No parece muy normal. En realidad se nos antoja un acto anormal, irresponsable de primera magnitud. Me gustaría saber, alcanzado este punto, quién dijo eso ... de «bueno, señores, yo creo que nos vamos a dormir y mañana temprano nos vemos y a ver cómo va todo... Descansen y hasta mañana». Porque alguien tomaría esa decisión. También es posible que, con el cansancio dominando los cuerpos y las mentes, el personal del Cecopi optase por desaparecer en plan bomba de humo, o sea mediante sutil escaqueo. Igual incluso alguno apuntó el clásico de «me fumo un pitillo fuera y luego vuelvo». Y regresó al día siguiente.
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Justo en mitad de la catástrofe, cuando el drama azotaba a tantos paisanos, los del Cecopi se marcharon a dormir entre las dos y las seis de la madrugada. Ahí encontramos un hueco importante que nos sume en la perplejidad. Cuando las crisis de máxima gravedad estallan se establecen turnos porque de lo contrario se evapora la necesaria vigilancia. El Cecopi, pues, consiguió hechura de silencioso mausoleo, de salón huérfano, de barco recién abandonado, de fábrica cerrada. Un desastre. Y una vergüenza. Siempre que contemplo aquella imágenes del Cecopi me asaltan las sospechas. Se trata, según transmitían las imágenes, de una estancia forrada de pantallas, saturada de ordenadores donde al menos una docena de personas cavilaban reunidas como si yaciesen alrededor de la mesa de Camelot, sólo que en esta ocasión el rey Arturo ni siquiera adquiría categoría de paje despistado. Observando el despliegue tecnológico y la cantidad de seseras atentas a los acontecimientos, pensé que algo fallaba. Supongo que el líder; esto es, no existió un capitán que asumiese el liderato, alguien capaz de ordenar y repartir juego. Y si pudieron dormir durante esas horas muertas de desamparo total, el desconcierto rotundo me traspasa. ¿En serio?
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