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En una instancia parece que el presidente de la Generalitat ha salvado el riesgo: Plácido Domingo no es «algú de fora» y se queda

Martes, 26 de diciembre 2017, 09:11

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Una vez más tengo la impresión de que ha sido la decisión extrema y personal del presidente de la Generalitat la que nos ha evitado una catástrofe; en este caso el desastre artístico y cultural que hubiera supuesto tratar desairadamente, o incluso romper con Plácido Domingo en su relación con Les Arts. No es difícil pensar que esa es una de las misiones diarias del presidente: mediar y terciar, apagar los incendios que le crean otros y unos, liarse la manta a la cabeza y salvar lo que se pueda en un conflicto donde, después del desastre de gestión que dejaba el Caso Livermore, los hechos podían seguir a mayores, hasta acabar con toda la vajilla de la casa.

Que la política cultural del Gobierno del Botànic está llena de desencuentros es una conclusión sencilla. Compromis y el PSOE tienen clientelas matizadamente distintas, formas diversas de pensar el hecho cultural y concepciones dispares no solo sobre la ópera sino sobre lo que los valencianos, para entendernos, dimos en llamar «grandes eventos», acontecimientos espectaculares que nos situaron en el mapa «de los sitios que hay que ver» y de las sociedades «que hacen alguna cosa interesante».

Todos, también el PSOE, son reticentes ante los eventos, y sobre su simple recuerdo. Pero siendo común el rencor que se guarda hacia una época de nuestra historia, quizá los socialistas son más prácticos a la hora de mirar las asombrosas cifras del turismo, un sector que nos sigue yendo muy bien, y de respetar al menos uno de esos «eventos emblemáticos» por provincia. Alicante, así, tiene una magnífica Volvo Ocean Race, Castellón se está especializando en el golf, y Valencia tiene el motociclismo y además un Palau de les Arts al que no se puede renunciar sin males mayores.

El riesgo, sin embargo, es que nuestra casa de la ópera se termine por clasificar entre los caprichos inevitables que hay que sostener. Y creo que, afortunadamente, las decisiones tomadas en última instancia lo pueden evitar. Porque derivándolo hacia una herramienta de baja calidad y contenidos de horizonte estrecho se hubiera terminado en una pérdida inevitable.

Cuando son docenas los pueblos y ciudades que aspiran a tener su bien de interés cultural, cuando cualquier político aspira a elevar una pieza de folklore antiguo de su pequeña comunidad al nivel de respetabilidad, material o inmaterial, que identifica una etiqueta protectora, se hace especialmente necesario que nuestra Cultura, y nuestra Economía, aprendan la lección de los bienes intangibles como referentes externos e internos de autoestima y proyección. Porque no se trata de mantenerlos con resignación, sino de exhibirlos con orgullo en una supuesta línea de superación.

De ese modo, Plácido Domingo no será un gasto, sino un honor. No será, como se le llamó -qué torpeza para la historia- «algú de fora», sino uno de los nuestros, un español dueño de conocimientos de ámbito internacional, del que es necesario aprender.

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