Zuckerberg: la influencia sin fronteras
El fundador de Meta, que prometió unir al mundo, se enfrenta a su efecto secundario: un poder sin ningún control público y sin afrontar repercusiones
Habla sin gesticular. Se mueve en silencio. No porque sea tímido, sino porque su presencia pública siempre ha sido medida y controlada. Mark Zuckerberg ya ... no es aquel estudiante de Harvard que aspiraba a «conectar a las personas». Es hoy el director ejecutivo de Meta, la empresa que agrupa a Facebook, Instagram y WhatsApp: un conglomerado que organiza buena parte de la comunicación global. Del joven de 19 años que programaba en la habitación H33 queda la mirada fija en el código. Del niño de Dobbs Ferry (Nueva York), junto al Hudson, queda la fascinación por convertir la vida humana en datos. Lo que empezó como una red universitaria se ha transformado en una estructura privada con un alcance superior al de muchos Estados. Desde su 'búnker' de once casas en California -un complejo cerrado con muros altos, cámaras y jardines impenetrables- dirige un imperio que dice conectar al mundo mientras él permanece casi siempre fuera de foco.
Publicidad
Según quienes trabajaron a su lado en aquellos primeros años, le costaba ver el potencial político de Facebook. En conversaciones internas llegó a bromear sobre si debían adjudicarse parte del mérito de la Primavera Árabe. Pero la realidad fue cediendo terreno al desconcierto: su creación influía en elecciones, en protestas, en gobiernos.
El primer golpe llegó en 2018. Cambridge Analytica recopiló datos de unos 80 millones de perfiles de Facebook sin su consentimiento real para campañas de propaganda política, lo que proporcionó asistencia analítica a Donald Trump para las elecciones presidenciales de 2016. Esta consultora también fue acusada de interferir en el voto a favor del 'brexit' con el mismo procedimiento: desarrollar una estrategia de marketing personalizada a partir de los datos de millones de usuarios de Facebook. Zuckerberg compareció ante el Senado, pidió disculpas por el escándalo y prometió cambios para garantizar la privacidad de los usuarios. Para muchos analistas, aquello no fue una anomalía, sino la expresión más pura del negocio: usar la información personal como materia prima.
Después llegarían otras revelaciones. En 2021, los documentos internos de los 'Facebook Papers' mostraron que Meta era consciente de que Instagram podía afectar gravemente a la salud mental de los adolescentes: ansiedad, adicción, relaciones dañadas con la propia imagen. Las alertas internas existían, pero el crecimiento seguía siendo la prioridad.
Publicidad
El problema persistió. En 2025, un estudio independiente concluyó que muchas de las funciones de seguridad para menores -protección ante el acoso, filtros contra contenido nocivo- no funcionaban como la plataforma afirmaba. La promesa de cuidar a los usuarios más vulnerables quedaba en entredicho.
Mientras tanto, Zuckerberg ampliaba su alcance lejos de Silicon Valley. Internet.org ofrecía acceso gratuito a internet… pero solo a servicios aprobados por Meta. Reguladores y activistas de India denunciaron que la iniciativa vulneraba la neutralidad de la red y colocaba a Meta en posición de decidir qué es internet para millones de personas. La empresa defendió el proyecto como una manera de conectar a quien no puede pagarlo. Sus críticos apuntaron a un objetivo más simple: crecer.
Publicidad
También hubo decisiones discutidas en países autoritarios. En 2014, Facebook bloqueó en Rusia una página que apoyaba una manifestación de oposición tras una petición oficial. Organizaciones de derechos digitales lo interpretaron como capitulación ante la censura. En 2025, la exdirectiva Sarah Wynn-Williams declaró ante legisladores estadounidenses que la compañía había estado dispuesta a adaptar sus políticas para proteger su negocio en mercados estratégicos. Meta rechazó esa acusación, pero el debate quedó abierto: ¿hasta dónde llega Zuckerberg para no perder acceso y poder?
Frío y programador
Su manera de gobernar el imperio digital también fue cambiando. Quienes trabajaron cerca de él describen a un líder frío y competitivo, convencido de que la tecnología debe imponerse por eficacia. En reuniones largas, cuentan, tiende a escuchar con la vista fija en el vacío, sin pestañear, evaluando si una idea suma o resta poder. Sus decisiones son datos y consecuencias.
Publicidad
Nadie le votó, pero sus algoritmos en Facebook e Instagram establecen qué vemos, qué creemos y, a veces, quién nos gobierna
La política, que en sus inicios le aburría, pasó a ser un asunto de supervivencia. Tras la interferencia rusa en 2016 y Cambridge Analytica, Zuckerberg prometió luchar contra la desinformación. Pero las presiones llegaban desde dos frentes opuestos: unos le acusaban de censurar; otros, de no frenar los bulos.
Ese equilibrio ya no se sostiene. En enero de 2025, Meta eliminó su programa oficial de verificadores externos y sustituyó la supervisión profesional por notas comunitarias. La compañía lo presentó como defensa de la libertad de expresión. Expertos en desinformación alertaron de que la medida debilitaba los frenos ante contenidos falsos en plena campaña electoral. Al mismo tiempo, Meta redujo políticas de diversidad y nombró a ejecutivos con vínculos en la derecha radical y extremista estadounidense.
Publicidad
Entre el Zuckerberg encorbatado que pidió perdón en el Senado en 2018 y el de cadena de oro y rizos rebeldes que hoy se alinea con Trump hay algo más que un cambio de 'look'. La neutralidad dejó de ser rentable. A partir de ahí, el pragmatismo pesó más que los principios.
Hoy, gran parte de la conversación pública y privada pasa por plataformas que él controla. No fue elegido. Nadie votó por él. Pero sus algoritmos establecen qué vemos, qué ignoramos, qué creemos y, a veces, quién nos gobierna.
Noticia Patrocinada
Zuckerberg creó una red que condiciona la vida pública de medio planeta sin responsabilidad pública proporcional. Mientras se discute cómo limitarla, él continúa ampliando su capacidad de influencia. Su poder ya no consiste en conectar al mundo, sino en organizarlo a su manera.
En las pocas fotos en las que aparece relajado, sonríe con cierta torpeza, como si aún fuera aquel chico que prefería la pantalla al contacto humano. Pero ese gesto, hoy, se proyecta sobre millones de personas. Detrás de esa expresión contenida ya no hay un estudiante brillante: hay un arquitecto del presente que escribe, línea a línea, cómo será nuestro futuro.
Suscríbete a Las Provincias al mejor precio
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión