Hoy, Día de Todos los Santos, volverán las flores, los cementerios, las oraciones y los nombres propios. Los nombres de quienes partieron y de quienes ... quedaron para perpetuarlos. Es día de penas, de suspiros, de oración, de llanto por la ausencia; de velas encendidas y de sobrecogedor silencio en los camposantos. Pero habrá quienes, desde sus casas apenas reconstruidas, prefieran guardar silencio y vivir el duelo en la más absoluta intimidad. Llega un momento en que el homenaje deja de consolar y empieza a doler. Cuando la memoria se convierte en escaparate, el duelo se rompe.
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Por bien intencionada que haya sido la exposición de las víctimas en cámaras, micrófonos, platós y medios, cabe preguntarse si no se ha cruzado la frontera entre la información y el espectáculo innecesario. El totum revolutum formado por las responsabilidades políticas y judiciales, los intereses partidistas y el desgarro -junto a la justa petición de justicia de los afectados- no parece favorecer ni al sosiego ni a la calma que precisan quienes han sobrevivido. Un año entero rehaciendo sus casas, sus rutinas, sus vidas -o lo que queda de ellas-, mientras el resto del país todavía busca titulares en los testimonios de su tragedia. Someterlas a un continuo día de la marmota no es respetarlas: es obligarlas a revivir, una y otra vez, lo que intentan superar.
El duelo -individual y colectivo-necesita intimidad y recogimiento. Los psicólogos recuerdan que elaborarlo exige tres condiciones básicas: tiempo, silencio y seguridad emocional. Tiempo para que la mente asimile la pérdida sin prisa; silencio para que las emociones encuentren su cauce sin distracciones; y seguridad para no sentir que cada lágrima se observa o se juzga. El ruido mediático y político, aunque a menudo nazca del reconocimiento, termina por ensordecer. Y hace daño.
El duelo -individual y colectivo- necesita recogimiento
Durante estos meses, Valencia ha aprendido a convivir con la ausencia y el dolor. Las víctimas no quieren sordina, ni olvido ni indiferencia, pero necesitan reposo. No es pasar página: es, simplemente, vivir. Quizá este Todos los Santos sea un buen momento para acompañar sin preguntar, para entender que recordar no es repetir y que la compasión y el amor no precisan de altavoces. No se trata de borrar ni de acallar, sino de devolver al recuerdo su sentido original: un acto íntimo de amor y de memoria. Y lo peor de todo -quizá lo más injusto-es que negamos ese silencio a los vivos y lo reservamos para quienes ya no tienen voz. La vida, al fin y al cabo, sigue adelante, por vacía y desgarradora que resulte. Por respeto a quienes ya no están y a quienes quedan: los ausentes y los presentes. «El duelo no necesita consuelo, necesita comprensión» (Sigmund Freud).
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