nueva entrega de los papeles de Bárcenas-, vacunaciones bajo sospecha -con un reguero cada vez más extenso de cargos públicos salpicados-, duros balances de fallecidos por el covid -cinco mil historias truncadas en la Comunitat-, restos tóxicos desbordando los hospitales -y buscando soluciones de emergencia, como la de Feria Valencia- y demoledores efectos económicos que ya padecemos (y los que vendrán). La semana que dejamos ha sido, de nuevo, aciaga y nos estamos acostumbrando. Inmunizando, incluso.
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Pese a que el drama que vivimos es tremendo, no podemos permitir que dinamite nuestro futuro. Ni el personal ni el colectivo. Debemos recomponernos y mirar al mañana, además, con optimismo. Desde un punto de vista egocéntrico, por nosotros y los nuestros. Si lo vemos con más perspectiva, por respeto a los damnificados de esta pandemia. Respeto hacia las víctimas mortales -que nunca debemos de olvidar que son vidas truncadas con nombre y apellidos, familias y proyectos hechos añicos-. Pero respeto también hacia esos pacientes cuyas enfermedades no pudieron ser tratadas, aquellos a los que no se les pudo diagnosticar un tumor a tiempo, dependientes a los que no se les atiende como se debería, enfermos cuyas operaciones se tuvieron que cancelar por el caos sanitario... Dos datos: 60.000 intervenciones y un millón de consultas se han aplazado desde que se propagó el virus el pasado año.
Me refiero, además, a los damnificados por el zarpazo económico. Uno, el tejido empresarial -sustentado por pequeñas empresas, comercios y autónomos- cuyo músculo financiero no da más de sí. Dos, el entramado turístico que, a nivel nacional ha visto perder 65 millones de visitantes en España. Y tres, por centrar el tiro, la hostelería, absolutamente criminalizada, que intenta resistir pero está al límite porque el tsunami pandémico ha puesto en jaque sus negocios. Y afecta a todos los restauradores: los más pequeños y los más grandes. Al propio Quique Dacosta, nuestro único tres estrellas Michelin, que la pasada semana, en una emotiva entrevista en La Ventana de la Cadena Ser, se derrumbaba: «Pinta y esconde el cuadro en una habitación oscura; eso es lo que tenemos hoy en nuestro sector». Un pesar generalizado en esa hostelería que tanto aportan a nuestra economía, vida social y cultural.
Por todos ellos, por las víctimas de la pandemia y de la emergente crisis económica, no podemos desfallecer. Cada uno en su ámbito, debemos presentar batalla. Porque tenemos los mimbres para ganar. Y debemos lograrlo, sin tener que depender de la Administración. Entre otras cosas porque no es garantía de éxito. Al contrario.
Esta semana, el Levante UD se clasificó para las semifinales de la Copa del Rey en el último minuto de la prórroga. Lo logró 86 años después de conseguirlo por primera y única vez. Fue, al margen de una gesta deportiva, la demostración de que no hay que dar nada por vencido. De que siempre hay opciones para marcarse objetivos, superar obstáculos y alcanzar las metas. Pero para ello, hay que creer en uno mismo. Querernos. Algo que a los valencianos nos cuesta. Querernos a nosotros y a nuestra gente; creer en nuestra fuerza y en nuestras posibilidades, y evitar entrar en ese juego de autodestrucción que tanto nos seduce. Porque, siguiendo el rito fallero, sabemos mejor que nadie levantarnos de las cenizas. Es una obligación hacerlo por los que se han quedado en el camino, los que ahora viven en la asfixia y los que vienen detrás. Lo contrario sería indigno. Una traición a todos ellos. Xoel López lo resume bien: «Estás atrapado en las sombras, aguarda, aguarda / Del lodo crecen las flores más altas».
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Es domingo, 7 de febrero. Hace un año Torra recibía a Sánchez con honores de jefe extranjero. El primero ya no está; el segundo aspira a conquistar la Generalitat catalana.
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