La dolçaina y la lírica
Si son ricos los que vienen a Valencia, estamos hablando de un perfil de consumo ideal
Se quejaba estos días el exintendente del Palau de les Arts, Davide Livermore, del estereotipo que relaciona la ópera con los más ricos. Es un prejuicio que puede responder a una época en la que no se había popularizado el acceso a la cultura ni se había universalizado la educación pero que casa mal con la actualidad. En el siglo XIX, probablemente, si hubiéramos podido observar la entrada a la ópera, solo hubiéramos encontrado a gentes adineradas yendo a esas representaciones por capacidad adquisitiva, por sensibilidad artística y por disponibilidad para el ocio; en ese contexto, los socialmente desfavorecidos dedicaban su tiempo a ganarse el sustento, no tenían resuello ni tiempo para más. Sin embargo, ahora podemos adquirir entradas de ópera a precios más bajos que algunas de grandes partidos de fútbol o mayor disponibilidad para comprar una entrada que para conseguir otra de un concierto de Alejandro Sanz. Y no será porque el fútbol es elitista o porque el pop es cosa de ricos.
Además, hay oportunidades de todo tipo para disfrutar de ese espectáculo: cines en Valencia que ofrecen óperas de grandes teatros con un sonido impecable y una comodidad que no tienen ni los coliseos operísticos, incluida la posibilidad de seguir los textos con subtítulos; audiciones abiertas al público en los propios recintos de ópera o retransmisiones por televisión en plazas a coste cero. No hay más que recordar las que se han celebrado en la Plaza de la Virgen de Valencia, llena hasta la bandera, para no perderse Tosca, Carmen o La Valquiria. Alguna afición -y poco dispendio- tendrían los 2.500 que la ocupaban y los cientos que se quedaron sin sitio.
De cualquier forma, la ópera seguiría siendo importante incluso si el más que cuestionable prejuicio fuera cierto. Si son ricos los que vienen a Valencia -los propios quizás no llenaran el teatro- estamos hablando de un perfil de consumo ideal. Nos quejamos a menudo de un turismo 'de táper' que apenas gasta en la ciudad o que busca hacerlo del modo más barato posible. El rico aficionado a la ópera dispuesto a venir a Valencia para escuchar a una gran orquesta, ver un montaje innovador y disfrutar de grandes figuras no duerme en un 'bed & breakfast' de oferta. Ni come una hamburguesa en un banco. Se podrá discutir si los ingresos de la ciudad por ese visitante compensan lo que nos cuesta mantener la programación pero la misma pregunta nos hacemos muchos con los nuevos medios públicos que comienzan hoy a emitir sin que los beneficios parezcan evidentes. El riesgo está en diferenciar la dolçaina y la lírica asociándolas a ideales o convirtiéndolas en iconos. Eso es ideologizar, como denuncia Livermore. La mayor grandeza de la música es su universalidad. Es un lenguaje que no necesita traducción, que provoca escalofríos per se. Reducirla a seña de identidad local es empequeñecerla. La dolçaina y la lírica no se excluyen, se complementan.