Lo que pasa en Torre Pacheco es cruel y es extremadamente preocupante. Una bomba lapa en nuestras conciencias. Lo es porque hace añicos eso que ... llamamos humanidad y porque nos muestra la senda del salvajismo. Desencadenando, además, reacciones cada vez más extremistas que amenzan con quebrar las bases mínimas de la convivencia. Y duele. Duele por lo que está pasando; pero también, por lo que argumentan quienes intentan justificar lo injustificable. Porque nada puede avalar que se produzcan -atención a la descripción de los hechos- cacerías de inmigrantes. El mero término -«cacería»- ya es, en sí, descorazonador. Que, de verdad, en nuestro país y en estos tiempos se esté ejecutando, es repugnante. Y lo es porque, dentro de esta vorágine en la que vivimos, estamos comenzando a naturalizar lo insólito. Lo impropio para un ser humano. Porque olvidamos la esencia de todo: que es una cacería de persona a persona. De iguales. Una cacería de la que algunos, incluso, buscan sacar rédito político. De un sorbo y sin azucarillo.
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