El linchamiento de un presidente
Cuando todo falla, cuando vemos que nada funciona, es absurdo buscar culpables. Falló la esencia del sistema, desde la recogida de datos, pasando por las alertas y finalmente por las decisiones y omisiones finales.
Soy consciente de que escribo este artículo en un país de odios y resentimientos, por eso debo de empezar diciendo que este no es un ... artículo partidista, porque la verdad es que el futuro político del presidente Mazón me importa muy poco... y a estas alturas quizá tampoco le importe a él.
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Desde que escribí, días después de la catástrofe, un artículo tan alabado como criticado titulado «Sánchez y la izquierda miserable» he tratado de entender que pasó realmente aquella jornada trágica.
Estuve en la Comisión del Senado, en la del Ayuntamiento de Valencia y también me citaron en la de las Cortes valencianas. Coincidí allí con los máximos expertos en ingeniería hidráulica y volví a verme con alguno de ellos en múltiples coloquios y debates. Creo tener ya una idea bastante cabal de lo que pasó, porqué ocurrió y cómo se podía haber paliado. Y me conforta saber que mis opiniones, compartidas por esos expertos, coinciden con las que expresé en aquel artículo, tan lleno de rabia e impotencia.
Quisiera detenerme en las tres etapas de la tragedia, en el antes, el durante y el después, y analizar responsabilidades,
En el antes hay un claro responsable: el Ministerio de transición ecológica y su Dirección general del agua. Casi treinta proyectos fundamentales, aprobados en el 2016, entre los que estaba el desvío del Poyo al nuevo cauce, y que hubieran paliado enormemente la catástrofe, fueron desechados porque existía en el Ministerio un sesgo pseudo ecológico, alérgico a las obras hidráulicas tan imprescindibles en nuestras cuencas. Esta ensoñación estaba unida a una irritante y sangrante discriminación en cuanto a inversiones del Estado que nos privó nada menos que del Sistema de Alerta Temprana que tienen otras cuencas menos peligrosas.
Durante la catástrofe, que parecía pensada por algún malvado demiurgo, todo funcionó mal. Aemet no fue lo suficiente preciso y no predijo que la gota fría se estancaría testarudamente sobre nuestras cabezas y desde luego no pudo vaticinar la dimensión del diluvio. La Confederación Hidrográfica del Júcar, alerta, casi en pánico por el posible colapso de Forata, y confundida (otra vez el malvado demiurgo) por la crecida y posterior bajada del caudal del Poyo, se vio sorprendida por la avalancha de la tarde alertando entonces al Cecopi, que también estaba centrado en Forata.
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El Cecopi nos dio entonces la medida de un sistema caótico y desorganizado. Fallaron los canales de comunicación, tanto los que provenían de la propia administración como los que debían de informar desde el terreno.
Fallo la coordinación de las distintas administraciones, las que dependían del gobierno central a través de la delegación del gobierno, las de la Generalidad y finalmente las municipales. Como resultado el caos.
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Cuando todo falla, cuando vemos que nada funciona, es absurdo buscar culpables. Falló la esencia del sistema, desde la recogida de datos, pasando por las alertas y finalmente por las decisiones y omisiones finales. Un desastre colectivo que nos indica que solo un Centro Nacional de Emergencias, gestionado por auténticos expertos que coordinen las enormes capacidades que tiene un Estado como el nuestro puede enfrentar estas situaciones límite. Teniendo esos medios es ridículo abordar estas catástrofes a escala autonómica.
Y luego vino el malicioso cálculo político que permanece un año después
A pesar de que Forata podía desbordarse, siendo responsabilidad del gobierno central, a pesar del colapso de infraestructuras estatales, a pesar de que había varias comunidades afectadas, a pesar de que la tragedia abría las portadas en todo el mundo, el gobierno de la Nación se quitó del medio y no declaro la emergencia nacional, aunque se reunían todos los requisitos.
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Marlaska debía de haber hecho acto de presencia y tomado el mando, creando un comité de crisis con protección civil, ejercito, bomberos y sanitarios.
No sé cómo lograron convencer entonces a Mazón de que tomara el mando; el que le engañó debió de prometerle recursos ilimitados.
Y entonces llego la jugada perversa.
Estamos rodeados de centros militares, hasta de la OTAN, tenemos helicópteros, anfibios, maquinaria pesada...y miles de soldados. Sin embargo, Valencia parecía un misero rincón de la Anatolia. Tres horribles días de abandono, viendo solamente a los heroicos voluntarios, a algunos bomberos extranjeros, a una UME desnortada y sin medios y tan solo la maquinaria pesada traída por empresas privadas.
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Que envidia la reacción del Estado en las inundaciones de Bilbao.
«Si los anatolios necesitan algo que lo pidan». Era la puntilla a Mazón dada en nuestro cogote, víctimas todos del más hábil trilero.
Y en los meses siguientes, en los que he tenido ocasión de coincidir con alcaldes, con Gan Pampols y con el presidente de la Diputación, he constatado el esfuerzo redentor de un presidente, acosado, pero comprometido con la recuperación, mientras que las ayudas del Estado no llegan, como siempre.
Es evidente que Mazón, mejor informado, debió de llegar antes al Cecopi, nunca sabremos si su presencia hubiera aportado algo, y también que podía haberse dado cuenta de que le cedían el mando para acabar de hundirle, escamoteando la ayuda estatal.
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Pero no tiene sentido este cruel linchamiento, este pim pam pum, esta ignominiosa persecución tildándole de asesino, tan propia de una izquierda despiadada; una estrategia que solo tiene éxito (véase el caso Camps o el de Rita Barbera) por tres razones fundamentales.
La primera, por la incapacidad de reacción del Partido Popular y su cobardía esencial para defender a los suyos.
La segunda, porque al revés que sucede con los medios que son pura extensión del gobierno, obedientes y disciplinados, los demás, no sé el porqué, siempre se apuntan irracionalmente al aquelarre y eso retroalimenta el acogotamiento del Partido Popular.
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La última es que la izquierda posee minorías organizadas que saben montar estos fusilamientos, mientras que la masa silenciosa y amorfa, que somos los demás, estamos a lo nuestro y apenas nos conmueve el linchamiento, hasta que ya es demasiado tarde y entonces nos quejamos.
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