Échenle la culpa a Kafka, si quieren, pero cada vez que alguien proclama en voz alta su inocencia, o la de otro, percibo su culpabilidad. ... Leer «El proceso» a los veinte años, cuando aún estudiaba Derecho, me deformó la mente para siempre y corrompió mis categorías, es cierto, hasta extremos indefendibles. Estudiaba Derecho como un ingenuo para comprender la verdad del mecanismo judicial de la inocencia y la culpabilidad, y abandoné la carrera hastiado de mis preguntas insensatas a los profesores y sus respuestas sin sentido.
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Y me fui, con la inocencia a cuestas, a estudiar literatura, un modo como otro cualquiera de iniciarse en las estructuras más profundas de la mente, la cultura y el lenguaje. Y aquí sigo, sin tragarme los embustes de la ley, un sistema endiablado que afecta a todos los órdenes de la vida, ni los engaños de quienes pretenden aprovecharse de sus trampas y enredos para hacer su santa voluntad. La codicia y la ambición son el vicio más extendido, al alcance de todos en apariencia, aunque solo una minoría llega a disfrutar de sus privilegios y lujos.
Leer a Kafka puede ser malo para la salud mental, estoy de acuerdo, pero no tanto como creer en las declaraciones de Sánchez sobre la inocencia de sus familiares encausados. El pecado original de quienes no han leído al judío checo reside en sostener la inocencia propia o ajena sin caer en la cuenta de que, en la máquina de la justicia, la sospecha de culpabilidad se activa al mismo tiempo. Fuera de los tribunales, no hay inocencia sin culpabilidad, y viceversa, digan lo que digan los doctores de la ley.
Lo que Pedro Sánchez no puede decir, por tanto, sin incurrir en falacias, es que Begoña Gómez no hizo lo que hizo, con todas las consecuencias, como lo hicieron el honorable Santos Cerdán, el virtuoso Ábalos o el ingenioso David Sánchez. Al decirlo, atacando a los jueces, el presidente Sánchez se declara inocente a sí mismo por decreto. Faltaría más. La inocencia no es una ciencia. La culpabilidad tampoco.
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Por esa misma regla, las difamaciones y calumnias de los medios se multiplican para poner en duda su inocencia. Y no se entiende el gesto del presidente de no dimitir para defender su causa desde fuera del poder. En este caso, la dimisión implicaría la inocencia, de igual modo que la resistencia a dimitir acusa la culpabilidad. La inocencia y la culpabilidad entran en bucle y las paradojas dominan el juego jurídico. Al final, en efecto, la verdad acabará imponiéndose. O no. Menuda inocentada.
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