La ratonera europea

La miseria y el miedo esculpen los rostros hasta equipararlos. Dos jóvenes que ponen tierra de por medio del caos de su tierra natal a bordo de un tren que asaltaron como pudieron. ¿Hispanos cruzando hacia el Gran Norte americano? Parece, pero no. Su vista se pierde en algún bosque entre Gevgelija y Tabanovce, cerca de la frontera Serbia. Seguramente han llegado desde Grecia, cuya claudicación como país no le impide ser el embudo por el que se cuelan todos los que huyen de los conflictos en Oriente Medio o el este de África. Es la ruta que atraviesa los Balcanes en dirección a Austria o Alemania o, si las fuerzas y la suerte alcanzan, hasta el borde de Calais (Francia) para dar la zancada final bajo las aguas del Canal de la Mancha.

Estos jóvenes tienen que darse prisa. Y mucha. Aún deberán cruzar la frontera de Hungría, cuyo gobierno ha levantado una verja alambrada de 175 kilómetros. "También ciudades españolas del norte de África se defienden así", justifica su ministro de Exteriores, Péter Szijjártó. Bulgaria construye a la vez otra de 160 kilómetros. Melilla, Ceuta, Tijuana, Cisjordania... herederos de otro invento chino que se muestra más boyante cuanto más crisis hay.