Aquellos tebeos que uno leía cuando chavalín, 'Tío Vivo', 'DDT' y 'Pulgarcito', supongo que eran reediciones. Pero a esas edades, uno lo ignoraba. Además, ¿y ... qué? Sin ordenadores, internet y toda la farfolla actual, leías y releías las aventuras/desventuras de esos personajes que atravesaban la vida como funambulistas de lo imposible. Sin darte cuenta, te educaban y, de paso, constatabas el coste de un peine.
Publicidad
Mis viñetas favoritas, las que lograban que me estallase la cabeza, venían con ese personaje perdedor que reconvertían en híbrido entre gusano y hombre. Eso le sucedía, por ejemplo, a Rosendo, el de «la familia Cebolleta». Con su cuerpo de gusano y su faz de señor, acudía de esa guisa hasta el despacho del jefe para pedir muy manso un aumento de sueldo. De Rosendo sabías que trabajaba en una oficina, pero sus labores permanecían inciertas.
El oficinista como gusano atrapado en el sistema de penuria constante y disposición a trampear el fin de mes como se pudiese. Y el sueldo, ese sueldo breve que mantiene al personal en un estado algo catatónico como de autómata parlante. Bueno, pues parece que regresamos a los tiempos agusanados. Los sueldos de los jóvenes se reducen por primera vez en la última década. Involucionamos. Tanto gobierno de progreso, tanta tabarra con lo de «la gente», pero luego se impone la cruda, triste realidad. Todo sube. La cesta de la compra, los alquileres, pillar una vivienda, el tabaco, el copazo, el croissant del horno, yo qué se. Todo anaboliza su precio, menos el sueldo de la mocedad. Cualquier día estos mozos escapan del reguetón y averiguan que el
grito de guerra de la juventud de finales de los setenta era ese «no hay futuro», y entonces se lia parda. Algunos se preguntan el motivo por el cual tantos jóvenes apuestan por votar a la derechísima... Sencillo: nadie aspira al sueldo de gusano.
Suscríbete a Las Provincias al mejor precio
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión