Infinidad de productos que suavizan úlceras, uniforman la tensión arterial, evitan la alopecia y garantizan la virilidad se anuncian en televisión seguidos del mismo consejo: « ... Consúltelo a su farmacéutico», como reforzando la propuesta. Una sugerencia que en esta tierra siempre se tuvo muy presente, porque se respetó a los 'especiers', 'aromataris' y 'apothecaris', siendo venerado el Colegio de Boticarios que se fundó en 1441.
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Nuestros boticarios fueron muy dados a las plantas medicinales y consultaron siempre las obras de Teofrasto, Plinio, Dioscórides y, sobre todo, el Macer Floridus, donde se describen las propiedades de las plantas más en uso en el Medievo, así como que se tenga en cuenta la complexión del enfermo, localización del dolor y edad, conforme a las teorías hipocráticas. En las composiciones empleaban también elementos ajenos al reino vegetal, como el agua de lluvia, el fuego, la cera virgen, la leche de cabra o la manteca de pato.
La gente era supersticiosa y partidaria de amuletos. Así, las mujeres, por influencia mora y judía, llevaban rústicos medallones con frases del Corán y de las Sagradas Escrituras: 'nominats, creus o albaranets' ofrecidos por los conjuradores, que igual proporcionaban pócimas que hierbas venenosas para maridos infieles.
Los 'apothecaris' ascendieron en profesionalidad ratificada por los colegiados, y a los aspirantes se les exigía haber estado trabajando seis años con un boticario y el certificado de ser 'home de seny e no vicis'.
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Como toda corporación gremial tuvo su patrona, y fue elegida Santa Magdalena, por aquello del tarro de esencias y ungüentos que derramó en los pies de Cristo. La imagen presidía la capilla de las monjas de dicha advocación, pero la cedían para procesiones y fiestas. Hoy, en lugar de hierbas, las farmacias tienen óptica, calzado ortopédico, cosmética y hasta 'píldoras del día siguiente' para las que no se arrepienten como la Magdalena.
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