Cuando vi a la reina Sofía ante el rey, a punto de recibir el Toisón de Oro, me acordé de mi madre. Fue por la ... mirada hacia su hijo que reflejaba el mismo brillo en los ojos que se asomaba en los de mi madre cuando veía a mi hermano. Siempre fue su favorito, pero no me quejo porque yo lo era de mi padre. ¡Touché! El caso es que a mi madre se le abría el cielo cuando mi hermano entraba por la puerta, con el mismo tintineo en los ojos que pudimos apreciar el otro día en la reina emérita. Sospecho que la emoción no era tanto por el Toisón de Oro como por el hecho de que fuera su hijo quien le hacía entrega del mayor reconocimiento de la Corona española.
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También, en su caso, como tantas madres con los niños varones, siempre he pensado que el pequeño era el favorito de la reina no por ser el heredero sino porque era su niño. Así, la vimos emocionada con la abdicación que lo convirtió en rey y cuando fue proclamado en las Cortes. El mismo brillo en los ojos. El de la madre, no solo el de la reina.
El de la reina también se hizo presente mientras el rey explicaba las razones de este reconocimiento: «una vida entera de servicio ejemplar y lealtad a España y a la Corona». Por ese orden. Poniendo por delante el bien de la Nación y no tanto de una dinastía o de la propia institución de la Monarquía. Eso me gustó porque resume el verdadero sacrificio realizado por la reina Sofía. El de su entrega a España siendo de origen griego. Es una entrega que la conecta con muchas de las mujeres de la realeza a lo largo de la Historia. Sabían que era su sino, pero no por ello resultaba menos duro. En la mayor parte de los casos, las mujeres nacidas en las familias reales, que no podían acceder al trono patrio, tenían que abandonar su casa y su país para ser casadas con los herederos o reyes de otros lugares. Catalina de Aragón por ejemplo, casada con Enrique VIII, o su hermana Isabel, con Manuel I de Portugal, ambas hijas de los Reyes Católicos.
Del mismo modo, Sofía de Grecia dejó todo para venir a España y dedicarse a ella. Y así lo ha hecho. Ella ha sido, y continúa siéndolo, un pilar esencial sobre el que se sostienen los Borbones en España. Su rigor, su seriedad, aquello que dijo de ella el rey emérito, su «profesionalidad», la han convertido en la más querida de la familia durante décadas, solo superada en la actualidad por su nieta, la Princesa Leonor. Ella ha sabido mantener el prestigio de la familia cuando otros miembros lo ponían en riesgo y transmitirlo casi entero a la futura reina, ésta sí de su país y no como consorte.
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