Me pregunto cómo debe de ser esa vida, siempre en el filo, al límite, sabiendo que te acercas al precipicio y que en cualquier momento ... puedes caer al vacío. Quizás es que pierdes la noción de la realidad, que te crees invencible y casi inmortal. Ajeno a las normas de los hombres, incluso a aquellas que tú has dictado o ayudado a promulgar. Impune e inmune. Estás, por ejemplo, en un parador nacional, con tus acompañantes, ellas y ellos, todos de alcohol, coca y pastillas hasta arriba, montando una juerga descomunal, descontrolada. Y eres una autoridad, un miembro del Gobierno, un cargo del partido. Pero con el subidón de la bebida, de las drogas y del sexo, no percibes el peligro inminente, no comprendes que alguien te puede ver, escuchar, que puede ser que uno llame a la policía, que hay registros oficiales, que al final todo se sabe. Y entonces, lejos de aprender, subes la apuesta. No tienes nada, vas de farol, ni una miserable pareja, pero arrastras todas tus fichas al centro de la mesa y llamas a una amiga, o conocida, o subalterna, o lo que quiera que fueran entonces la delegada del Gobierno, y la pones firme. Que mira... oye... que aquí se han roto un par de cosas... unos muebles, un espejo, nada, tres fruslerías sin importancia, mira a ver qué puedes hacer con esto, mándame al señor Lobo. Y la chica para todo te manda a un señor Lobo, y así, poco después, se gana un ascenso y llega a ministra. Esa era tu vida, nada convencional, varios matrimonios, hijos de aquí y de allá, y mujeres, muchas mujeres, de usar y tirar, pero muy feminista todo, ¿eh?, que no se perdía una manifestación del 8 de marzo, hombro con hombro con las dirigentes socialistas y podemistas, luego sumaristas. En Valencia ya tenías famas pero aquí se te aplicó aquella máxima mediterránea y fallera, «dels pecats del piu, el Nostre Senyor se'n riu». Y en el Peugeot se ve que no hablaban de esas cosas. Leerían a Gramsci -«en este coche somos muy de Gramsci»- y discutirían acaloradamente sobre la pervivencia del ideario socialista en las sociedades avanzadas del siglo XXI. Seguro. Hay quien ha estudiado el comportamiento de los delincuentes, llegando a la conclusión de que no suelen ser los más listos de la clase, aunque algunos 'hackers' desafían esta conclusión. Lo que está fuera de duda es que muchos de ellos no saben vivir de otra manera. Hay historias increíbles de mafiosos que entran y salen de la cárcel, que son detenidos, juzgados y condenados y tras pasar una temporada entre rejas vuelven a las andadas. Porque no saben hacer otra cosa. Es su vida. La tuya, está claro, era así. Fiestas, comisiones, chanchullos, trabajando siempre para el lado oscuro y cobrando un sueldo público, pagado con los impuestos de los ciudadanos. Ovacionado en el Congreso por diputados socialistas y de la extrema izquierda que ahora se refieren a ti como «ese señor del que usted me habla». Y sobrevolando tu finca valenciana, tu cortijo particular, donde ahora tampoco encuentras a nadie que reconozca que durante años se cobijó bajo su sombra, como si fuera un referente ideológico, un modelo, ¡ja-ja-ja!, ¡él, justamente él! Me pregunto, en fin, si todo esto te mereció la pena, acabando como has acabado, en prisión, abandonado por todos salvo por Koldo, que lo hará en cuanto tenga la oportunidad, con pintadas en tu casa valenciana, con tus conversaciones, tus vicios y tu 'currículum' expuestos en la plaza pública. No sé, no me hago a la idea, contesta tú, soy incapaz de conocer cómo funciona una mente como la tuya, como se puede estar engañando toda la vida, cómo se puede ser tan desalmado. Más de cuarenta años viviendo del cuento, no de la política, no, que es algo noble, sino de la mentira, la trampa, El clásico pícaro español de todos los tiempos, el golfo barrigón y pendenciero, pichabrava, que degenerando degenerando llegó a ministro del Gobierno de España y a secretario de Organización del PSOE. Y a mano derecha del hombre que hoy rige los destinos de un país moralmente arruinado, hastiado de esta banda de criminales. Que por supuesto no sabía nada, no conocía el historial de su hombre de confianza, se despertó una mañana con la noticia de su investigación judicial. En el coche, días y días, kilómetro tras kilómetro, ponían música y hablaban de baloncesto, que al hoy presidente es el deporte que más le gusta. Seguro que fue así, seguro.
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