Urgente Largas colas en la V-30 entre Mislata y Vara de Quart en la mañana de este viernes

Gan Pampols

A día de hoy no sabemos cómo se fraguó el fichaje del general Francisco José Gan Pampols para vicepresidente del Gobierno Valenciano. Pero, gracias a ... la entrevista de Pablo Alcaraz y Arturo Checa en este periódico el domingo pasado, lo que sí sabemos es cómo se marcha.

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Su despedida deja una sensación agridulce y extraña, oscilante entre el respeto y la profunda tristeza. La realidad que describe es desoladora. No se va un político más, se va alguien que llegó a la administración con la idea, quizá idealista, de que las cosas podían hacerse de otra manera.

Su paso por la política ha sido breve, pero revelador. Entró con el método y la disciplina de quien ha pasado la vida en el Ejército, creyendo que el servicio público no es una consigna, sino una responsabilidad. Curtido en mil batallas. Complejas, diversas. Lo hizo con la intención de ordenar, de planificar con lógica, de trabajar por encima de las siglas. Y se encontró con un sistema que no funciona así. En el Ejército una orden se cumple, un objetivo se fija y una estrategia se ejecuta. En la administración, una decisión pasa por un recorrido interminable de informes, matices y filtros que la vuelven casi irreconocible al final.

Su despedida deja una sensación agridulce y extraña, entre el respeto y la tristeza

Su aterrizaje en el mundo civil fue como la de un marciano en la tierra. Lo más esperado, en esas primeras semanas en las que transitó como un auténtico extraño, era su renuncia. Pero se quedó e intentó adaptarse. Entenderse con otras claves. Da la sensación de que descubrió pronto que el problema no era tanto la falta de recursos, sino de entender que no se resuelve si la solución es unidireccional. Que no todos buscan mejorar sino el equilibrio. Que donde debía haber voluntad de trabajo conjunto, puede haber silencio por respuesta. Que a veces el miedo a equivocarse pesa más que el deseo de acertar. No entendió -y se marcha sin hacerlo- por qué cuesta tanto coordinar, por qué las administraciones se miran unas a otras de reojo en lugar de remar en la misma dirección.

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El día que dijo adiós, frente a los pocos funcionarios que trabajaron con él -porque hasta para eso tuvo su particular 'batalla'- cuentan que dejó un mensaje sencillo pero revelador. Les pidió que fueran la palanca del cambio. Que cada uno, desde su puesto, hiciera lo posible por mejorar la administración sin esperar a que otros lo hagan. Que el cambio no es un decreto, sino una actitud.

Como decía, de quién recomendó su nombre -si la Casa Real, Génova o fue el propio Carlos Mazón- no sabemos. Al final, todo un General curtido en mil batallas y acostumbrado a los retos más complejos, se marcha de éste desfondado, pero consciente. Sabiendo que las estructuras no cambian rápido, pero también que las personas pueden hacerlo si creen en lo que hacen. Y que el servicio público, incluso entre inercias, sigue siendo un lugar donde vale la pena intentarlo. Por todo lo hecho, por su voluntad y por pequeña esperanza que deja, gracias. ¿No les parece?

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