'Superestar' es un milagro. La serie estrenada en Netflix, apadrinada por Los Javis, con el sello del cineasta y showman Nacho Vigalondo, es un ... milagro. Quienes nos movemos en el medio audiovisual y conocemos sus entresijos, lo que significa levantar un proyecto, las peleas en los despachos y cómo está el patio, agradecemos los milagros. Son muy necesarios, en cualquier ámbito. En el marco cultural ayudan a creer en la libertad creativa, en la existencia de talentos desbocados y en la transgresión. Ocurren poco, tienen que alinearse los astros, pero haberlos, haylos. No tienen, necesariamente, que agradar a todo el mundo. De hecho, una característica es que no dejan indiferente porque, precisamente, presentan algo extraordinario. Huir de la mediocridad reinante tiene menos ventajas que inconvenientes. Estos fenómenos, en un mercado anquilosado, demasiado encorsetado, con un gusto popular domesticado, pueden derivar en una tormenta genial o un rotundo rechazo.
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'Superestar' es un gol por la escuadra. El mero hecho de existir, ya es una virtud. No es una producción fácil. Su público potencial es limitado. La materia prima, Tamara y compañía, no se conoce fuera de España, acotando su posible proyección internacional. Las nuevas generaciones no saben quiénes son esos personajes excéntricos, protagonistas en medios sensacionalistas en una época convulsa. Vigalondo ha apostado por el realismo mágico. Se ha sacado de la chistera una visión inesperada del tema, con una ternura inusitada y un tono original donde conviven Lynch, John Waters y mucho más. En el viaje le acompaña un casting iluminado y un equipazo: Claudia Costafreda -vean 'Cardo'-, María Bastarós -no se pierdan sus libros-, Paco Bezerra... Gusta a quien tiene que gustar. Un milagro.
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