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Livermore y Valencia

El artista dimisionario nos ha calado: somos duales, unos días exigentes y cosmopolitas y otros estrechos y provincianos

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Martes, 12 de diciembre 2017, 09:31

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El teatro Regio, el coliseo de la ópera de Turín, es una joya de la monarquía saboyana; como la Lonja, está protegido como Patrimonio de la Humanidad. Escuchar música abrigado en su herradura, y asistir a la entrega del premio que la Fundación Giovanni Agnelli concedió al filósofo Isaiah Berlin, es uno de los privilegios que me ha regalado el periodismo.

Aquella noche inolvidable transcurrió en 1988. Y ahora pienso si un turinés de 22 años, Davide Livermore, no andaría trabajando ya, en el coro o entre bambalinas, en la que ya era su inquieta vocación artística. Y si no estaría dando guerra, por anticipado, en la muy agitada Italia política de finales de los ochenta, llena de atentados, convulsiones y corrupción. Curiosamente, me digo, el inagotable Livermore dejó Italia a causa de sus desencuentros con los modelos culturales de los tiempos de Berlusconi y los suyos, brutales a fuerza de espartanos. Y concluyo -qué paradoja- que Livermore, si algo es íntimamente, es un artista de la izquierda cultural, un progresista de la belleza que necesita poner la ópera a disposición del pueblo, aunque sin dejar que pierda la dignidad de un arte de excelencia. Porque no se trata de rebajar la calidad de la cultura, sino de elevar el nivel de quienes la disfrutan.

Como ya hizo en Italia, Livermore ha sido descarnado en su despedida, un tanto napolitana y dramática. Cuando le he visto usar como metáfora y antítesis el nombre de Pep Gimeno 'Botifarra', he llegado a asustarme: nadie se había atrevido nunca, que yo recuerde, a hincar tan hondamente el bisturí para poner de relieve el modo de ser, y el peligro innato de confrontación de las dos caras de ese complicado gusto valenciano, unas veces sublime, cosmopolita y exigente, y otras estrecho, provinciano y ramplón, más por no cansarse en el esfuerzo de la autodisciplina que por tener aspiraciones de peor empeño que otros.

Pero, por lo que me temo, Livermore nos ha 'calado' y somos duales. Dual fue el nacimiento y la vida artística de Lo Rat Penat, donde convivieron poetas de 'guant i d'espardenya'. Son símbolos vivos de la forzosa relación de lo culto y lo popular en una sociedad que, además de manejar dos lenguas, y de poder disfrutar dos patrimonios, experimenta a diario, como planeta atado a un sistema, las atracciones, desvíos y rechazos tanto de Madrid como de Barcelona.

Visto así, no tendríamos en Les Arts una crisis específica acuñada por Livermore, sino un episodio más dentro de nuestra larga cadena histórica. Somos como somos. Aunque Albert Girona, cuando pide un valenciano para sustituir al intendente, introduce el factor definitivo de nuestras debilidades, el pecado original nacionalista.

Aquella noche, en Turin, Isaiah Berlin fue premiado por su trabajo como filósofo. Que, 30 años después, se valora como una valiente, lúcida mirada anticipatoria sobre los problemas del pensamiento liberal en el siglo XXI. Liberalismo frente a nacionalismo.

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