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Arsénico por diversión

La huella

María José Pou

Valencia

Martes, 28 de octubre 2025, 23:34

No es fácil que de una avalancha de barro salga vida, pero todos hemos visto alguna vez una pequeña flor entre las baldosas de una ... calle o en el asfalto de una carretera. La vida se abre paso hasta en las situaciones más difíciles. Del mismo modo, hace un año vimos a miles de jóvenes renunciando a su descanso, su ocio o su trabajo por acudir a las zonas afectadas por la dana, y pasar días y meses ayudando a limpiar o a reconstruir casas y negocios. Son jóvenes que hoy siguen con su historia, sus estudios o la edificación de su propia familia y su futuro, pero llevan consigo, para siempre, la experiencia vivida. A muchos les ha marcado, quizás, de un modo que aún no son capaces de calcular. Una lección de humanidad, pero también una prueba sobre sí mismos.

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Esas vivencias de los veintitantos se convierten a veces, sin pretenderlo, en pilares esenciales de una trayectoria. Vocaciones de servicio que en 2024 eran incipientes y que, de pronto y a la fuerza, se consolidaron, crecieron y nutrieron el tronco de una dedicación profesional volcada en los demás. En cualquier ámbito: educativo, sanitario o periodístico. Lo he constatado en estudiantes que apuntaban ya una tendencia a dedicar sus esfuerzos a los otros y que, golpeados por la tragedia, dejaron sus egoísmos a un lado, quién sabe si para siempre, y tomaron conciencia de cómo su trabajo podía cambiar la vida de los demás. Algunos encontraron, así, el sentido de su opción. Otros, ya convencidos, lo experimentaron por primera vez y supieron que nunca más querrían dedicarse a otra cosa que a mejorar el mundo que les rodea. Va a ser una generación especial de valencianos. Y de españoles en general. No solo la que sufrió la dana en primera persona, sino aquella que enfocó su vida profesional tras el contacto con las víctimas. Es una huella de la que no suelen hablarnos las fuentes clásicas a través de las que hemos conocido las consecuencias de la riada del 57 o de la pantanada del 82. Sabemos cómo cambiaron las infraestructuras o las políticas públicas; cuantificamos el impacto económico o social de las riadas; aprendimos a convivir con las lluvias torrenciales y, ahora, lo intentamos con las torrenteras inadecuadas, pero nada nos dicen sobre la vocación de servicio y la empatía de los más jóvenes, enfrentados a la tragedia y convertidos luego en adultos generosos.

Hacerlo ahora, con la llamada «generación de cristal» que se vistió de acero, es la forma de obtener vida y futuro en medio de la destrucción. La mejor huella que pude dejarnos la dana de 2024.

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