Hasta principios de los años 60, la fornilla y el carbón eran combustibles de uso general en hornos, fábricas, hogares y locomotoras de vapor. En ... campos de l'Horta aún aparecen en ocasiones diminutos carbones; vestigios de cuando los labradores recogían gratis la basura doméstica de Valencia para abonar y con los restos orgánicos se mezclaban cenizas y carbonillas.
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La fornilla era el conjunto de matorrales (romero, aliaga, carrasquilla, lentisco, coscoja... también algún pimpollo) que miles de agricultores de comarcas del interior recogían en los montes y, atados en gavillas, se bajaba en carros, camionetas y trenes. Era el combustible que alimentaba innumerables actividades fabriles, en especial las de cerámica y alfarería en Manises, Paterna, Chiva, Agost, Onda... De igual modo, la leña del monte se aprovechaba para cocinar y calentar en pueblos y ciudades, directamente o previa elaboración de carbón. Aquel escenario de necesidades y pobreza se extinguió, afortunadamente, y dio paso a otra realidad de progreso que llega hasta hoy.
Los montes donde se explotaba la fornilla -a veces de forma abusiva- dejaron de aprovecharse para tal finalidad porque se extendió el uso del gas y derivados del petróleo y se multiplicó la generación eléctrica. Desarrollo, comodidad y crecimiento. Las montañas mejoraron una barbaridad. Las calvas y laderas deforestadas se fueron repoblando, pero entre los árboles -a veces demasiado juntos- también crece sin control el matorral, hasta que llega el fuego y nos lo quita todo. Tenemos bellos paisajes forestales, con predominio de pinares, y un sotobosque que se extiende de forma anacrónica y muy peligrosa, mientras nos distraemos en el eterno debate entre quienes propugnan su 'limpieza' para evitar males mayores y activistas muy eficaces en su defensa de que no hay que tocar nada. Sin arbitrajes. Hasta que se lo llevan por delante las llamas.
No se tienen en cuenta cambios sociales que se traducen en un exceso de combustible en montes y campos
Para mayor complicación, el abandono apabullante del campo; en tierras valencianas como en toda España. Donde se labraba y cultivaba, crecen herbazales, verdes hasta mayo y luego secarrales. Un polvorín que lo conecta todo, cuando los cultivos eran antes cortafuegos. Los incendios ya no son sólo forestales, son rurales. Se quema todo, campos y pueblos incluidos, definitivamente despoblados. Los llaman incendios de sexta generación, según la terminología del cambio climático, sin tener en cuenta que vivimos profundos cambios socioeconómicos que determinan ese enorme riesgo de excesiva biomasa combustible a nuestro alrededor, tan a punto para la mínima chispa inoportuna, natural o provocada. Tendríamos que cambiar también estrategias de defensa para reducir peligros, pero reina la ineficacia.
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