En una ocasión escuché a un político de izquierdas presumir de que él nunca se arrepentía porque el arrepentimiento y la culpa eran rémoras católicas. ... Desde entonces me pregunto qué papel tiene lo católico en el alma de un padre que se olvida del bebé en el asiento trasero del coche una mañana de julio, aparca, y cuando vuelve, horas más tarde, lo encuentra sin vida. ¿Es cosa de fe la culpa que sentirá ese hombre cada día del resto de su vida por un despiste mortal? Es posible que, en nuestro entorno, la educación católica haya incidido en la contrición, el dolor de los pecados y la necesidad de confesar y ser perdonado por el error cometido. No digo que no. Pero sentir dolor por el daño causado, sentirse responsable y proponerse no volver a caer en el mismo comportamiento no son necesariamente actitudes de beatos.
Publicidad
Por eso, seguramente, me sorprende que alguien afirme con rotundidad que no tiene nada de lo que arrepentirse, como el rey emérito durante la entrevista en la televisión francesa. «¡Qué suerte!», pienso cuando lo oigo. Ya quisiera estar en su lugar y revisar mi vida sin encontrar ni un solo fallo que merezca mi remordimiento; ni una sola persona con la que disculparme y ni un solo momento al que volver para hacer las cosas de un modo distinto. Entiendo que no es sano quedarse en ese punto dándole vueltas una y otra vez sin poder solucionar nada. Pero de ahí a no encontrar ni un solo motivo por el que sentir compunción hay un abismo.
También lo pensé ayer cuando vi a Pérez Llorca mostrando su disposición a pedir perdón a las víctimas de la dana, como una urgencia inicial de su nuevo puesto. Me parece loable, sin duda, que su prioridad sean las victimas habida cuenta de que su llegada a la Generalitat se debe a la cuestionable actuación de su predecesor. Sin embargo, cuando se pide perdón se hace por haber actuado mal por acción o por omisión, y es ahí donde no solo él sino el Consell en pleno y, -en ese punto he de darle la razón a la oposición- los partidos que lo apoyan, deben hacer un acto colectivo de contrición y explicitar en qué fallaron. No basta con culpar a los demás, al Botánico o al gobierno central. Se trata de arrepentimiento propio. Tampoco es suficiente con entonar un perdón al aire, genérico y sin autoría. Es verbalizar los fallos. Ponerles nombre. Y no por la ausencia del caído, sino por la desatención de muchos hacia las necesidades de los valencianos. No basta con un mea culpa con ese exculpatorio «por si alguien se ha sentido ofendido». Es concretar los daños y sus responsables.
Suscríbete a Las Provincias al mejor precio
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión