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Alberto Fabra, ayer, junto a miembros del Consell, en su entrada en Les Corts. :: txema rodríguez
Fabra anuncia planes millonarios y rebajas fiscales a 8 meses de elecciones

Fabra anuncia planes millonarios y rebajas fiscales a 8 meses de elecciones

Las iniciativas del jefe del Consell suponen una inversión de 2.400 millones que la oposición considera «un engaño»

BURGUERA

Miércoles, 24 de septiembre 2014, 00:04

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¿Era consciente ayer Alberto Fabra de que abordaba su último debate de política general en esta legislatura al frente del Consell? ¿Tenía presente que, si las encuestas son ciertas y los resultados de las europeas se repiten dentro de ochos meses, no volverá a subir al estrado de Les Corts como presidente de la Generalitat en una sesión de este tipo? A tenor del mensaje presidencial, era consciente y lo tenía presente. Fabra intentó revertir los malos augurios a base de ilusión, merced a, literalmente, decenas de propuestas de todos los colores, sabores y tamaños, buenas intenciones dotadas, además, de generosas cantidades económicas.

Entre unas y otras ideas, la Generalitat debería disponer de 2.400 millones de euros para que las palabras del presidente se traduzcan en hechos.

Desde la oposición se dudó categóricamente de que los presupuestos autonómicos puedan volar tan alto como las iniciativas anunciadas por el jefe del Consell, que durante meses, años incluso, ha lamentado que la mala financiación estrangula a la Administración autonómica, limitada prácticamente a pagar los servicios básicos y con escasa capacidad de maniobra. El presidente no se limitó a presentar ideas para cerrar la legislatura. Fue más allá. Mucho más allá. En algún caso, desplegó planes estratégicos que culminarían en 2020 (como el de Desarrollo Rural, para el que tiene la intención de reservar 458 millones); es decir, que su discurso se construyó con la aspiración de ganar no sólo las próximas elecciones, sino también las siguientes.

Tal avalancha de optimismo complació a su bancada, con alguna honorable excepción, molt honorable. La cara del expresidente Camps se tornó en poema en el arranque del discurso de su predecesor. Quizá más con el objetivo de poner en valor su gestión que el de echar por tierra la de aquel que le antecedió al frente del Consell, Alberto Fabra dibujó un escenario de la Generalitat prácticamente apocalíptico cuando llegó al Palau en 2011.

A mitad de su intervención aseguró que Zapatero era el causante de tanta ruina, pero en su bancada ya se había dibujado algún gesto tenso. Camps se dedicó ostentosamente a leer un documento sobre la licenciatura de Artes Liberales, del King's College London. En cualquier caso, el presidente no tardó demasiado en caminar hacia el futuro que él pretende. Fabra desplegó inminentes rebajas fiscales, ayudas para la compra de libros, inversiones que fomenten la creación de empleo («cerca de 200.000 nuevos puestos de trabajo hasta 2016») juvenil y destinado a parados con más de 45 años, planes de actuación que dinamicen la actividad empresarial, así como para mejorar y crear nuevas instalaciones sanitarias, educativas y de atención al bienestar social.

Su mirada hacia los años venideros destiló un positivismo que contrasta con las dificultades que atraviesa la Comunitat a causa de la infrafinanciación. Precisamente, el reparto de fondos que hace el Gobierno central a las autonomías fue un tema sobre el que pivotó su discurso del año pasado. Ayer, el asunto se difuminó, se diluyó entre la tromba de propuestas que el presidente desgranó durante un centenar de minutos algo espesos, pues la dicción y la oratoria del jefe del Consell no es, precisamente, la mejor de Les Corts. Su gestualidad tampoco ayuda. Una vez se abrochó la chaqueta al inicio de su discurso, leído de pe a pa, no se volvió a mover.

Fabra presentó sus proyectos y les calculó un coste con el fin de dotarles de veracidad, reivindicó las señas de identidad valencianas, señaló hacia la oposición como un todo unitario dañino para la ciudadanía. O yo, o el caos, vino a considerar, en clave preelectoral. Como todos.

La oposición, también mirando hacia los próximos comicios, no se creyó ni los buenos días del presidente. El único aplauso de toda la Cámara para Fabra fue, en realidad, irónico, cuando el presidente anunció un calendario de sesiones parlamentarias más intenso («¿Ahora?, ¿ahora?», clamaron desde la izquierda entre hilarantes aplausos). Los portavoces de PSPV, Compromís y EU presentaron una realidad dura, pero dispersa. Un salpicón de reproches sin meter el dedo en la llaga en ninguno especialmente. La renuncia a continuar dando batalla en Madrid para conseguir mejorar la financiación fue el común denominador de los ataques opositores.

El socialista Antonio Torres arrancó preguntándose si Fabra llegará al final de legislatura, le animó a dimitir igual que Gallardón, y sacó un álbum de fotos del presidente junto a Camps, Blasco, Castedo... Torres se traía bien aprendida letra y música de su canción y apenas se permitió improvisar para matizar el discurso de su rival.

El portavoz de Compromís, Enric Morera, había dibujado una intervención diferente. Incluía un decálogo de intenciones para el caso de que los resultados del próximo mes de mayo le permitan participar en una coalición de izquierdas. Sin embargo, salir antes de hora no le sentó bien. Como los artistas, el síndic de Compromís hubiese preferido el turno vespertino para su actuación. Hasta su adjunta, Mónica Oltra, lamentó que tuviese que intervenir antes de tiempo. Morera calificó las propuestas de Fabra de un engaño, le acusó de ser «insolidario» con Camps y le echó en cara su «sumisión» y obediencia a Rajoy en el capítulo de la financiación. En las réplicas, ya más mentalizado y embalado hacia asuntos de corrupción, acusó a los populares de estar «al servicio de la mafia».

Marga Sanz consideró a Fabra un «vendedor de 'Todo a 100'» y enmarcó su discurso como «el de aquellos que están recogiendo los papeles para salir». La portavoz de EU le achacó que la presentación de la batería de propósitos era un insulto a la inteligencia de los diputados y tildó de «patética» la defensa de Fabra de su partido ante los casos de corrupción. Y es que los asuntos políticos que han acabado en los juzgados ocuparon a Fabra en los turnos de réplica. Sacó pecho por su línea roja y se mofó del doble rasero de los socialistas ante la imputación (también doble) de Orengo, exalcalde de Gandia. Leyó un extracto del caso Rabasa y ahí ya sí que los termómetros parlamentarios se dispararon. La oposición se indignó sonoramente, igual que cuando el síndic del PP, Jorge Bellver, les acusó por la mañana de ser 'muyahidines', cargar con un 'burca ideológico' y ser 'apátridas ideológicos', un discurso un poco pasado de vueltas en las metáforas acusadoras. Josep Moreno (PSPV) saltó, bramó Esther López Barceló (EU), brincó Compromís, el presidente de la Cámara, Juan Cotino, repartió hasta tres llamadas al orden entre la oposición mientras el gesto de algunos populares no era precisamente el de divertirse. Torres acusó a Fabra de «rastrero». Un veterano diputado popular, Ricardo Costa, miraba a su líder con un gesto adusto. El presidente zanjó el debate gustándose mucho.

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