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EFE
Pura vida

El «qué dirán»

Vinieron para que les viesen, por si las moscas, para cumplir, para plantificarse justo ahí, buscando su pequeño protagonismo de rigor mortis y mueca desvencijada

Ramón Palomar

Valencia

Miércoles, 29 de octubre 2025, 23:15

De vez en cuando aparece una de esas personas que, componiendo faz de fastidio, te suelta: «Yo es que no soporto ir a los hospitales ... o a los funerales, lo siento...». Y lo masculla como el que ha descubierto una fórmula magistral que evitará un sinfín de enfermedades. Vaya, ¿de verdad? Qué gran pensamiento... No caen en un pequeño detalle: a nadie, o a casi nadie, le agrada recorrer los pasillos de un hospital para saludar a un enfermo grave o le encanta atravesar las sendas de un cementerio para asistir a un sepelio. Pero en esta vida existen una serie de obligaciones que lubrican nuestras elementales normas de cortesía, de solidaridad, de compañerismo, llámenlo como quieran. Lo que nos chifla, a casi todos, es alternar en fiestas rechulas regadas por burbujas y amenizadas por estupendos manjares. Pero nuestra existencia viene jalonada por, precisamente, ustedes ya lo saben, las luces y las sombras, el llanto y la risa, el subidón y el bajadón.

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Ayer fue día de funeral. Nunca habríamos imaginado, hace algo más de un año, que durante estas jornadas asumiríamos un duelo colectivo. Pero así es. La catástrofe provocó este funeral y no me gustaría estar ni en la piel de Mazón ni en la de Sánchez. Menudo papelón el de ambos. Nos mostraron sus trajes enlutados, lucieron rostros de circunstancias, semblantes de pompas fúnebres y sutiles ademanes como de soportar un mal e inevitable trago, pero ninguno de los dos estuvo a la altura cuando se les necesitó. Se trataba de un funeral de estado que, además, gustó de exhibir tono laico. Sánchez no acudió al católico funeral de la catedral, al laico sí porque, encima, el relato le favorece frente a un Mazón desmochado. Una pena, sospecho, que vayamos de laicos. Nada tiene que ver si somos beatos, simples creyentes, agnósticos o ateos. En los funerales a uno le sosiega la presencia de la Iglesia porque su invencible liturgia le otorga solemnidad y rigor al acto. Culturalmente, somos católicos, ya está, no le demos más vueltas. Lo laico suele generar, en fin, cierto perfume como a saldo vulgar. Y luego, claro, los asistentes... Bajo la mirada del rey Felipe VI se arracimaron personalidades, expresidentes, politicastros, politiquillos y unos cuantos que se presentaron por el «qué dirán». Compartieron los durísimos momentos un poco en plan «bulto» porque no percibía uno que sintiesen sincero dolor taladrando su corazón. En absoluto. Vinieron para que les viesen, vinieron por si las moscas, vinieron para cumplir, vinieron para plantificarse justo ahí buscando su pequeño protagonismo de rigor mortis y mueca desvencijada. ¿Y quiénes eran los del «qué dirán»? Ustedes lo saben tan bien como yo. Seamos elegantes. Un funeral nunca se irrespeta ventilando maldades.

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