Estuve el lunes en Railowsky, invitado por Juan Pedro Font de Mora en la presentación de un proyecto hecho realidad: un mapa literario de Valencia. ... Con la ilustración de Raúl Arias, los de Prodigioso Volcán nos retratan en forma de naranja con sus flores de azahar y sus gajos, pero con la sensación de que allí está la Valencia radial, la Valencia arterial, la Valencia marítima y la de la Devesa. Todas las Valencias que precisarían un mapa inmenso. Por chamba generosa, mi nombre aparece en un pequeño espacio. Quiero pensar que existe una mayor presencia de lo actual, que explica mi aparición, y supongo que me honra de alguna manera en pensar las ausencias, en saber la nómina de autores con mayores méritos que yo mismo, para componer esa perspectiva literaria de la ciudad. Nos faltan muchas más rutas literarias que pongan fin a esa errónea sensación de ser una ciudad sin nadie que le escriba. El otro día en un encuentro casual entre Antoni Ferrando, Pilar Roig y yo mismo, el amigo Ferrando insistía en la necesidad de situar en el espacio de la ciudad, la ciudad escritora de Ausiàs March, de Martorell, de Corella o de Jaume Roig, Pienso, sobre todo, en la Valencia de la familia Gaos, en la monografía que precisaría retratar el mapa literario de toda la obra de Max Aub. La Valencia de los años 50 y 60 del pasado siglo, la Valencia de las tertulias, la de Dávila, la de San Patricio y Casa Pedro. La Valencia de Amadeu Fabregat y su Falles folles fetes foc, y la transición. Hay tantos olvidos que a veces aterra comprobar la manera en que la fama literaria se convierte en escultura pública y desmemoria. La Valencia de Azorín, la decimonónica de Llorente y todos los demás debería estar fijada en un espacio. Con Llorente nos pasa lo mismo que con Sorolla, que siempre volvemos a él, a pesar del maltrato, y de la eficacia que tuvo el autor en nuestra literatura. Llorente consiguió situarnos en el escenario de la calidad, y la ciudad no lo ha agradecido de forma suficiente. Tengo bien próxima a mi trabajo, la casa de los Llorente. Uno de esos días vuelvo hacia casa. Al llegar al Temple, la megafonía del bus anuncia la Plaça del Temple. La marquesina de la parada del transporte lo confirma. Y sin embargo el error es colosal, ya que estamos en la plaza del poeta Llorente, a pesar de que la escultura sea la de José de Ribera, y la de Llorente se encuentre en la Gran Vía. Cambien el itinerario, y recuerden que es la plaza del poeta, y si fue coronado, no estaría nada mal hacer justicia espacial con los nombres y las esculturas de las plazas.
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