La lacra de la droga entre rejas en Picassent
Los registros o el escáner no evitan la entrada de estupefacientes en la cárcel. Funcionarios denuncian diez intoxicaciones graves en medio año y proponen ecografías o perros adiestrados para detectar las sustancias
J. A. Marrahí
Lunes, 18 de abril 2022, 14:17
Martes 12 de abril. Se desata la tensión en la cárcel de Picassent. Los reclusos del módulo 8 de Cumplimiento estallan en un amago de ... revuelta después de que se decretase la cuarentena en esta zona del centro penitenciario por un caso de contagio de coronavirus. La medida implica la suspensión de las visitas para encuentros vis a vis y, con ello, el cierre de una de las principales vías de entrada de droga entre rejas.
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Así lo denunciaron fuentes de la Agrupación de los Cuerpos de la Administración de Instituciones Penitenciarias y UGT. «A consecuencia de esa falta de comunicaciones, los internos estaban alterados, pues se les había cerrado la vía principal de entrada de droga en la cárcel».
El poder que genera las adicciones y el negocio de la droga hace que se expanda incluso allí donde los barrotes marcan una frontera. A pesar de los sistemas de vigilancia y los estrictos controles de entrada y salida, los estupefacientes, especialmente heroína y cocaína, siguen colándose impunemente en los espacios destinados a la reinserción de delincuentes. Y, naturalmente, el consumo de droga complica la recuperación social de un colectivo que, en muchos casos, ingresa en la cárcel con serias adicciones y urge la deshabituación.
Y Picassent no es una excepción. Así lo constatan los funcionarios de prisiones consultados por LAS PROVINCIAS. A pesar de los esfuerzos por impedir la entrada de drogas, el veneno se cuela. Y no sólo entra. Se queda, se consume y se reparte como si de la calle se tratara, con grupos que, se sabe muy bien dentro, controlan el trapicheo.
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El último informe de ACAIP-UGT sobre incidentes graves o muy graves en la cárcel, correspondiente al primer semestre del año pasado, aportaba un dato que ilustra perfectamente la magnitud del problema: diez casos de intoxicaciones graves por consumo de drogas y otras sustancias.
¿Cómo puede el narcotráfico sortear el límite de los barrotes? Los funcionarios consultados lo tienen muy claro: con el propio cuerpo como escondite. Con la droga oculta en «cavidades corporales» para eludir los controles en los accesos.
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En vis a vis y permisos
Y esta manera de introducir el estupefaciente en prisión se produce, esencialmente, de dos maneras: con las visitas externas a reclusos que llegan a través de los encuentros vis a vis y también con gente que sale a la calle de permiso penitenciario y regresa a la prisión con droga escondida.
Los otros intentos de colar droga en la cárcel, oculta en ropa o bien escondida en objetos personales que un familiar puede dejar al preso, son atajados con mayor facilidad gracias a los cacheos o al empleo del escáner.
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En esta tesitura, ¿qué soluciones cabrían para que la cárcel fuera realmente un espacio limpio de drogas? El tándem sindical sólo contempla dos vías. «Habría que realizar ecografías capaces de localizar objetos extraños en las cavidades corporales con la incorporación de personal sanitario», apunta el responsable sindical Alberto Téllez.
Otra solución, ahonda, «pasaría por incorporar perros adiestrados en la detección de drogas en los reingresos tras los permisos o en el control de acceso a visitantes externos para los vis a vis». En su opinión, «estos puestos deberían ser creados y regulados, sin detraer personal de otras zonas para no reducir la seguridad interna».
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Como confirman trabajadores del centro, la droga que entra en Picassent no sólo es para el consumo de determinados reclusos. Hay un trapicheo interno en el que el negocio ilegal se extiende entre rejas. Los pagos por los estupefacientes, detallan, funcionan con el peculio de los reclusos o con pagos realizados entre personas próximas a los presos fuera del centro penitenciario.
Las dosis se 'pasan' durante los muchos encuentros entre presos en sus jornadas, tanto en los momentos de recreo en los patios o en otras relaciones personales esporádicas. Y el problema, ahondan, «es más grave de lo que parece, pues el consumo en prisión no sólo complica la deseable rehabilitación, sino que es un detonante de conductas violentas en prisión».
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Una «tregua» en la pandemia
Funcionarios de la cárcel de Picassent aseguran que los momentos más duros de la pandemia tuvieron, paradójicamente, un cierto efecto positivo con una reducción de consumo de drogas dentro de la prisión.
«La pandemia», ahondan «dio una tregua» en el consumo interno de estupefacientes. El motivo es que se suspendieron vis a vis y permisos de salidas cuando se produjeron brotes importantes de contagios. La entrada de droga en prisión cesó y eso hizo que muchos rebajaran su grado de adicción. «Pero luego, al retomarse el funcionamiento normal del centro, han vuelto a reengancharse».
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Para los trabajadores de prisiones consultados, el problema de las drogas no sólo hace que algunos reclusos resulten más violentos o difíciles de controlar. A veces también deriva en el riesgo añadido por los conflictos propios de quienes venden droga. Se refieren a «amenazas, extorsiones, temores por deudas».
Y todo esto sucede en un centro que, según los informes sindicales, registró casi 600 incidentes graves o muy graves en el primer semestre del año pasado. Destacan ocho agresiones o intentos de lesión a funcionarios o cerca de un centenar de amenazas graves a los trabajadores.
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