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El President de las tragedias

La tragedia de la dana no tuvo a un Gobierno en alerta: tuvo a un Consell prácticamente inerte, y a un President comiendo parsimoniosamente, al que no parecía interesarle lo que estaba pasando ahí afuera.

RUBÉN MARTÍNEZ DALMAU

Domingo, 2 de noviembre 2025, 00:02

La política, en su más noble acepción, no es otra cosa que la gestión del bien común: el arte de anticiparse a los problemas, de ... proteger a la ciudadanía, de ejercer el poder siendo consciente de sus consecuencias. Por eso, el ejercicio de la política exige una virtud fundamental y no negociable: la responsabilidad. No se trata del mero control de las cuentas, sino de la responsabilidad de verdad: la ética, la que obliga a un líder a ponderar el valor supremo de la vida humana por encima de cualquier otra consideración, agenda o frugalidad personal. Esa responsabilidad es un contrato tácito entre gobernantes y gobernados: si las decisiones adoptadas causan daño, si la omisión produce tragedia, debe haber una respuesta política a la altura del daño causado. Eso es ser responsable.

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La filósofa Hannah Arendt, analizando los grandes males del siglo XX, nos advirtió sobre la «banalidad del mal». Sus palabras se enfocaban en crímenes contra la humanidad, pero su concepto resuena con un eco inquietante ante la negligencia política: el mal puede residir no en una maldad activa y consciente, sino en la incapacidad de ver y asumir la gravedad de los propios actos; es decir, en actuar irresponsablemente. En tomarse a la ligera que, probablemente, la mala actuación del Gobierno valenciano el 29 de octubre de 2024 fue en buena parte la causante de que una terrible riada se llevara por delante a 229 personas. En jugar al despiste para ver si se olvida lo que nunca nadie va a olvidar, porque ha causado heridas en la profundidad de la ciudadanía. En mirar hacia otro lado cuando una encuesta te dice que seis de cada diez ciudadanos que te votaron quieren que te vayas; los que no te votaron, que fueron la mayoría, prácticamente la totalidad.

La tragedia de la dana no tuvo a un Gobierno en alerta: tuvo a un Consell prácticamente inerte, y a un President comiendo parsimoniosamente, al que no parecía interesarle lo que estaba pasando ahí afuera. Por lo que cuentan algunos testimonios, el día de autos, después de acompañar a la dama a su aparcamiento, se pudo haber ido a su casa a pegar una cabezada, a darse una ducha, y a salir tranquilamente hacia el Centro de mando, donde entró saludando jovialmente con su jersey amarillo y sus gafas de sol colgadas del cuello. ¿Nos ha mentido el President sobre lo que hizo durante aquellas horas en las que todo el mundo debería haber estado al pie del cañón para salvar vidas? La sombra de la mentira es el certificado de defunción de la credibilidad política. La inacción del President en aquellas horas pudo ser fatal. La alerta roja, que debería haber sonado en todos los dispositivos de la zona de riesgo muchas horas antes, lo hizo tarde y mal, cuando la mayor parte de las víctimas habían fenecido ante la falta de previsión de quien debía cuidarnos.

Un Gobierrno que no asume responsabilidades de su mala gestión. Es la banalidad del mal.

Quizás nunca sepamos a ciencia cierta si el President contestó o no las llamadas de la consellera, si dijo o no que esperaran a su llegada, o simplemente si todo le importaba un bledo porque el vino lo tenía amodorrado y no iba a consentir que una simple lluvia lo importunara. Lo que sí sabemos es que, en un año que ha pasado desde la tragedia, millones de personas han revelado en todos los ámbitos posibles su posición en contra de que el President continúe al frente del Consell. Cuando sale a la calle, es un President acorralado, que no puede dar un paso sin que la señora que va a comprar el pan le diga a la cara lo que piensa de él. Cada mes desde el primero, decenas de miles de personas han llenado las plazas en manifestaciones pidiendo al President que asuma responsabilidades y dimita. El President ha mirado banalmente hacia otro lado, echando balones fuera y apuntando con su dedo acusador a cualquiera menos a él mismo. Es una «cacería política», ha replicado. «¡Inmoralidad!», «¡desidia!», ha reprendido. El President se considera una víctima por las críticas que se le hacen sobre la gestión de la dana, ante la mirada de las verdaderas víctimas: centenares de familias destrozadas, y un pueblo entero clamando justicia.

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Porque otra tragedia que se suma a la primera es tener al President como President. Primera y principal, por el infame hecho de sostenerse en un partido ultra y populista, de extrema derecha, con tal de conseguir el número de votos suficientes para que lo invistieran Molt Honorable. En todas las democracias plenas, e incluso en la Unión Europea, las fuerzas democráticas se unen en torno a un consenso clave: ceder el gobierno a la extrema derecha es sembrar la semilla de la destrucción de la propia democracia. Y si no, que se lo pregunten a Paul von Hindenburg cuando nombró canciller al líder del partido nazi en la Alemania democrática de Weimar, y a los pocos días ya no había democracia que defender: sucumbió a los pies del terror totalitario. Al ahora President las lecciones de historia le dieron igual: se sentó con los neofascistas en una reunión de minutos, se repartieron los cargos, y ale, a sentarse en el despacho del Palau y empezar a mandar. De las primeras decisiones que tomó el President fue anular de un plumazo la Unidad Valenciana de Emergencias, a la que se tachó de «ocurrencia» del gobierno del Botànic. Una tragedia. Pero que no se nos olvide otra: en la repartija de cargos públicos le tocó Emergencias a un tránsfuga de manual, un vividor de la política, que el día de la catástrofe se incorporó al puesto de mando cuando ya se habían confirmado decenas de muertes.

Durante el último año, el President no ha dejado de anunciar cortinas de humo para intentar cubrir con un tupido velo su irresponsabilidad. En un momento dado, besó una vez más la mano de los negacionistas del cambio climático cuando, asumiendo el discurso ultra, se opuso a las políticas ecológicas señaladas desde Europa. Una tragedia más. Se arrodilló a los pies de su señor cuando aceptó asfixiar económicamente a la Acadèmia Valenciana de la Llengua, institución de la Generalitat Valenciana, con el objetivo de seguir con la persecución al valenciano, que es un intento patente de aniquilación cultural. En su función de malabarista, anunció con bombo y platillos que se modificaría el nombre estatutario para que pasara a llamarse Acadèmia de la Llengua Valenciana, en un intento de reflotar el conflicto lingüístico que tanta controversia generó hace cuarenta años, y que se solucionó en el Estatut con un amplio consenso. Otra tragedia en la lista.

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Contar con el Gobierno que contamos es otra verdadera tragedia, que se suma a la que sufrimos los valencianos hace un año. Porque el President gobierna con un Consell trágico: una Honorable Vicepresidenta primera que se cargó de un plumazo una ley que proporcionaba soluciones para el tremendo problema de la vivienda en plena crisis habitacional; un Honorable Vicepresidente segundo, fichaje para «la recuperación económica y social», cuya primera consecuencia fue subirse el sueldo a más de cien mil euros al año, incluidos complementos. Un Honorable Conseller de Sanidad que pagó decenas de miles de euros a una trama corrupta por unos informes mientras tiene desbordados a los servicios de salud. Un Honorable Conseller de Educación cuyo objetivo es extirpar el valenciano de la educación pública... Todos ellos, honorables y fieles vasallos del President. De tal palo, tal astilla.

Estamos ante el peor Gobierno que hemos tenido nunca, y esperemos que nunca repitamos algo similar. Un Gobierno negacionista del cambio climático, que se sostiene con los votos de los ultras, que promueve disensos en vez de consensos, que aboga por la aniquilación cultural del valenciano, que favorece el aumento del precio de la vivienda, que mantiene al sistema público de salud exhausto... Pero, sobre todo, que no asume responsabilidades de su mala gestión. Es la banalidad del mal. Lo lidera el President de las tragedias, el mismo que todos queremos que se vaya a su casa y, por favor, que no regrese nunca más.

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