Como un aviador

Los valencianos, esos seres imprevisibles

Jueves, 9 de octubre 2025, 01:07

¿Que cómo son los valencianos? Es una pregunta que me hacían a menudo cuando vine vivir aquí y que todavía hoy, casi tres décadas ... después, me siguen planteando. Mi respuesta no ha variado mucho desde entonces, aunque mi experiencia es ahora, por supuesto, mucho más amplia.

Publicidad

Los valencianos son espontáneos e imprevisibles, lo que en ocasiones puede resultar irritante y otras, tremendamente divertido. Ese espíritu impulsivo es capaz de promover situaciones surrealistas o de conducir al caos. Uno nunca sabe por dónde van a discurrir los derroteros en esta tierra empeñada en lanzar un órdago tras otro, una traca siempre más estruendoso que la anterior.

El otro día volvía de la Albufera en un autobús de línea, repleto hasta los topes de pasajeros, la mayoría de ellos turistas, seguramente motivados por las cada vez más frecuentes imágenes que se comparten de este paraje en las redes sociales. En el trayecto asistí a una trifulca entre dos viajeros, un hombre y una mujer de avanzada edad (este dato lo remarco porque es relevante). Resulta que ella se había montado antes y en uno de los asientos reservados para las personas más mayores había dejado su carro de la compra, mientras ella permanecía de pie. Cuando subió el otro pasajero quiso ubicarse en el lugar ocupado por el carro y ella le espetó que ese puesto le correspondía por edad y que había preferido destinarlo a su compra, sacrificarse e ir levantada. «Pero los asientos son para sentarse, no para dejar bolsas o bártulos», le contestó él. «De eso nada, yo decido para que lo uso porque me corresponde a mí, que también soy mayor. Y aunque no lo parezca igual hasta tengo más años que usted», prosiguió ella. La explicación no le convenció al otro que se fue hasta donde el conductor para que aclarase el entuerto. Todo esto ante un público, allí presente, asombrado.

En un autobús de vuelta de la Albufera los turistas asisten a una inesperada situación

La mujer tuvo, finalmente, que retirar la compra para que el hombre se acomodase no sin antes darle un recadito: «le deseo que vaya al infierno, es usted un maleducado. No me merezco que me trate así. Yo tengo un currículum».

Publicidad

Y ni corta ni perezosa se dirigió al resto de pasajeros para desplegar todos sus encantos. «¿De dónde es usted?», le dijo a una. Argentina, le respondió. «Me han invitado muchas veces, pero yo no viajo en avión. Ni tampoco tengo un aparato como ese, que quema el cerebro», le reprendió a una joven que miraba el móvil. «Y usted, ¿de qué se ríe? -interpeló a otro- ¿de dónde viene?». Italiano, le confesó. «Le piace Valencia?», chapurreó. Y sin dejarle acabar le preguntó si ya había conocido la Lonja y el Mercado Central. A otro le habló de Sorolla, de cómo se prepara la paella o de que ella llegó a ser Fallera Mayor... Y así sin parar durante los 40 minutos del trayecto. Y pensé que no podían haber tenido aquellos turistas mejor carta de presentación del pueblo valenciano: abierto, entregado, excesivo, aparatoso, inesperado...

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete a Las Provincias al mejor precio

Publicidad