La razón de la sinrazón no es un juego de palabras más o menos ingenioso. La razón de la sinrazón es una de las frases ... que enloquecían al Quijote y de las que Cervantes se reía a carcajadas, ese humor que escasea en la ramplona película de Amenábar. La razón de la sinrazón es también el lema terrible de nuestro tiempo. En todas partes rige ahora esa locura que se pretende cuerda y es por ello aún más criminal.
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La razón de la sinrazón, por si fuera poco, sirve a la perfección para describir un estado de cosas en el mundo y un estado de ánimo en la democracia española. La sensación de que razón y sinrazón se están jugando mutuamente una mala pasada. Y además nos toman el pelo a los ciudadanos. La clave de una época donde el delirio pasa por racionalidad y esta, por desgracia, es arrastrada a escenarios de una pornografía de creencias, sentimientos y sangre de la que solo disfrutan los espectadores más obtusos.
Por eso, entre otras cosas, la película americana del año es «Eddington», un retablo satírico de la sinrazón de la era Trump, antes y después del asesinato de Charlie Kirk por un descerebrado. Estados Unidos es un país que reconoce el derecho constitucional a morir asesinado por arma de fuego. Esa violencia constitutiva, esa violencia fundacional, ha sido exportada a otros territorios muchas veces y ha sido devuelta a casa después, con efectos catastróficos. Esto la brillante película de Ari Aster no lo muestra, empeñada en nacionalizar el conflicto, aunque sí retrata con ironía la demencia y brutalidad de las ideologías extremas. Y el espectador agradece el halago a la inteligencia que «Eddington» procura.
Todo lo contrario del cromo orientalista de Amenábar. Abrir los ojos o abrir el ojete, qué dilema tan banal. Lo que cuenta «El cautivo» lo tenemos muy visto. Visto para sentencia, diría yo. La historia del cautivo de la Moncloa. Amenábar se esfuerza en pintar a Cervantes bajo la máscara de Sánchez, y al revés, a Sánchez bajo la efigie de Cervantes. Un prisionero de su ego desmedido fabricando fábulas cautivadoras para salvarse de la cárcel. Cervantes nunca perdonaría a Amenábar el servilismo. Su «sanchidad», en cambio, le estará eternamente agradecido. No se puede ser más pelotillero. El cóctel de sanchismo larvado y activismo gay ofende al espíritu cervantino por su falta de inventiva y audacia. La tesis de Amenábar no se sostiene ni como fantasía erótica ni como falaz alianza carnal de civilizaciones. El cautivo, al final, es Amenábar, no Sánchez.
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